“Todos me miran asustados y me levanto de la silla y muevo los brazos porque me ahogo y abro mucho la boca porque no entra aire porque sale algo por ella que no deja que entre el aire y ya no veo a los tatos ni a la abuela ni a Pili.
Y me ahogo y siento frío en todo el cuerpo y me doy cuenta de que estoy en el suelo de la cocina y que el tato Aníbal me coge la cabeza. Y oigo que me dice tranquila, Amayita, txiki, tranquila, estoy aquí. Y yo esfuerzo los ojos y veo que no es el tato Aníbal, que es Aitor y me acuerdo del dedo gordo de la abuela y quiero decir a Aitor que me deje en paz, que yo quiero al tato Aníbal pero no puedo, no tengo fuerzas.
El dolor de garganta es muy fuerte pero no puedo quitármelo. No puedo hablar ni llorar ni vomitar ni escupir ni gritar. Es una bola que me raspa y me ahoga.”
Crecer siempre implica alguna forma de violencia, contra uno mismo o contra aquellos que quieren imponer su autoridad. Cuando además la vida trascurre en un pueblo de la margen izquierda del Nervión durante los años 80 y 90, y todo es heroína, paro, detritus medioambiental, cuando en las calles silban cada semana las pelotas de goma y los gases lacrimógenos y las paredes están llenas de consignas asesinas, la violencia no es sólo un problema personal.
Mejor la ausencia nos presenta una familia destruida, atravesada por la violencia de su entorno. Amaia, la pequeña de cuatro hermanos, narra ese entorno brutal desde su mirada de niña y adolescente. Compartimos con ella su miedo, su perplejidad, su rabia, ante un padre que hiere, una madre que se esconde, tres hermanos que, como ella, sólo buscan salir adelante. Amaia es la joven que se enfrenta, hasta alcanzar sus propios límites, a este mundo hostil.
Amaia es también la mujer que años después vuelve a su pueblo para encontrarse con un pasado irresuelto. En ese camino de ida y vuelta, en sus huidas y regresos, descubrirá, a su pesar, que nadie escapa del entorno en el que se cría, de la familia que le toca en suerte. Y que reconocerlo es la única manera de sobrevivir.
Edurne Portela nació en Santurce (Vizcaya, 1974). En Estados Unidos, realizó un doctorado en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, para después trasladarse a la Universidad de Lehigh (Pensilvania). Durante 13 años compaginó su trabajo docente con la dirección del centro de investigación para las humanidades de la universidad (Humanities Center) y otros puestos de gestión.
En enero de 2016 decidió poner punto final a su carrera universitaria en Estados Unidos y volvió a España. Hoy en día se dedica por completo a la escritura y colabora con El País, La Marea y El Correo.
La editorial Galaxia Gutenberg le ha publicado sus hasta ahora dos obras: el ensayo “El eco de los disparos: cultura y memoria de la violencia” (2016) y la novela “Mejor la ausencia” (2017) que ha recibido el Premio 2018 al Mejor Libro de ficción del Gremio de las librerías de Madrid. Para el 6 de marzo de 2019, está prevista la llegada a las librerías de su segunda novela, “Formas de estar lejos”.
Tenía muchas ganas de hincarle el diente a esta novela. Presentía que me iba a gustar y así ha sido, la he disfrutado mucho. Os cuento . . .
¿De qué va la novela?
La vida de una familia vasca (de un pequeño pueblo cerca de Bilbao) en los años ochenta, es narrada desde el punto de vista de Amaia, la menor del nefasto matrimonio compuesto por Amadeo y Elvira. Un matrimonio en el que las ausencias de él y el alcoholismo de ella pasarán factura irremediablemente en la forma de ver la vida, de entender el amor, de encarar el futuro y en definitiva en el devenir de sus cuatro hijos, Aitor, Aníbal, Kepa y Amaia.
Aníbal es el preferido de la pequeña, su verdadera debilidad y el que mejor la comprende, pero no es un buen ejemplo a seguir por su adicción a la heroína. Aitor es quizás el que más inquietudes intelectuales tiene (pero pasa bastante de ella) y Kepa sigue los pasos de su padre comprometido con la causa vasca y acusado por el vecindario de ser gudari y de defender a Euskal Herria.
Elvira. . ., ¿qué os puedo decir de Elvira? Pues que es la típica esposa dedicada y sometida la mayor parte del tiempo a su marido. Sometida a sus caprichos, a sus deseos, a sus órdenes, incluso a su maltrato físico y psicológico.
Nadie me oye. Siguen gritándose y pegándose. – ¡Me he meado!, grito yo también. Veo todo negro. Todo negro. Sólo negro.La novela se compone de dos partes: entre 1979 y 1992, la voz de Amaia nos cuenta cómo es la cotidianidad de su niñez (con tan solo cinco años ya se da cuenta de todo, no se le escapa una) su afición por los libros para evadirse del entorno (con lecturas como "La isla del tesoro" o la colección de Los Cinco) y su adolescencia. La vida en un nucleo familiar que se le presenta casi siempre hostil, repleto de penurias, de violencia, de dolorosas ausencias y de las más aún dolorosas presencias.
Amadeo la patea y golpea hasta que Pazos y Alex le separan del cuerpo menudo de su hija, que yace desmadejado en el suelo. Su niña, su niña del alma.La segunda parte está ambientada en 2009 (diecisiete años después) y nos muestra el regreso de la que ya no es una chiquilla y nos cuenta cómo ha vivido hasta entonces y que ha pasado con cada uno de los miembros de la familia, si consiguieron salir adelante, si consiguieron olvidar.
Las casa son un poco como las personas. Según envejecen, queda la estructura de lo que fueron, los rasgos reconocibles a pesar de la debacle del tiempo. La casa de mi madre después de todos estos años, está ajada y entera a la vez. Como ella. Como yo.
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
Mucho, la novela es buena. Su ritmo narrativo es ágil, sus diálogos y los personajes te llegan, todos, aunque yo personalmente no he podido evitar meterme en la piel de Amaia y sentir de su mano la soledad, los golpes, el maltrato, el pánico, los intentos de evasión.
Amaia, bonita, ¿tienes miedo de tu aita? ¿Qué te han dicho de tu aita?La cuidada prosa de la autora me ha gustado y reconozco no haber podido evitar rememorar “Patria”, la maravillosa novela de Aramburu (me lo ha recordado tanto la temática como el tono de la narración y la utilización de términos vascos). Pero como las comparaciones son odiosas, no voy a comparar, me niego a comparar, no quiero elegir. Yo me quedo con las dos, porque cada una a su manera representan y retratan un periodo histórico determinado en España, sobre todo en Euskadi.
Resumiendo: el argumento de “Mejor la ausencia” es duro, conmovedor, de esos que conviene masticar despacio para ir asimilándolo, sin prisas, pero que no te permiten pausas porque consiguen engancharte y desear seguir al lado de Amaia y descubrir de que manera le marcará el hecho de haber nacido y crecido en un mundo impregnado de tanta violencia. Que el olvido y el perdón, a veces no son una opción y que...
“Cuando la presencia solo engendra violencia, por supuesto siempre es mejor la ausencia.”***Esta última frase es de cosecha propia, no está sacada del texto.
Mi nota la máxima, por supuesto: