Me gustaría presentarme. Me llamo... bueno, mi nombre creo que da igual. Tengo dieciséis años. Soy la mayor de tres hermanos, vivo en una gran ciudad y soy una buena estudiante. Mis padres están muy contentos conmigo, porque soy responsable, obediente, buena y cuido de mis hermanos y de mis cosas. Todos a mi alrededor dicen que soy estupenda y una niña maravillosa.Pero ellos no me ven de verdad.Ellos, los que sólo ven lo que les interesan, no saben cómo soy en realidad. No pueden saberlo.Todo empezó hace unos dos años. Con unos catorce años era alta, desgarbada, cargada de hombros... ¡Por Dios, era caballona y vulgar! Mis amigas, mucho más guapas que yo, eran más guays, vestían fenomenal y la ropa les sentaba como a las estrellas más glamurosas de las revistas de moda. Yo tenía la talla 40 y estaba asquerosamente gorda y repugnante. No soportaba mirarme al espejo, ir de compras o dormir en casa de mis amigas y que me vieran en ropa interior. No podía tolerar que la gente se fijara en mis enormes michelines o en los bultos que las cinturillas de faldas y vaqueros provocaban en mis carnes blandas. ¡Me daba asco! Un día, en internet las encontré. Visitando una página de moda topé con Ana y con Mía. Ellas me llevaron de la mano y me recibieron con una enorme sonrisa, sin criticarme, sin tacharme con apelativos ofensivos. Y me explicaron paso por paso qué debía hacer.Pero había una condición: mis padres no podrían enterarse jamás. Ellos no lo entenderían. Entonces y ahora, siempre me están dando la brasa con que coma, con que me alimente, con que estoy muy delgada... ellos no saben nada de nada, no comprenden que no puedo estar tan obesa. Ana y Mía me explicaron cómo hacer creer que comía cuando en realidad guardaba cosas en los bolsillos de la ropa que luego tiraba, cómo hacer para vomitar tras una comida que no se puede evitar, cómo tomar laxantes y diuréticos para conseguir perder peso rápidamente. Cómo pasar días enteros tomando sólo agua y zumos sin azúcar.Miro el calendario de mi ordenador; objetivo: perder 10 kilos en un mes. Así llegaré a cuarenta y cinco. Sí, sí, sé que voy muy despacio, que debería intentar llegar a 40, pero mi madre está muy pesada últimamente y me amenaza con que me va a llevar al médico... ¡¡Qué sabrá ella!!Aún me cuesta mirarme al espejo, no soporto mi imagen. Llevo algo mejor cuando me subo a la báscula. Consigo ir bajando, aunque a veces me da el ansia y me doy un atracón en la misma puerta de la nevera. No importa: vomitar para mí, no es ya ningún secreto.Ay, sí, dentro de poco conseguiré mi objetivo. Ana y Mía son mis mejores amigas. Con ellas, gracias a ellas, soy realmente feliz.
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El problema de la Anorexia y la Bulimia es cada vez más frecuente entre los jóvenes de nuestra sociedad -Ana y Mía es la forma coloquial de referirse a estas patologías; empezaron a ser utilizados por adolescentes con el objetivo de que nadie supiera de qué hablaban-. Antes lo sufrían básicamente las niñas, pero, cada día con más frecuencia, aparecen chicos con estas enfermedades. El origen del problema: resumido de forma harto simple, es un trastorno de la percepción real del cuerpo; se siente la necesidad patológica de alcanzar un peso imposible, porque ese peso le proporcionará la imagen que cree desear. Imagen que es incompatible, en muchos casos, con la salud y con la vida y que no es la primera vez que se lleva penosamente a una persona a la tumba. Esa obsesión que cada día observamos en el mundo de la moda y de los espectáculos por tener un cuerpo 10, por ser perfecto. Esa obsesión que nos inculcan por alcanzar la belleza, obsesión motivada por un dogma que lleva a pensar que lo feo, o no guapo, es grotesco y repugnante. Esa idea machacona que los modistos nos inculcan en cada pasarela de que las personas delgadas de talla 38 o menos es lo único tolerable y elegante, todo ello, insisto, es lo que facilita el que estas enfermedades estén cada día arrasando más vidas y la salud de personas jóvenes, adolescentes e, incluso, niños.Yo tengo 43 años, soy adulta, supuestamente madura y centrada y tengo sobrepeso. He de reconocer que me cuesta mucho trabajo no dejarme arrastrar por la promesa de dietas milagro falaces y de productos adelgazantes estúpidos que me prometen hacerme perder cuatro tallas en un mes. Esa obsesión por esconder el michelín, por aligerar nuestros cuerpos para estar bellos, porque lo gordo es horripilante...En fin.Si a mí, mujer adulta y madura, me cuesta contenerme y no dejarme arrastrar por esos cantos de sirena, qué no hará un adolescente inmaduro y ansioso por gustar a los demás, por encontrar su sitio.El único motor que debería impulsarnos a perder peso en personas como yo, con sobrepeso u obesidad, es el objetivo único de estar sano y evitar ciertas enfermedades crónicas. Los gorditos también tenemos nuestro corazón y podemos ser simpáticos y guays, dicharacheros y amigables. A las chicas con sobrepeso también nos puede quedar bien un bikini o un vestido ajustado o unos leggins. El mundo no es sólo de los guapos y perfectos. O no debería serlo.Y, por ahora, nada más.