Escrito por Diego Arévalo
Los artistas Félix Luque e Íñigo Bilbao se pasearon por diferentes bosques y playas rocosas que formaron parte de su infancia en el norte de España y escanearon en 3D las superficies de esos territorios. Investigan, toman notas, estudian, trabajan, siguen investigando; luego experimentan. Su misión no es únicamente imitar la naturaleza. Fusionan arte con tecnología y el resultado es Memory Lane, un espejo de lo que podría ser el funcionamiento de la memoria mezclado con una serie de instalaciones que nos inducen a reflexionar acerca de la reproducción artificial de la naturaleza a través de la escultura. Memory Lane es, antes que nada, una gran experiencia sensorial y forma parte de aquellos acontecimientos que son necesarios vivir para poderlos entender. Y lo pueden vivir en el Espacio Fundación Telefónica de Lima.
En esta muestra-instalación, todas las salas son oscuras. La primera tiene el centro atiborrado de tubos fluorescentes. Están recostados unos sobre otros, como una escultura hecha de fósforos derrumbándose. El sonido electrónico interactúa con las luces de las luminarias que van desde lo “blanco fosforescente” hasta la oscuridad total pasando por los diferentes tonos del azul, morado y verde. Estamos en un ambiente tétrico, pero sin llegar a ser tenebroso, y la vibración que empaña todo el recinto resulta ideal para la introspección y el aislamiento.
Su efecto me remite a ese tipo de música o sonidos que sirven para expandir la conciencia. Tengo la impresión de encontrarme dando vueltas en el interior de una cueva paleolítica alrededor de una fogata de neón. Qué paradoja. Y más extraño resulta aun cuando me entero del nombre de la obra: Bois Mort, es decir, Madera Muerta.
“Bois Mort, que desarrollé con Damein Gernay, es una instalación de luz. Utilizamos cien tubos. Desarrollamos un sistema para que, de forma manual, se puedan juntar unos tubos con otros y generar estructuras efímeras. Como las ramas que caen en los bosques muertos que hemos escaneado en 3D en Asturias. La intención es materializar esas imágenes pero en vez de ramas utilizamos tubos, y son ramas electrónicas que generan luz y sonido”, comenta Félix Luque sobre la escultura de neón, una manifestación más de la eterna correspondencia entre la materia y el espíritu, pero en la era digital.
Un agujero en el centro
En otra sala, sobre dos pantallas contiguas, la reproducción increíblemente detallada de la materia en continuo movimiento. Aquí, la “realidad” está en “blanco y negro” –así de gris la arroja el escáner–, como para que no olvidemos que es un extracto y no la realidad misma. La imagen no es plana; una cámara se desplaza por el interior de este espacio digital y toda su atención está sobre un enorme círculo negro que está en el centro de la imagen. Todos los elementos de la superficie escaneada –ramas, rocas, hojas– son brutalmente reales y parecen estar siendo drenadas por ese agujero. Continuamente.
Este “cráter” oscuro, curiosamente, paradójicamente, es el lugar en el suelo donde estuvo el escáner mientras, con sus miles y millones de mediciones láser, extraía la réplica exacta de lo que lo rodeaba. Se trata de un “error”, de una limitación de la tecnología. Pero, si bien la cualidad primordial de la tecnología 3D está en robarle a la naturaleza digitalizándola de la forma más realista posible, ¿por qué mostrarnos el “error”?
Pau Waelder, crítico de arte contemporáneo, ve en ese aguajero una ausencia que es más importante que todo lo que lo rodea: “Podríamos interpretarlo como la lógica desaparición del sujeto en toda visión en primera persona: miramos a nuestro alrededor sin vernos a nosotros mismos, y lo mismo sucede cuando es una máquina la que observa. Por más que su mirada sea mucho más precisa, sigue sin captarse a sí misma”. Todas las formas de la materia, la naturaleza, con su rica paleta de colores, que vivimos observando todo el tiempo y que, continuamente, olvidamos, ¿a dónde van a parar?
Rocas digitales
Al frente de estas dos pantallas, muy cerca, hay otro objeto que interactúa. Al inicio, lo confundo como el “proyector” de las imágenes hasta que me doy cuenta de que está en movimiento, de que está interactuando con las pantallas. Me acerco y veo una forma extraña sostenida por un artefacto. Me acerco más y el objeto resulta ser un roca –escaneada, claro–, pero lo asombroso es que no está apoyada sobre, sino que está levitando sobre dicho artefacto, una plataforma motorizada. Esta es otra de las esculturas de la muestra que, nuevamente, enfatiza, juega y nos ilumina sobre la reproducción artificial de la naturaleza.
La siguiente y última obra está aislada en un pasillo estrecho. Es el ambiente más oscuro. Sobre la pared, exactamente frente a mí, un “disco” emana luz desde su centro. El reflejo de esta rebota en el suelo. Eso es todo lo que hay. De forma inmediata, la atmósfera consigue envolverme hasta darme la sensación de “lo sagrado”. Este “disco”, esta especie de sol negro del que sale luz, proviene del escaneado de una superficie rocosa pero que ha sido intervenida por los artistas para crear un círculo perfecto en su centro inspirado en ese agujero provocado por escáner y que ya mencionamos.
Nuevamente la ausencia, nuevamente el vacío. Una laguna de la memoria o la fuente donde almacenamos todos nuestros recuerdos. ¿Qué escoges? Por mi parte, al observar esta escultura me fue imposible no recordar los famosos discos de Fernando de Zsyslo y no sentirme, arrojado en vivo y en directo, a uno de sus portales.
La experiencia Memory Lane deslumbra, acoge, estimula la imaginación y los sentidos. Hay que ir a verla. O mejor dicho, a vivirla, a sentirla, a experimentarla. Va hasta el 1 de julio en el Espacio Fundación Telefónica.
MÁS INFORMACIÓN
Título:Memory Lane
Lugar: Espacio Fundación Telefónica de Lima (Av. Arequipa 1155, Lima)
Fechas: Hasta 1 de julio 2018
Horario: De martes a sábado de 10 am a 8 pm, y domingos de 12 a 7 pm
Precio: Entrada libre