¡Qué vaina con nosotros! No firmamos el acuerdo que firmó un gentío porque nosotros somos más arrechos que el perro de los Branger. Siempre esperamos el último momento para salir con una vaina como esa. Otra oportunidad que se va al carajo porque, claro, nosotros les hacemos más caso a los ricos que están en el exilio. Al poeta Leopoldo, al matemático Julio Borges, a Carlos —dólares— Vecchio, y a Diego Arria. Esos carajos están muy bien. Por cierto, Arria acaba de declarar que el embajador Story, el que nos estuvo gobernando desde Colombia, era el que manejaba el dinero junto con Leopoldo y Guaidó. Es que no servimos para un carajo. Hemos convertido en un negocio este peo de la oposición, y unos se han llenado mientras nosotros damos la cara desde aquí, soportando la dictadura y luchando a brazo partido. Daba gusto verle la cara de orgullo que tenía Juan Barreto cuando lo llamaron a firmar. ¡Carajo, parecía que iba a tomar otra vez el poder de la Alcaldía! El 97% de los representantes de partidos y organizaciones, y otro montón de vainas que conviven en el país, estaban allí, pero faltábamos nosotros, los arrechos, los que no le paramos bola al gobierno hasta que salgamos de él de una vez. No sabemos cómo, porque hemos intentado de todo y más, pero alguien ahí sabrá cómo salir del dictador, porque ya para estas elecciones no es. A menos que estemos esperando el triunfo del compañero Trump y que venga otra vez con la misma vaina de nombrar un interino y volver a lo mismo, porque nosotros somos así: no nos conformamos con fracasar una vez; tienen que ser varias veces para que la vaina se note. Ya en Estados Unidos salió un informe diciendo que las medidas coercitivas unilaterales, o lo que nosotros llamamos sanciones, fracasaron estrepitosamente para salir del dictador, pero eso a nosotros nos importa un carajo. Vamos a seguir pidiendo sanciones hasta que el cuerpo aguante y nos vayamos todos directo al carajo viejo.
La dictadura se dio el lujo de firmar el acuerdo con toda esa gente y al otro día cerrar Caracas para recordar los veinte años de que el dictador anterior se proclamara antiimperialista y mandara a los yanquis para el carajo «porque bastante monte hay aquí y bastantes bolas hay aquí». Pero lo que estaban celebrando no eran esos veinte años; lo que celebraban era que ya habían firmado el acuerdo para jodernos otra vez. Nosotros no aprendemos. Y eso que todo el mundo lo dice y es verdad: tenemos la gente mejor preparada, las mentes más preclaras del país, el talento en bruto está en nuestras filas, pero no le hacemos caso a nadie. No nos podemos ver los unos a los otros y esa vaina es muy grave. ¡Cómo será la vaina que cuando a María Machado se le acerca Andrés —A Cero Cincuenta— Velásquez, la mujer pone una cara de fastidio que no la brinca Ismael García en sus buenos tiempos! Fíjense bien, cuando un marginal se acerca a la Machado, la cara que pone la compañera es para hacer un comercial de desprecio. Así pasa también con el diputado Pedro —Gritón— Carreño: él se le acerca al hombre del garrote y al presidente de la Asamblea para salir en la foto, pero nadie se le acerca a él para nada, porque se nota que ahí tampoco lo aprecian mucho.
El papá de Margot llegó peleando solo. «No firmamos el acuerdo electoral y esta dictadura cerró Caracas para celebrar que ya tienen todo listo. Pasé toda la mañana al lado del mamotreto ese que dicen que se llama Guaicaipuro y que pusieron en plena autopista, y no me podía mover. Y como castigo tuve que ver a ese indio de acero toda la mañana. No me jodan más». Y se fue al cuarto y agarró la puerta y le metió eses carajazo tan duro que la vecina salió gritando: «¿Vienes de la marcha o del firmazo? ¡Muérgano!».
—Estoy en el rincón de una cantina… —me canta Margot.
Roberto Malaver