Memoria de la nieve.
Ilustraciones de Adolfo Serra.
¿Qué espero aún de la espiral del tiempo, de esos cuernos epílogos que suenan en los bosques?
¿Quién atardece junto a mi corazón helado?
Por el paisaje gris de mi memoria, cruzan arrieros sin retorno, pastores y alfareros olvidados, bardos ahogados en el miedo lacustre de sus propias leyendas.
Solo estoy, en esta noche última, coronado de cierzo y flores muertas.
Solo estoy, en esta noche última, como un toro de nieve que brama a las estrellas.
Con ese poema cerraba en 1982 Julio Llamazares su Memoria de la nieve, que acaba de reeditar Nórdica en una bellísima edición ilustrada por Adolfo Serra, que ha sabido captar y resumir plásticamente el universo de temas y símbolos del libro y la temperatura emocional de una poesía narrativa y de tono épico, articulada con el ritmo salmódico de sus largos y solemnes versículos en torno al tiempo, el olvido, la soledad, el desarraigo y la muerte.
La emoción y las pérdidas, la escritura y el paisaje, la memoria colectiva y la personal se dan cita en un conjunto de treinta intensos poemas que, en palabras del autor, "resume muy bien no sólo la poesía sino toda mi obra. [...] La memoria es como la nieve, escribes sobre ella y mientras escribes se va derritiendo. Es como si siempre escribiera sobre la nieve, no sobre el papel."
"La nieve está en mi corazón como la hiedra de la muerte en las habitaciones donde nacimos", escribe Llamazares en uno de los poemas del libro. Y, desde ahí, desde el frío y la melancolía, Memoria de la nieve se levanta sobre la escarcha y la tristeza, sobre el olvido y la herrumbre, sobre el silencio y el invierno para dejar fijada esa realidad desaparecida y recrearla con la palabra
Como si todo fuera igual. Como si no hubieran pasado tantos años.