Cuando llegaba allí, ya había olvidado lo que tenía que hacer. Me quedaba quieta, observando con detenimiento y concentración los diferentes muebles de la cocina. ¿Para qué he venido yo aquí? ¿Qué tenía que hacer? Vamos, piensa… Nada. No me acuerdo.
Bueno, me bebo un vaso de agua. Vuelta al salón. Y una vez allí, me visitaba con retraso la memoria: Ah sí, ¡ya me acuerdo! ¡Tenía que descongelar!
Y vuelta a la cocina, pero esta vez con el ejercicio de repetir a mi mente lo que tenía que hacer al llegar a ella: descongelar, descongelar, vas a descongelar…
La lentitud de mis mecanismos mentales también se percibía en mi forma de comunicarme. Hablaba más pausado, menos contundente que antes. Ahora necesitaba más tiempo para elaborar lo que mi mente quería expresar.
Leído en Todo un viaje de Silvia Abascal
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