Capítulo 28: Perdido por perdido
Recibo una llamada. Un médico me pregunta abiertamente a cuánto está el cuarto y mitad de comisiones de servicio en nuestra área. Resulta que ha aprobado una oposición en la comunidad vecina pero, en palabras casi textuales: “desde luego no contemplo irme a vivir a Galicia”. Naturalmente. Hasta donde yo sé, cada región acostumbra a convocar plazas dentro de su ámbito geográfico. Llámenlo competencias, llámenlo excentricidad. Y por lo visto, la posibilidad de renunciar a incorporarse si el asunto no conviene es algo extraño, nada frecuente. Con el papel firmado bien enganchado, se inicia una exhaustiva búsqueda de vías alternativas en general conducentes al desplazamiento mínimo: voy a ver si trabajo debajo de casa en lugar de marcharme a Combarro, mi plaza.
En este tiempo he aprendido interesantes términos como “conciliación de la vida familiar”, “excedencia por incompatibilidad” o “te mando a mi representante sindical”, que se utilizan en estas situaciones para enarbolar unos derechos objetivamente legítimos aunque de justificación compleja, teniendo en cuenta que estas maniobras llevan aparejados perjuicios a terceros. Éstos, que asisten expectantes a una renovación minimizada por dichos movimientos inesperados, que aguardan infructuosamente consolidar su situación laboral, tienen la molesta costumbre de ostentar también derechos como trabajadores.
Otra conversación telefónica prácticamente me señala como responsable del desmembramiento de un núcleo familiar, pero el listón de improperios está alto y me cuesta, me cuesta mucho sentir lástima por un compañero que acaba de acceder a una plaza como propietario mientras otros, a los que para distinguirles llamaré compañeros, observan atónitos el baile de un sistema al que no han sido invitados. Que hubiesen aprobado, escuché. No haberte presentado a una plaza que no pensabas ocupar, dije. Lo malo de los subterfugios es que no siempre funcionan como deseamos.