Capítulo diecisiete: Los jueves, milagro
Dice que se toma un descanso, que vuelve cuando tenga algo que contar, como si en las cuestiones del corazón pudiera uno elegir. Conan Doyle, un médico victoriano que pretendía pasar a la posteridad escribiendo obras sesudas y lo consiguió gracias a sus novelas policíacas por entregas, harto de su paradigmático personaje, decidió matarle en las cataratas de Reichenbach y tuvo que plegar velas ante la avalancha de quejas recibidas, la de su propia madre al frente. Mientras tanto, vaya la mía por delante.
Las historias de fonendoscopio proponen un acertado paréntesis entre técnicos, pensadores, activistas y plañideros (les dejo el reparto de papeles a su antojo) y equilibran el blog hacia la literatura. La buena, la que nace de historias que suceden aquí al lado sin que muchas veces nos percatemos de ellas y que sin embargo resultan reconocibles desde cualquier rincón. Entre los que algún día pasamos una consulta, escuchamos una anécdota, sentimos frío, compartimos un vaso. Me gusta mucho ese entorno rural y cotidiano tan bien definido por donde se pasea la vida, capaz de convocarte un pensamiento, hacerte un nudo en la garganta o arreglarte una mañana.
Estoy harto de coleccionar ausencias, aunque sean parciales. De las pequeñas derrotas, de los adioses. Sepan que mañana jueves y salvo nueva orden, este espacio quedará vacío y ustedes (nosotros) un poco más huérfanos.