De cualquier forma, hablemos.
La señora M. ha alcanzado una edad en la que sus huesos son capaces de mantener con ella largas conversaciones, hasta en el reposo silencioso de las noches, porque el campo, la tierra trabajada, se le ha ido metiendo lentamente en la interlínea articular. Tiene que esperar a que la nieve se haga hielo para alejar sus pasos cortos de las zonas sombrías y alcanzar el Consultorio. Sale de allí con hambre, dos rumores que no la incumben, un papel impreso, un tratamiento nuevo y una promesa, la de recibir una llamada del Hospital. Los días pasan en una repetición de movimientos para comprobar si hay línea. El teléfono suena una mañana y la señora M. agradece que al otro lado la mujer que le confirma la cita no parezca tener prisa y sea capaz de aguardar a que llegue una vecina, a tomar nota del aviso. Poco más de un mes después el taxista le ayuda a subir al coche y emprenden juntos un viaje de una hora, más la espera y el regreso, setenta euros. Baja mareada y un tanto nerviosa, porque no recuerda la hora de consulta y no encuentra la tarjeta sanitaria. Pregunta a tres personas antes de encontrar la sala de espera y se sienta. Le atiende un médico que no es su doctora pero la trata con amabilidad, le explora la pierna con maniobras que ella conoce y le solicita una radiografía. Antes de dos horas sale por la puerta del Hospital con el mismo diagnóstico y un tratamiento nuevo. La señora M. está contenta, aunque no sepa muy bien el motivo.
Publicado por lamemoriadelascalles en miércoles, febrero 02, 2011