Miro el árbol con que me señalaron y ataron,
y lo encuentro ya sin víctimas, trapecios y zancos masticados por la prosa y la gravedad exacerbada.
El árbol, ese campeón que nos tuvo acunados con sus lágrimas ajenas, ahora se duerme por la falta de acción, por la falta de un abrazo propio, por la falta que tienen los seres que nacieron para entregarse por entero.
Me gustaría que ese árbol tuviese rostro humano; justo arriba de lo que sé que es su pecho y de sus brazos más fuertes.
Ese árbol, entonces, tendría que decir lo que piensa sobre la gente que ya no camina y que olvidó lo que significa buscar lo que le inspira la mirada de su propia especie.
Tendría algo que opinar sobre el horizonte de quienes lo ven todo horizontal, todo marchito y todo ido hacia caída libre.
Podría hacer música con las costras que se entreveran en su corteza, como las gotas de agua que vuelven a ser un lago o un mar muerto.
Podría sentir que vuela en los acertijos que le deparaba el viento, o las voces que se sometían a los designios de su temporada más violenta.
Me gustaría escuchar lo que ese oscuro agujero recibió alguna vez, como respuesta de mis semejantes; aunque haya sido solamente para irrumpir al silencio.
Sería una oportunidad demasiado delatora.
Ese tronco ya no resiste vaivenes, ni arrastres, ni memoria convertida en palabras; ni olvido derrotado por su propio reino; ni pliegues de temor, justificado en la propiedad por proteger.
Ese tronco hueco ya no es síntoma de derrota, ni cartón apropiado, ni fuego reducido por la naturaleza que ha huido de su obra; como los captores huyeron de sus rehenes, del volcán o de ese ser frente a mí, que se negó a nivelarse con el resto de la vida.
Ese agujero escurre deja escurrir una voz ajena, sobre las deducciones de otras especies, que se atrevieron a comprender la potencia del acto y la fragilidad de las convicciones.
Ese agujero ya no encierra aire, ni rasgos identitarios, ni memorias de quienes fuimos atados para hecatombe; o para ser destrozados en dos sangres, o en prisiones temporales, como las que se hacen cuerpo, exhalan aire y prenden fuego.
Escritor, investigador, docente universitario y promotor cultural. Es doctor en Filología con mención "cum laude" por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED, España), máster en Tecnologías de la Información y la Comunicación en la Enseñanza y Tratamiento de Lenguas (UNED), maestro en Educación con mención en Educación Superior por la Universidad San Ignacio de Loyola (USIL), diplomado en Habilidades Gerenciales (USIL) y licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ha publicado veinte libros de investigación, creación literaria y textos universitarios. Actualmente trabaja como coordinador académico en la Universidad San Ignacio de Loyola, docente de posgrado en la Universidad San Martín de Porres, coordinador del grupo de Investigación Innovación Educativa (INED) y presidente de la Asociación Cultural Retratos Abiertos (ACREA). Ver todas las entradas de Mauro Marino Jiménez