Memorias, desmemorias y novelas

 Unas de mis lecturas preferidas son las memorias. No todas las memorias que se publican, que tengo para mí que son perfectamente prescindibles la inmensa mayoría de ellas, pero si las memorias de escritores (principalmente), actores, cantantes, políticos, etc., que en mi criterio, tan malo o tan bueno como el de cualquier otro, merezcan la pena.

Hechas las aclaraciones que sólo me eran necesarias a mí, por mantener una pose de lector inteligente (dime de que presumes…), el motivo de la entrada no es hablar de los personajes que merecen publicar sus memorias, sino de las memorias en sí.

Se dice que la memoria es selectiva y no lo pongo en duda. Pero la memoria, además de selectiva es, sobre todo, manipulable. Y no necesariamente de manera consciente.

Con un poco de habilidad, se pueden encontrar, entre las memorias de diferentes personajes, referencias a los mismos hechos con muy distintas versiones y aun es mayor la diferencia cuando las referencias son cruzadas, es decir, cuando el uno habla de algo que le pasó con el otro y el otro habla de eso mismo que le paso con el uno. Y eso, en el caso de las referencias amables. Cuando las referencias son maliciosas, incluso malignas, hay que hilar un poco más fino para encontrar la réplica, pues no se suele nombrar de manera directa al contrario, aunque sí se dejan las suficientes pistas para poder localizarlo, y además, rizando el rizo, siempre hay terceros y cuartos que si escriben sobre el mismo asunto poniendo nombres y apoyando, ¡imparcialmente!, la versión del que casualmente es su amigo. Con lo que te puedes encontrar con tres, cuatro o más versiones del mismo hecho.

Es perfectamente posible que me gusten mucho más las memorias que los diarios, precisamente por ese componente novelesco que le da la tergiversación a las primeras, que en el caso de los diarios, por su propia estructura, no digo que sean más sinceros, pues son tan manipulables como las memorias, pero si mucho mas anodinos y demasiado lineales.