Revista Espiritualidad
Ningún neurocientífico ha logrado señalar el lugar del cerebro donde asienta la memoria. Dicen que está repartida por todas las células y puede que tengan razón.
Como no soy neurocientífica, aunque bien que me gustaría, no puedo afirmar nada como verdad contrastada y reproducible pero a mí me parece, y algunos elementos sí tengo para afirmarlo, que al menos una parte de la memoria no la tengo “residente” como se dice en el lenguaje de los ordenadores. Está fuera. Podría poner por caso la memoria de google pero no me refiero a ésa.
Me refiero a la que me informa de tantas situaciones en las que nunca estuve en persona, la que me informa de que ése a quien acabo de conocer es tibia carne conocida y aquella otra es una traidora hechicera que la va a preparar y zas!, dándole el tiempo necesario, lo hace con todo su poderío.
Algunas muchas veces conozco sin haber conocido, sé de guerras en las que no estuve y si estuve no recuerdo que dicen los rosacruces. De rituales viejos como cuando el mundo ya era viejo. Sé de siembras y recogidas. De honor y traición a partes iguales.
Sé. Sé más de lo que tenía que saber si nos atenemos a lo que he podido almacenar en el tiempo que he vivido. Sé sin datos objetivos. Y me pregunto si no será que contengo en este cuerpo pequeño la historia entera de la humanidad, vida a vida vivida.
Porque después de todo a alguien le escuché una vez decir una cosa que me suena a verdad:No hay nada sobrenatural pero sí mucho sobrehumano.
Hale, y a meterse conmigo por esotérica!