Capítulo 31: Ocho millones de maneras de morir
Será que se acerca el final. Que por algún lado espera una caja vacía y un buen número de abrazos, no todos impostados. Les hablo desde la precariedad de estos días sin brújula, donde hoy puedo ser munición para catapulta y en pocas horas propuesto como Director Médico, no vaya a ser que después la vida gire y me tilden de trepador, especie en expansión. Soy completamente ajeno a la deriva instalada en los procesos de selección de directivos pero reconozco la habilidad de otros para moverse en aguas turbulentas. En el repaso de meses que difícilmente alcanzaran a completar un año va a quedar un enriquecimiento personal, que ahora mismo soy incapaz de valorar (pero me han jurado sobre el Martín Zurro que llegará con el tiempo) y una cada vez más instalada tendencia a pensar que, en el fondo, nada ha cambiado.
Si de aquí a la despedida no ocurre nada inesperado, el asunto más doloroso y que me va a acompañar cada vez que recuerde esta breve experiencia, es haber tenido que prescindir de una de las mejores profesionales del área por una lejana y mal resuelta cuestión administrativa. Una excelente compañera y buena amiga. Todo atendiendo a la más escrupulosa legalidad. Todo limpio, aséptico, conforme a la regla. Pura burocracia. Con el puñado de zoquetes en nómina que a bote pronto se podrían dedicar a otros menesteres que no conllevasen necesariamente contacto con personas, nos cargamos al trabajador que cualquier gestor competente, en interés de la población y del nivel de la Sanidad, mantendría. La rigidez del sistema complica los mecanismos punitivos hasta límites risibles y presta cobijo a la conjura de los necios. Pero tolera sin pestañear estas pérdidas cuyo impacto está muy mal cuantificado.
Será una sobredosis de novelas incorrectas. En las cuales la ley tiene poco que ver con la justicia. Será que se acerca el final y me arrepiento de cosas.