Revista Salud y Bienestar

Memoria de mi enfermera LIII: «Yo no defiendo a los malos profesionales»

Por Lolamontalvo

Memoria de mi enfermera LIII: «Yo no defiendo a los malos profesionales»Foto Lola Montalvo (C)
Me pone el compresor para sacarme sangre... me lo pone muy apretado, dándome pellizco en la piel.
   Se lo digo:   —Oye, perdona, la goma me hace daño, ¿puedes aflojarla?   Suspira irritado y me dice:   —Será sólo un segundo.   Me frota con una gasita en la flexura del codo y me golpea hasta escocerme con el dorso de los dedos.Suelta una risita, que a mí me resulta cínica, y me dice:   —Para venir a sacarse sangre hay que traerse puestas las venas de casa...   —Nunca he tenido problema... y...   —Usted no tiene venas.   Suelta un último suspiro y me pincha. Con decisión. Estuve tentada a no mirar, pero lo hice. Mete toda la aguja y no sale sangre, como me temía. Entonces empieza a meter y sacar la aguja sin sacarla nunca del todo, rebuscando con gestos irritados. Me hace daño y se lo digo.   —¡Señora, no tiene buenas venas! ¡Tengo que hacer mi trabajo!   No tarda en aparecer un bulto azulado que nadie me tiene que explicar que supone que la vena se ha roto. Me quita el compresor con un gesto seco y me pone la gasita. Saca la aguja y me ordena:   —¡Apriete fuerte!   Obedezco. Me duele mucho y se lo digo. Sin mediar palabra me pone un esparadrapo sobre la gasita dándome un par de vueltas a todo el brazo. Se le nota enojado —¿conmigo?— y me ordena:   —Déme el otro brazo.   Obedezco otra vez.   Y nuevamente comienza todo el proceso. Goma apretada hasta el pellizco. Golpes en la flexura del codo. Piel enrojecida. Pinchazo.   Y, nuevamente, falla. Rebusca como antes con la aguja, metiendo y sacando. Me produce un dolor insoportable pero no me quejo. No me apetece escuchar su tono desabrido.    —Señora, usted no tiene venas.
   Me lo dice con un tono seco, sin llegar a ser desagradable. Pero me lo lanza como si fuera culpa mía. Me coloca la gasita y el esparadrapo dando otro par de vueltas. Me pone el compresor sobre el antebrazo y me busca en las manos. Sigue todo el proceso... tres veces más. Tras cinco —¡¡cinco!!— intentos fallidos... y volverme a repetir que no tengo venas, me quita el compresor, se levanta y le pide entre susurros a su compañera que le haga el favor de pincharme ella, «que la mujer esta no tiene venas...», insiste. Yo, a esas alturas, ya tengo lágrimas en los ojos que contengo a duras penas.   La enfermera se sienta ante mí con una sonrisa amable en la cara y me pide con voz suave que le deje un brazo. Asó lo hago. Quita el esparadrapo, me aprieta y ajusta el compresor sobre la blusa, «para que no le pellizque la goma», me dice y me busca con dedos expertos sobre la piel de la flexura. «Aquí hay una» me cuenta con un tonillo esperanzador. Me limpia con una gasita y me avisa, «respire hondo».   —¡Ya está! —me dice al tiempo que me quita el compresor. Ha llenado los cuatro tubos casi sin pestañear.   Me aprieto la gasita que ella me ha puesto con el brazo extendido, tal como ella me indica. Me levanto, le doy las gracias y me voy. No puedo evitarlo, siento alivio de que haya terminado todo bien. Podría haber sido peor, sin duda alguna. Todo habría sido mucho peor si, en lugar de al quinto pinchazo fallido, el otro enfermero se hubiera empeñado en que yo no me iba de allí hasta que fuera él, y sólo él, el que me sacara la sangre. Por suerte no todos son como ese enfermero...
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Llevo dos semanas con esta entrada paralizada, releyéndola, retocándola. sin decidirme a publicarla. Pero la entrada de Rosa Nieto, con motivo del DÍA INTERNACIONAL DE LA VISIBILIDAD ENFERMERA, en su blog titulado, «Decálogo para la enfermera INvisible» me ha dado razón a que continúe. Y así lo hago...
Esto es un relato, sí, pero está basado en un hecho totalmente real. Todos los que lean esto, tanto profesionales de la salud como usuarios y enfermos, saben que no es inventado. Alguno, desde un lado o desde el otro ha vivido una experiencia similar. Por desgracia.   En mi actual trabajo me dedico a tomar muestras de sangre a diario, entre otras procedencias. Y muchas de las personas que acuden a nuestra sala nos cuentas historias muy peregrinas que les ha sucedido en otras salas de extracciones, públicas y privadas. Decirle a un usuario que «no tiene venas» es la más suave y frecuente. Hay otras perlas dialécticas como: «Que tiene la sangre solidificada», «que sus venas están esclerosadas», «que me pone el brazo muy rígido»... Es una pequeña muestra de otras muchas de las estupideces que nuestros colegas enfermeros/as pueden soltarle a la cara a un usuario/enfermo sin pestañear para no reconocer jamás que no está a la altura de las características anatomofisiológicas de la persona que tiene delante para tomarle una muestra de sangre. Que no es que el usuario no tenga venas... es que el enfermero/a es ¿un inepto? Debe serlo para no reconocer su incapacidad para sacar sangre.   El enfermero/a debe poner todo su conocimiento para adaptarse a cada persona que le corresponde atender... y no al revés. Está claro que a muchos y a muchas profesionales de la enfermería se les olvida algo tan básico. No todos nuestros usuarios/enfermos tienen las venas como tubos de butano. Por eso cuando la cosa se pone difícil el profesional debe echar el resto para atender a esa persona de la mejor forma posible, sin menospreciar la labor de tomar muestras de sangre, procurando no hacer daño ni molestia, sin cabezonerías ni ensañamientos y, sobre todo, con respeto a su inteligencia. Que los usuarios y enfermos la tienen, aunque no tengan conocimientos de cuidados de enfermería.  No cuento nada nuevo si digo que no todos los profesionales de la salud son buenos profesionales. La profesionalidad no viene con el título; es un algo que se aprende, que de adquiere y que esa persona debe buscar con ahinco. Yo me esfuerzo a diario por aprender más, saber más y llevar a cabo mis técnicas de la mejor manera posible, cuidando a cada usuario/enfermo que tengo delante como me gustaría que me cuidaran a mí. Pero no todos los enfermeros hacen lo mismo. Muchos son malos profesionales... y otros son hasta nefastos. Y no es que yo sea estupenda y superguay... es que los otros son malos.   Estos meses atrás he tenido ocasión de ser usuaria del sistema sanitario público en el papel de madre de enferma, esposa de enfermo y enferma yo misma... Y he podido observar con mis propios ojos y en primera persona cómo se trabaja. La mayor parte de mis colegas son buenos profesionales, (muy buenos, todo hay que decirlo) y llevan su trabajo de forma correcta y adecuada. Pero por desgracia otros (que siempre son muchos... ¡demasiados!) eran nefastos. Voy a contar sólo lo que yo he vivido en mis carnes:

