Revista Salud y Bienestar

Memoria de mi enfermera XLIX: «El ALCOHOLISMO, lo sufre toda la familia»

Por Lolamontalvo
Memoria de mi enfermera XLIX: «El ALCOHOLISMO, lo sufre toda la familia»Imagen perteneciente a El Pais.com
Hoy no voy a contar una historia inventada, ajena o metafórica. Hoy, voy a contar mi propia historia, la que sufrí durante años y años y que marcó mi vida... la de entonces y la de ahora.
El alcohol es una droga social. Todos los mayores de edad, y todos los que no lo son también... gracias a las tiendas de chinos, pueden acceder a todo tipo de bebidas alcohólicas. Unos beben porque facilita la relación social, otros porque les gusta acompañar con un buen vino una comida especial, otros para relajarse... otros para olvidar. Otros para divertirse. Otros...   Hay miles de motivos para beber, la verdad, casi tantos motivos como personas beben. Cada uno se busca la suya. Se puede ser consciente de ello o no. Lo que es cierto es que mucho beben demasiado, pero no se dan cuenta de que se exceden. No podrían pasar sin beber ni un sólo día, aunque creen que pueden prescindir del alcohol cuando les apetezca. Pero nunca les apetece. Son alcohólicos y no lo saben. Sí, esa es la realidad.   Yo hoy día ya no bebo. Le he cogido gusto a la cerveza sin alcohol... ¿Por qué? ¿Por qué he tomado esa decisión? Pues por dos o tres motivos muy bien razonados, pero fundamentalmente porque me crié con un alcohólico al que vi todos los días regresar bebido a mi casa y derrumbarse borracho a nuestro alrededor.   Ese alcoholismo que él nunca reconoció, lo sufrimos todos en casa, todos y cada uno de los que tuvimos la mala suerte de convivir con él. Sus improperios, su desprecio hacia sí mismo, su odio hacia su propia debilidad que vertía en el más débil, su sopor eterno y su sueño empapado en vapores apestosos, un algo cuasi-comatoso que no pocas veces nos llenó de temor. También soportamos sus síndromes de abstinencia, los bichos que vio trepar por su cara y correrle por el cuerpo, su terror inconsolable porque no había despertar posible a tal pesadilla. Sus ingresos en urgencias, también las padecimos una vez y otra, su gravedad, su cirrosis, su diabetes, su enfermedad terminal... su muerte.   Sufrimos en primera persona la violencia emanada de su borrachera, los insultos y el menosprecio, sus miradas cargadas de odio hacia alguno de nosotros. También tuve que sufrir el ir a recogerle a los bares cuando llegaba la hora de comer y no había regresado porque me lo ordenaban con una mezcla de miedo y de pena. Ir a recogerle y regresar a casa sosteniendo su peso y su aliento mareante sobre mi rostro. Cuando surgía la bronca, arrebatada por la impotencia, no pocas veces me largué de casa son la idea loca de noregresar jamás, paseando bajo la lluvia o con el frío más paralizante. Lo que fuera con tal de no estar en la misma habitación.
Sí, él era el alcohólico. Él se emborrachaba cuando no podía tener la fuerza de voluntad suficiente como para contenerse. Con cada chato de vino nos amargó la vida a todos los que con él convivíamos. Él era el enfermo, pero en casa todos estábamos enfermos con él. Enfermos de tristeza, de miedo. Enfermos de odio, vergüenza y despredio hacia alguien que regresaba a casa tambaleandose un día sí y otro no, a la vista de todos, en boca de todos. Y que no hacía nada para dejar de beber.   A algunos les hace mucha gracia ver a borrachos y borrachas tirados en el suelo, medio en coma y revolcados en su propio vómito y en su propia miseria. A mí no. A mí no me produce ni una sonrisa. Porque en una persona borracha no encuentro nada más que un enfermo que merece mi conmiseración. Me produce pena él, sí, pero sobre todo me producen pena los que tengan que convivir con esa persona. En esos momentos habrá alguien en casa preguntándose dónde está, cuando y cómo regresará.
Esta es mi historia. Les aseguro que no me he inventado nada. Es más, no lo he contado todo... Los que sufren hoy día lo que yo tuve que vivir en mi niñez, adolescencia y juventud... más de 15 años, saben lo que me guardo para mí, porque me produce tanta tristeza que sólo pude sentir alivio cuando esa persona murió y dejó de sufrir... y con él desapareció nuestro propio sufrimiento.
       Hoy día veo a otros que sufren lo que yo sufrí, que siguen saliendo a la calle cuando alguien de casa regresa borracho/borracha, que siguen preguntándose cuando acabará todo, que se encogen cuando llegan los gritos, los insultos y la bofetadas. El enfermo debe ser tratado para que la vida pueda volver a ser normal, pero en estas cuestiones no sirven sermones, no valen consejos; no vale explicar qué le ha sucedido a otros. El primer paso es reconocer que se tiene un problema con el alcohol, reocnocerse alcohólico y querer dejar de serlo. Nada sirve si no se dan estas premisas.
Y, por ahora, nada más. Cuidáos, por favor...

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