Es asombroso lo que todavía disfruto en las guardias. O, más bien, cómo
disfruto cada vez más, como si algo dentro de mí fuera consciente de quepronto puedo dejar de hacerlas y perderé la experiencia para siempre.Una guardia son rostros, formas de vestir, de hablar, de expresarse, demanifestar distintas formas de sentir o de vivir. Pero, de forma sucesiva, agrupada, en unas horas. Lo que resulta enervante e interesante.Una guardia son experiencias muy intensas. Donde el tiempo vuela y, a veces, se siente el golpeo del corazón y se disfruta de él, lo quetodavía resulta más extraño.
Una guardia es la sensación de estar a salvo, de ser tú el que tira elcabo y pisa tierra, el que, por ahora, mantiene la cordura o tiene la salud suficiente para poder ayudar a otros y, por tanto, sentirse en el lado del mundo donde calienta el sol, aunque se vislumbre el abismo, lo que hace al sol más apetecible.
Una guardia es disponibilidad y anulación de las convenciones del tiempo. La madrugada es tan habitable como la media tarde. Los descansos se merecen y se gozan con chocolate o patatas fritas. Las lecturas son de una intensidad inconcebible, como si fueran un licor fuerte y sabroso que llenara toda la boca y calentara todo el cuerpo.Una guardia es un estado de conciencia que permite escribir desde otra perspectiva, con más desprendimiento, con pinceladas más gruesas y más raras o más finas y más sutiles, un poco ajenas a nosotros mismos, pero extrañamente próximas, como lo es la raíz de un diente cuando nos lo extraen y nos crea extrañeza: lo que nunca hemos visto pero, sin embargo, siempre nos ha pertenecido.
Una guardia es escuchar muchas historias y no juzgarlas, sólo aplicarlos parches precisos para que la rueda siga girando, para que la vida siga sucurso cotidiano que, muchas veces tanto se desdeña y que, sin embargo, tanto se necesita.
Una guardia es tener el impulso de escribir un texto como éste, en unratillo, de corrido, de madrugada, tras haber salido a la calle que, a estas horas simula un decorado algo desconocido y deshabitado. Porque las rutinas se han roto y es factible dejarse llevar por los impulsos sin que se rompa nada, como en unamelodía de jazz de esas interminables que suceden en un club algo oscuro, con humo y cortinas de terciopelo verde.
Fotografía: Guillermo González Granda. La mirada precisa