La canción fue retomada por la prensa política como un registro más del repudio a Peña Nieto. Fue la última demostración de semanas donde no músicos como Lora, que no tienen ninguna responsabilidad para con la sociedad y ejercen su derecho a expresarse libremente, sino periodistas y medios de comunicación, han intercambiado su capacidad analítica por un lenguaje soez para expresar su discrepancia con el presidente. Nunca antes se había visto que en la prensa se utilizaran majaderías como sustantivo de la crítica, ni insultos personales como sinónimo de confrontación de ideas. Interesante que la diatriba con un lenguaje ordinario no está ubicado sólo en la selva de las redes sociales, sino en medios establecidos. Paradójico también.
Muchos de quienes ahora gritan, antes eran sumisos. En los tiempos en que el autoritarismo reinaba sobre el sistema político mexicano, algunos de quienes hoy vociferan fueron entreguistas con gobiernos priistas y trabajaron con ellos. Hay celebridades mediáticas que trabajaron en las mazmorras, donde se fabricaba la propaganda del régimen, y líderes de la revolución en marcha que acudieron por favores al despacho presidencial en Los Pinos. Hay muchos más que ni siquiera habían pisado un medio de comunicación y no vivieron cuando ejercer la libertad de prensa tenía consecuencias. Ser crítico hoy es muy fácil; haberlo sido antes era diferente. Denostar hoy al presidente en turno realmente no cuesta; algunos de los que aprovechan la coyuntura, callaron cuando hacerlo significaba jugarse el empleo o se rindieron sin dar la pelea y se fueron del país.
Canciones como las de Lora, que dejaron de ser marginales para ser masivas, son resultado de todos esos años de lucha por la apertura democrática, que pese a todo, sigue todavía en necesidad de expandirse. Las maravillosas redes sociales son la expresión más pura de la libertad, con todos sus excesos, fabricaciones y adulteración de la realidad. No se les puede pedir responsabilidad social como a los medios, que tienen como una de sus tareas no escritas modular, a través del rigor de su información, del registro puntual de los hechos, de la interpretación y el abordaje crítico de las políticas y las acciones, los valores y creencias de la gente, sus percepciones y comportamiento.
Pero el que no lo sean, no significa que la pregunta central que se le debe hacer a los medios no sea también motivo para que, cuando menos, hagan una reflexión: ¿Acabar con Peña Nieto a dónde nos lleva como país? No nos confundamos. De ninguna manera se trata de claudicar ante la crítica ni darle la tregua que algunos intelectuales proponían hace unas semanas. El abordaje crítico de un gobierno y de todos los actores políticos y sociales, así como los agentes económicos, es fundamental para que una sociedad pueda estar informada, ver los contrastes y que tomen las mejores decisiones posibles. La confusión está en cómo se maneja la oposición y la discrepancia por la forma como gobierna Peña Nieto. La crítica no está volcada en su gestión y sus políticas, sino en la persona. Los insultos personales no contribuyen a incorporar nuevas formas de analizar una política o revisar una toma de decisión, sino polarizan y lastiman. No ayudan al cambio, sino enconchan y dan armas a quienes tienen las mentes más retrógradas sobre la libertad.
Pero una vez más no nos confundamos. Peña Nieto no es sólo una persona pública, sino el presidente de la República. Muchos que no votaron por él lo reconocieron como jefe del Ejecutivo al no enfrentarlo desde la clandestinidad, sino en la arena pública. Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato presidencial, entiende muy bien lo que la caída del presidente Peña Nieto significaría, cuando le brinda su apoyo para que se comprometa a una transición de mando ordenada y pacífica. Esto es precisamente lo que está en riesgo.
La renuncia de Peña Nieto no se alcanza a ver en términos objetivos, pero la forma como se le está restando autoridad con el nivel impensable de ofensa grosera, puede ser inclusive más grave. Se está llevando a una descalificación sistemática e irreversible a quien en 2018 será el árbitro de lo que pase en este país. ¿Pensarán las mayorías del coro fácil en el escenario de un presidente sin capacidad en una elección cerrada? Un presidente anulado en un país como México es un peligro para México. No hay ninguna institución que pueda enfrentar una crisis y conducirla por sus acotamientos institucionales. Se requiere mantener la autoridad de Peña Nieto, incluso, para que entregue el poder a la oposición. Pero de mantenerse la tendencia actual, él no estará en condiciones de hacerlo. Vamos hacia la selva, donde el más fuerte será quien gobierne en 2018, dando armas a aquellos que sí pueden cambiar las cosas, pero para mal.