Comenzamos aquí una colaboración de un amigo y compañero, no sanitario que se enfrenta al sistema sanitario como paciente y que nos cuenta sus experiencias muy clarificadoras.Esperamos que esta colaboración sea sólo el principio.
PINGÜE SUM*Voy a decir algo crudo: Soy Gordo. Lo digo sin tapujos, ni eufemismos; también soy “fuertecito”, pero sobre todo soy gordo. No me pongo la mano en los ojos, a modo de venda, para escabullirme de ver la vergüenza de los que me rodean, porque el gordo soy yo y no la tengo. El que se arrebole ante tal muestra de generosidad cárnica, puede dejar de mirar, de escuchar o leer. Yo no ofendo, ni trato de forma denigrante, a modo de ganado, a aquellas personas que padecen la falta de lustre, ni estoy constantemente recordándole al sordo que está sordo, o al ciego que no vé, o al que tiene la pierna rota que no puede andar. Y, es más, soy un gordo feliz, lo que a ojos de los profesionales médicos, farmacéuticos, terapéuticos, u enteradillos, constituye un pecado mortal de necesidad, que me va a llevar a la mas absoluta de las desdichas. -No te lo tomes a broma, suelen decirme. Y claro, a base de escuchar, y escuchar, y oir, sólo oir al final pues es imposible prestar atención continuamente, he terminado por contestarles. Como el viernes pasado, el 15 de noviembre, cuando he acudido al otorrino del centro de especialidades de Villanueva y, como si de un mal chiste se tratara, me ha diagnosticado que estaba gordo (ya ven, toda la vida escuchando esa gracieta de que “el otorrino me ha dicho que estoy gordo”, y va y se me cumple). Estupefacto como estaba, hube de mirar corriendo la citación, presa de cierto nerviosismo, a ver si era cierto que estaba en el otorrino, o me había confundido de especialista. Por José Antonio Atanasio Moraga