  • Al hacerme un TAC con contraste tenía miedo. El que me cogió la vía me dijo que cómo me atrevía a donar un riñón si no era capaz de sufrir un pinchacito y un contraste de nada. Salí llorando de la sala sin que el enfermero pestañeara.
  • Pedí que me durmieran antes de llegar a quirófano... se me prometió que así sería. No se hizo. Al final en quirófano, muerta de miedo y supernerviosa, me durmieron a toda prisa. No recuerdo haberme echado en la mesa de quirófano pero sí entrar llorando.
  • Ya en planta, una enfermera apareció una noche e intentó con todas sus fuerzas darme a mí la medicación de la señora de al lado. Al final conseguí que fuera a su control de enfermería y revisara el tratamiento de cada una de nosotras. Y lo hizo. Y regresó riendo: «¡Ay, es que tengo mucho lío esta noche y yo no soy de este servicio...!» Bla, bla, bla...
  • Ingresada tras una intervención de apendicitis, a mi hija le prometieron que si bebía y toleraba le darían ese día de comer. Tenía mucha hambre. El cirujano se fue sin escribir esa orden. Y ningún enfermero fue capaz de llamarle por teléfono para que lo escribiera. Mi hija se estuvo 24 horas de más sin comer por no hacer una llamada. Al día siguiente el cirujano intentó regañar a mi hija por no estar ya comiendo... Yo expliqué lo sucedido en realidad.
  • A mi hija le ponían los botes de medicación y tras finalizar, los retiraban. Aprovechaban los sistemas para no tener que poner uno cada vez. Algunos tapaban la conexión antes de colgar el sistema en el palo. Pero uno de ellos lo dejaba al aire... colgando. Me tuve que dirigir al control y pedir una aguja para tapar la conexión del sistema. Otra de las veces, lo tiré al suelo y le dije a ese enfermero que el sistema estaba en el suelo, para que no se lo pusiera a mi hija otra vez... la guarrindonguez de algunos y algunas me deja estupefacta...
  • En fin... más cosas, pero sería cansino.

