Existen numerosos mitos y leyendas en torno a la película “Apocalypse Now” que reflejan lo caótico de su rodaje, la locura en la que casi cayó su director y las innumerables improvisaciones que terminaron colándose en la versión final del metraje. Mi impresión es que, dentro de varias décadas, también comenzarán a circular curiosidades y anécdotas similares en relación a “Megalópolis”, el epílogo cinematográfico de un maestro indiscutible. Francis Ford Coppola ha ganado cinco Oscars de entre quince nominaciones, cuatro Globos de Oro de once candidaturas y una interminable lista de premios y reconocimientos. Se trata, sin duda, de uno de los cineastas más importantes e influyentes de la Historia del Séptimo Arte. La saga de “El padrino”, “Cotton Club” o “Drácula, de Bram Stoker”, entre otros, se alzan como títulos imprescindibles.
En una secuencia de “Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra”, ante una idea puesta en marcha por el singular Jack Sparrow, el personaje que interpretaba Orlando Bloom exclama: “Esto es una locura, o una genialidad”, a lo que responde el pirata: “Es sorprendente lo a menudo que coinciden esos dos conceptos”. Personalmente, me cuesta decidir si el último largometraje de Coppola debe catalogarse de mera locura sin sentido o, por el contrario, elevarse a la categoría de genialidad.
Por un lado, hay que reconocer su valentía a la hora de apostar por una majestuosidad visual, una estética rompedora y un contenido que combina cinismo y crítica. Sin embargo, en numerosos momentos de la proyección me resulta imposible asumir tanta pomposidad y grandilocuencia, y me cuesta encontrar la coherencia en el desarrollo de la trama, dada la suma de ocurrencias hiperdimensionadas que entorpecen, más que impulsan, el mensaje que se desea transmitir. No obstante, quizá sea yo quien no haya sabido percibir la sutileza en este modo de narración.
No descarto que, en una posterior revisión del film, acepte lo que en un principio me resultó excesivo. Pero, a primera vista, califico la obra de exagerada y más bien decepcionante, sobre todo para alguien que ha escrito el nombre de su creador con letras de oro en la cima de la industria del celuloide. Me consta que el realizador ha dedicado largo tiempo a este proyecto y que la apuesta ha sido total, arriesgando su propio patrimonio y su imperio vitivinícola. Quién sabe. Tal vez, como el buen vino, necesite años de maduración para un visionado más digestivo. En atención a su innegable sello personal, este trabajo cuenta con todo mi respeto, si bien la propuesta en sí misma no me ha interesado ni entretenido como otras.
Resumir el guion supone una complejidad notable, no sabiendo si nos coloca frente ante una fábula o ante una épica epopeya de romanos ambientada en una América moderna. La ciudad de Nueva Roma se extiende en una encrucijada entre la visión de un artista que persigue un futuro utópico e idealista y su opositor, el alcalde, empeñado en mantener un sistema regresivo y codicioso. En medio de ambos, la hija del segundo, cuyo amor por el primero le hace cuestionarse su lealtad filial.
A ratos se percibe el talento de un innovador director, así como un reguero de juicios y consignas más o menos subliminales que aspira a convertir en epitafio artístico. En ese sentido, reconozco su mérito, aunque no haya calibrado adecuadamente el subrayado de una puesta en escena más excéntrica que original.
El propio casting se presenta tan apabullante como “Megalópolis”. Adam Driver (“Paterson”, “Historia de un matrimonio”, “Infiltrado en el KKKlan”), Giancarlo Esposito (“Sospechosos habituales”, “Haz lo que debas”), Nathalie Emmanuel (vista en las cuatro últimas entregas de “Fast & Furious”), Shia LaBeouf (“Pacto de silencio”, “Sin ley”), Jon Voight (“Cowboy de medianoche”, “Ali”, “Legítima defensa”), Laurence Fishburne (“Matrix”, “Contagio”, “Mystic River”), Talia Shire (“El padrino”, “Rocky”) o Jason Schwartzman (“Academia Rushmore”, “Moonrise Kingdom”) dan fe de ello.