Revista Cultura y Ocio

Mensaje en una servilleta – @ASorginak

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

El éxito… Qué grandiosa palabra…

Hoy me ha venido a la mente una reflexión que jamás antes había pasado por mi cabeza.

Quizá he invertido tanto tiempo, dinero y esfuerzos en autodestruir mi vida, que, finalmente, y a largo plazo, lo he conseguido.

Siempre he pensado que era un tipo con mala suerte… los que me conocéis sabéis a lo que me refiero…Todo aquel que me ha importado, todo aquello que he amado, se me ha ido escapando entre los dedos, lo he perdido por una razón u otra… Podría aburriros con una larga lista de nombres, pero creo que no viene al caso. Ya los sabéis.

La muerte siempre ha rondado a mi alrededor, llevándose a quienes necesitaba, pero nunca a mí… Puta muerte. Habrías ahorrado tanto dolor si en lugar de haberte llevado a otros me hubieras quitado de en medio…

Pero no, no quiero morir. Nadie quiere morir. Todos pensamos que siempre nos queda una oportunidad más para alcanzar, por fin, la felicidad.

Aun así, hoy, como os digo, me ha sobrevenido ese pensamiento. Ese pensar que quizá yo ya haya quemado todos mis cartuchos, que no me quedan ases en la manga…

En cierta ocasión me contaron una historia, historia que algunos y algunas ya conoceréis, aquella de las dos sacas. Pero, para aquellos a los que nunca os la haya contado, dice más o menos así: A todos, cuando nacemos, nos dan dos enormes sacas. Una contiene todas las cosas malas que te han de pasar en la vida, y la otra, las buenas. A medida que va pasando el tiempo, van saliendo acontecimientos aleatoriamente de una u otra saca. Por lo tanto, aquel que haya sufrido más reveses que situaciones agradables, ha de tener más llena la bolsa de las cosas buenas, y eso es lo que le toca vivir en el futuro. En cambio, aquel que haya disfrutado más de lo que ha sufrido, algún día sufrirá la inexorable compensación cósmica, y tendrá que adaptarse a los destinos del tan famoso karma.

Bien. Yo siempre había pensado que mi bolsa de las cosas buenas estaba casi a rebosar, que ya había prácticamente agotado todo el cupo de desgracias que me habían de acontecer, pero hoy, precisamente hoy, me ha sobrevenido ese pensamiento, tan fúnebre como esclarecedor: “Siempre has vacilado de mala suerte, pero, ¿tan catastrófico ha sido todo?”

Hago balance, miro hacia atrás… Los últimos diez años de mi vida…

(Y Vetusta Morla susurra en mis oídos “Ábrelo, ábrelo… despacio… Di qué ves, dime qué ves… si hay algo…”)

Y entonces me doy cuenta de la cruda realidad.

He derrochado, malgastado, los mejores años de mi vida. Bueno, no. Los he disfrutado, vaya si los he disfrutado.

Ha habido un montón de risas, de amistades sinceras, de grandes momentos. He sido feliz, aunque en su momento no fuera capaz de darme cuenta… Ha habido alcohol, sexo, drogas y rock & roll por todas partes… Y nunca había sentido eso que llevo sintiendo los últimos tres años de mi vida… y que es lo que más me atormenta desde que lo descubrí… “SOLEDAD”.

He pasado, durante diez años, la que sin duda, sería la vida que muchos desearían. No tuve jamás (salvo en algún momento puntual) problemas económicos. Pude permitirme todo lo que necesitaba, incluso muchos caprichos que quizá no hubiera debido darme.
Y no existía la soledad.

Siempre, siempre, hubo unos labios que me besaran, un cuerpo junto al mío en la cama, una voz que me dijera que me quería. Siempre. Nunca me faltó alguien a quien darle mi amor, y de quien recibir el suyo. Siempre hubo aquella con quien caminar de la mano por la calle, con quien ir a cenar, al cine o de copas… Y nunca tuve que preocuparme por dormir solo. No esa noche.

Y lo que es más importante aún. Solo tenía que coger el teléfono, para tener inmediatamente 2, 3 o 10 amigos con los que hablar, salir, o simplemente estar.

Y nunca, nunca supe verlo. Nunca supe valorarlo. Ahora se aparece frente a mí como un mensaje escrito en una servilleta de algún sucio bar, que encuentras por casualidad en el bolsillo del pantalón.

Dicen que uno no valora lo que tiene hasta que no lo pierde…

Ahora son tiempos grises. Nada funciona como debería.

Llevo más de dos años con el puño de la soledad oprimiendo fuertemente mis entrañas. Se acabaron los días de vino y rosas… Y por eso me pregunto: “¿Dónde está la famosa saca de las cosas buenas?”

Mucho tiempo he pasado dándole vueltas a esa pregunta… y hoy, por fin, he visto la respuesta.

Todo lo que pensaba que eran cosas negativas (un desamor, una ruptura, una pequeña crisis económica de uno o dos meses…) eran simplemente la consecuencia de haber gozado de cosas muy buenas… No hay ruptura sin haber habido amor antes, no hay crisis económica sin haber gozado del dinero suficiente para permitirte vivir como deseas…

Y ahora que el desamor se ha asentado en mi vida, que el no tener dinero se ha convertido en mi situación habitual, permanente… Me doy cuenta de que quizá, la bolsa que se me ha vaciado, es precisamente la de las cosas buenas, y no la otra. Que disfruté, pero no supe valorar todo lo que en su momento tuve. Que perdí cuanto tenía por no haberlo sabido gestionar.

Y ahora, justo ahora, es cuando sé, que la saca de las cosas negativas es la que estoy golpeando repetidamente, que dejé pasar mi éxito, que las sombras me consumen…

Solo espero, que alguna vez, una última oportunidad llame a mi puerta. Un último amor. Un último éxito… pues sé que esta vez… esta vez no lo dejaré marchar.

Al menos, sé que si llega, el haber dilapidado toda mi vida, habrá servido para saber aprovechar, y quedarme para siempre, con esa última oportunidad que me llegue.

¿Llegará…?

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