Podemos acaba de asegurar nuevamente que nació para evitar que “Los pobres sean cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos”, falsedad que desmienten todos los datos sobre la evolución económica y social de España y del mundo.
Podemos y las oenegés más activas pidiendo ayudas ponen como prueba de esa pobreza a las oleadas de inmigrantes africanos y asiáticos hacia Europa, y para quienes España será una meta de búsqueda creciente.
La huida no es de la miseria y el hambre, porque ambos males sean mayores en sus lugares de origen: son mucho menores que los sufridos por sus padres, véase su fuerte complexión física.
Es porque gracias a las telecomunicaciones que ahora penetran hasta el último lugar conocen cómo son los países ricos y se proponen vivir en ellos.
Huyen además de las guerras, de la corrupción de sus élites y de la ausencia de garantías legales en sus países que, pese a ello, prosperan aceleradamente desde 1970, cuando empezó a caer la pobreza severa en el tercer mundo, primero lentamente y desde 2000 rápidamente.
Tanto que, teniendo el planeta 7.350 millones de habitantes en 2015, último dato del Banco Mundial, la pobreza severa afecta al diez por ciento de esa población, 735 millones.
De seguir la línea de pobreza creciente que había hasta 1970, el número de pobres severos sería ahora de unos 4.000 millones, personas que carecerían de los alimentos básicos, agua potable, saneamiento, mínima atención sanitaria, vivienda, educación e información.
Esa caída ha sido espectacular gracias a la globalización y al incremento del libre comercio desde 1999-2000, cuando el planeta tenía 6.050 millones de habitantes, de los que el 29,1 por ciento, 1.760 millones, todavía estaban en la pobreza extrema.
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