Cuando Rodríguez Zapatero introdujo su “Ley de la Memoria Histórica” para recordar a las víctimas del franquismo creó un instrumento que puede convertir en verdugos a algunas víctimas anteriores a la guerra civil, igual que anula a personajes que tras ser acosados por la izquierda, justificaron luego al dictador.
La historia registra hechos con todas sus versiones y estudia las evidencias más objetivas, luego no es memoria, que se basa en los sentimientos de los narradores, quienes, según su ideología, pueden hacer del peor asesino un ángel, y viceversa.
Esa contradicción ha llevado en el ayuntamiento de Madrid, controlado por Podemos pero bajo una iniciativa del PSOE, a pretender eliminar nombres de monumentos y calles de políticos, artistas o escritores, como Muñoz Seca, autor de La Venganza de Don Mendo, fusilado por izquierdistas por ser, simplemente, monárquico.
En la lista creada por la ideologizada Cátedra Complutense de la Memoria Histórica aparecen también el torero Manolete, Mihura –padre de La Codorniz--, Josep Pla, Dalí, Julio Camba, Juan Pujol –el espía aliado que facilitó el desembarco de Normandía--, confundido con un Pujol fascista, y así decenas de nombres.
En la ciudad ya se habían suprimido los principales nombres de franquistas bajo el mandato del alcalde socialista entre 1979 y 1986, Enrique Tierno Galván, pero la ley zapaterista reactivada ahora por Pedro Sánchez hizo que el PSOE solicitara la nueva limpieza que, esta vez, se le fue de las manos al ayuntamiento.
La alcaldesa, Manuela Carmena, se ha echado atrás provisionalmente.
Ahora promete ser más equilibrada, aunque es necesario que recuerde que, con o sin ley zapaterista, ni la memoria es historia ni la historia es memoria, porque esta es subjetiva, sentimental y frecuentemente desequilibrada y vengativa.
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