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por Justo J. Watson
El lector resume las ventajas comparativas del nuestro país, frente a su debilidad política.
No sólo los argentinos piensan que el suyo es un país “condenado al éxito”. Cientos de miles, tal vez millones de extranjeros medianamente informados y disconformes con las políticas que deben soportar en sus propias sociedades, ven en la Argentina algo así como una tierra prometida en potencia.
Un “lugar” atractivo hacia donde podrían emigrar (si se diesen las condiciones para hacerlo) y/o donde podrían volcar trabajo, experiencia y capital para forjarse un nivel de vida superior. O donde invertir para crearse seguridad a futuro, pensando en hijos y nietos. Al igual que la mayoría de nosotros, ellos sopesan las ventajas comparativas reales, observan nuestra evolución y esperan.
¿Qué suma de factores diferencia a este “lugar”, que lo proyectan como imaginario ideal entre tantas otras comunidades y sitios? Después de décadas de autoagresión educativa y jurisprudencial, la Argentina decayó a una población con grandes diferencias de instrucción y bienestar aunque todavía solidaria, de especial perspicacia y creatividad, muy permeable a las nuevas tecnologías y de veloz reacción ante los estímulos económicos (¡también en sentido negativo!).
Prueba de ello es que, contestatarios y conflictivos en su propia nación, los argentinos cambian y se adaptan ni bien emigran a sistemas donde el mérito paga más que el desorden, destacando enseguida como líderes de equipo, como innovadores, como técnicos habilidosos o maestros, de ser necesario, en la improvisación multifuncional.
Una innata apertura mental en potencia a gran escala que no pasa desapercibida a quienes nos miran y que hace de esta sociedad de gentes orgullosas pero cálidas, sin taras étnicas ni religiosas, una interesante apuesta de crecimiento explosivo bajo la sola condición de coincidir en una organización que se desprenda del ancla ideológica modelo años 40 y 50 del siglo pasado para adoptar modalidades y paradigmas más vanguardistas, propios de este siglo XXI.
Un país de enormes dimensiones, escasa población, paisajes maravillosos, abundancia de recursos y climas. De inquietudes culturales tan originales como descollantes. Con tecnología y biogenética pecuaria y agro-industrial de primer nivel mundial, productor eficiente de los alimentos que el planeta demanda con desesperación. Y de muchas otras cosas, considerando innumerables emprendimientos en potencia, a la espera de un retroceso en el nivel de autoagresión de corte socialista: violencia fiscal con despotismos legislativos (o “leyes” totalitarias) anti-inversión, anti-ganancia, anti-libertad y en general anti-empresa.
¿Estamos condenados al éxito? la esperanza sigue viva y la caída argentina bien podría tratarse de un tropiezo pasajero. Después de todo, hace un siglo y con el mismo crisol racial (y con aquellas libertades laborales y económicas en relativa vigencia) fuimos capaces de escalar en poco tiempo todos los rankings de calidad de vida, convirtiéndonos en el segundo país de América y metiéndonos en el top ten de las potencias dominantes. ¡Es historia: emprendedores y dineros pugnaban por ingresar!
Sin embargo, para combatir la confusión que mezcla basura política inmoral entre los buenos deseos y la solidaridad de la gente, debemos tener antes en claro el fondo de la cuestión. Fondo que tiene muchos y brillantes analistas, entre los que elegimos hoy al escritor y filósofo canadiense Stefan Molyneux, un pensador actual sin venda sobre los ojos.
En sus palabras, el uso de la violencia para que algunos obtengan lo que quieren es la base de la sociedad en que vivimos. Para la gente común y honesta, el romper cualquiera de los cientos de miles de reglas inventadas sobre el comercio para beneficiar a esos “algunos”, el libre intercambio entre adultos libres que no sea de su agrado (o el de las corporaciones que los apoyan), el intento de evitar el pago de un plan fraudulento de “jubilaciones” o la negativa a financiar acciones que la conciencia repele, causarán arresto y procesamiento, encarcelamiento y hasta muerte. Empleados vestidos de azul, pagados con dinero retenido de nuestra labor pero que defienden a esos “algunos” y que se auto adjudican el monopolio de las armas, lo efectivizarán.
Este es parte del lejano fondo de la cuestión, en línea con el principio de no-agresión que fundamenta todos los sistemas de la moral humana que enseñan que la violencia, la intimidación y las amenazas están mal, son inmorales y sólo empeoran cualquier problema o necesidad que intentemos resolver. Es de sentido común: los sistemas basados en premisas falsas se tornan cada vez más complicados, en una acumulación generacional de errores, correcciones y ajustes que acaban en una complejidad ridícula, haciendo al sistema entero insostenible y embarazoso.
Es entonces cuando algunas almas valientes sacan un papel en blanco, dejan de lado sus preconceptos y comienzan de cero basándose en la razón y la evidencia en lugar de hacerlo sobre los fracasos acumulados de la historia. ¿Se aplica esto a nuestro entorno? Sin dudas trabajar la opinión y el sufragio con la no-violencia estatal como norte sería más evolucionado, más correcto y mucho más inteligente pues lo haríamos con el innato espíritu emprendedor e innovador de nuestra naturaleza a favor. Por eso y como esperanza, mejor Argentina.
Aplicar las premisas de una sociedad multicultural, abierta, pro-empresa, libre y tolerante que proteja jurídicamente al propietario y sea inflexible con el terrorismo de Estado fiscal y la agresión reglamentaria mata-proactivos provocaría, en mix con las potencialidades de nuestro país, una explosión de prosperidad difícil de imaginar. Generando un círculo virtuoso que asombraría al mundo y que nos proyectaría a una situación de absoluto liderazgo.
Pero aún una instrumentación a medias bajo la tendencia indicada catalizaría un aluvión tal de inversiones, ideas, culturas, tecnologías, capitales, turistas, educadores y de los propios extranjeros vejados en sus países que aguardan este giro, que cambiarían nuestro destino. Trocándolo de demagogia coactiva y decadente… en gozoso capitalismo popular.
Fuente: ciudadanodiario.com.ar