Revista Libros
Charles Dickens.
Memorias de Joseph Grimaldi.
Traducción, prólogo y notas de Eduardo Berti.
Páginas de Espuma. Madrid, 2011.
Fue el payaso más famoso de Inglaterra durante el siglo XIX, el primer payaso moderno, el que asume la tradición del Pierrot de la commedia dell’arte e inaugura otra: la del payaso triste que sobrelleva su infortunio con la risa profesional que pinta en su cara.
Pero además Joseph Grimaldi forma parte de la historia de la literatura gracias a Charles Dickens, que a los veinticinco años, cuando colaboraba en la prensa y firmaba sus obras como Boz, asumió la reescritura de las memorias del famoso payaso. Tan famoso que su seudónimo profesional (Joey) es aún en inglés sinónimo de clown y su memoria se homenajea cada primer domingo de febrero con una multitudinaria comitiva de máscaras, payasos y arlequines.
Estas Memorias fueron para Dickens, además de un trabajo alimenticio bien pagado, un ejercicio de escritura que se publicó en 1838, poco después de Los documentos póstumos del Club Pickwick, la novela que le había dado ya un prestigio considerable, y a la vez que aparecía por entregas Oliver Twist.
El éxito comercial de las Memorias de Joseph Grimaldi fue inmediato, porque se sumaban en ellas dos prestigios: el del payaso y el de un escritor que estaba construyendo un mundo narrativo personal que tiene una enorme capacidad de conectar con el gusto y con el sentimiento de los lectores:
A muchos lectores -escribe Dickens- les parecerá absurdo que un payaso fuese un hombre tan sensible y refinado, pero así era Joe Grimaldi, quien sufrió tremendamente por culpa de su enfermedad y de sus muchos infortunios.
Y aunque esta es una obra evidentemente menor y circunstancial que Dickens despachó en un par de meses, puso en ella un toque personal. Aquí están algunos de los ambientes y los temas que recorrerán su obra posterior, su destreza narrativa para la construcción episódica sobre un fondo documental, su admirable talento en el trazado de los personajes y su mirada a la vez irónica y compasiva:
El asunto concluyó con una severa paliza que hizo llorar de amargura al niño. Las lágrimas que corrieron por su rostro, cubierto de una gruesa capa de pintura “de dos centímetros de espesor”, transformaron tanto su aspecto que Joe ya no parecía ni un pequeño payaso ni un pequeño ser humano. De inmediato, lo llamaron a subir al escenario. Su padre, en pleno rapto de ira, no advirtió el estado en que su hijo subía a actuar, no hasta oír cómo el público estallaba de risa. Entonces, aún mas furioso, Grimaldi padre alzó a Joe y le propinó otra tunda, que hizo vociferar al niño.
El público interpretó esto como una broma genial y los periódicos del dia siguiente afirmaron que era maravilloso ver actuar a un niño con tanta naturalidad, algo que hacía honor al talento de su padre como docente.
Este episodio ilustra bien ciertos misterios de la vida de los actores. Una sonrisa en los labios o unas lágrimas en los ojos, una nota de dicha en la voz o una sensación de pena en el corazón suelen suscitar, una y otra vez, las mismas cataratas de risas y de aplausos. Los personajes de aspecto famélico suelen mover casi invariablemente a risa; el público ya ha cenado.
Páginas de Espuma publica las Memorias de Joseph Grimaldi por primera vez en español traducidas y anotadas por el narrador Eduardo Berti. Y ese es un valor añadido a la novedad de la obra, porque se trata de una estupenda traducción que pone el texto en el nivel de uso del español actual y evita ese aire arcaico que tienen otras traducciones de la obra de Dickens:
En 1782, Grimaldi apareció por vez primera en el Sadler’s Wells, representando el arduo papel de un mono, y tuvo la suerte de suscitar tanta aprobación como la que previamente había conseguido con su rol de payaso en el Drury Lane. De inmediato se convirtió en un miembro estable de este teatro, como ya había ocurrido en el otro, y allí permaneció (con la excepción de una sola temporada) hasta el fin de su vida profesional, cuarenta y nueve años después. Ahora que había firmado dos compromisos –o, mejor dicho, ahora que su padre había firmado dos compromisos en su nombre–, los cuales lo obligaban a presentarse en dos teatros prácticamente a la misma hora, dio inicio su carrera artística. Si aquello era penoso para una persona adulta, mucho más lo era para un niño. Y si bien podría objetarse que Joe Grimaldi recibió siempre salarios muy elevados, el arduo trabajo físico y moral que se vio obligado a cumplir a lo largo de su existencia fue igualmente considerable. Los jóvenes que rondan teatros como los de Sadler’s Wells, Astley o Surrey, así como las salas privadas, deseosos de embarcarse en la carrera actoral porque es “tarea sencilla”, no se figuran los pesares y las privaciones que hay en la vida de casi todos los actores.
Santos Domínguez