Memento mori
29 mayo 2014 por matthewfragel
Ahora mismo tengo una máquina de step vieja, varios cartones de huevos vacíos, dos tupperware y una mochila de acampada. La máquina de step la arrinconé en el balcón y cuando quise volver a usarla ya el sol había cuarteado el plástico de las plataformas. Los cartones de huevos van al domicilio familiar, de donde regresan colmos a los pocos días gracias a las gallinas de mi tía. Los tupperware se los debo a una amiga, que cuando viene a cenar siempre trae postres mucho más grandes de lo que aconseja la prudencia. Y la mochila de acampada es por un voluntariado en Gran Canaria que por motivos varios al final nunca hice.
Debo confesar que no me funciona del todo. Todos los objetos descritos llevan ahí no menos de tres o cuatro semanas. Mi visión periférica los ha asimilado como parte del paisaje del vestíbulo, de manera que ya ni los miro. A veces, si el tamaño y la forma del objeto en cuestión lo permite, lo cuelgo del picaporte. Allí funcionan un poco mejor, porque casi tengo que apartarlos para salir.
Mayo es un mes contaminado por un recuerdo fúnebre. Por estas fechas murió una persona que nos hacía mejores a todos los que teníamos la suerte de rodearla. Un mortal que se saltó el turno, al que el azar de una carretera mojada le estafó a él y a nosotros unas cuantas décadas de compañía. No recuerdo exactamente la fecha, pero sí que fue en este mes. Y siempre me asalta su recuerdo en el Facebook, cuando su mejor amigo recupera una foto suya con la inquebrantable puntualidad de los fieles.
Yo guardo su recuerdo en el teléfono. En la agenda de contactos, por la letra C, sigo teniendo su móvil. Nunca quise borrarlo. Un número que hoy será de otra persona, ajena por completo a mi feliz memoria de aquellas nueve cifras. Lástima que no pueda colgarlas del picaporte.