Defiendo mi profesión con uñas y dientes. Los que leen esto con cierta frecuencia lo saben. Defiendo mi trabajo y el de mis colegas en todos los servicios de salud y asistenciales hasta la extenuación. Llevo 25 años haciéndolo y lo seguiré haciendo. Pero jamás defenderé al que no hace su trabajo bien. Al que no estudia y se forma para mejorar cada día, al que no se deja la piel a diario, como lo he hecho y lo hago yo, para intentar ser cada día mejor enfermera. Al que no reconoce sus errores o su ignorancia y sigue tan pancho/a haciendo como que no pasa nada. Al que es capaz de dejar a un enfermo sin cura o sin medicación o sin analgesia o sin comer porque no son capaces de hacer una llamada o médicos que se cabrean porque se les llama porque un paciente tiene dolor o insomnio o ansiedad... o hambre.
¿Dejadez? ¿Ignorancia? ¿Pasotismo? ¿Cansancio?
   El motivo da igual. Lo único que importa es que están ahí. Eso sí, son muy pocos; una gota en el mar con respecto a los miles de profesionales que hacen bien su labor a diario, pero cuando a uno mismo como usuario le toca esa gota en el mar...
Sí, hay demasiados malos profesionales. No sé cuantos son. Dos, tres... uno por servicio. Me da igual. Porque para mí, uno sólo, uno, ya me parece demasiado. Demasiado. No pienso defender jamás una mala praxis ni justificarla ni ocultarla ni intentar siquiera explicarla cuando proceda de un profesional de este tipo. Creo que hay algunos que se han equivocado de profesión y no se dan cuenta que trabajan con personas. La defensa que hago de mi labor y la de mis compañeros, los que se dejan a diario la piel en lo que hacen y se esfuerzan por trabajar cada día mejor, jamás tapará una mala práctica de personas como éstas.
Lo peor de todo es que los superiores de estas personas suelen ser conocedores de su mal hacer y lo tapan o lo justifican o hacen que lo ignoran... lo que sea. El caso es que he visto a estas personas mantener su trabajo (sin ser fijas, ojo, o sea que imaginen los que tenían plaza en propiedad) mientras a otros profesionales muy válidos y que hacían bien su trabajo se les ha despedido sin pestañear al vencer su contrato. Creo que hay «enchufes» y recomendaciones muy mal entendidos...¡Demasiados!
Bueno, esto es lo que deseaba hacer. He retocado el texto decenas de veces, lo he releído... una vez y otra. Y aquí está. Creo que el sistema debería tener sus propias herramientas para detectar a estos malos profesionales y poder deshacerse de ellos y que no vuelvan a tocar ni se acerquen a un enfermo o usuario. Algo muy importante falla cuando muchos de estos malos profesionales siguen ahí.
Y por ahora, nada más. Cuidaos, por favor...


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