En una de las debilidades humanas están encontrando nuestros ajenos y distantes políticos el mecanismo perfecto para tenernos entretenidos y dirigir el apoyo y la atención masiva al dedo del sabio que señala hacia la Luna. Hablo, por supuesto, de la envidia. Y encima una envidia impuesta. Nos lo hicieron con los funcionarios, nos lo hicieron con los controladores y ahora nos lo están haciendo con los profesores (que también son funcionarios).
Profesoras en una manifestación
El método funciona tal que asi:
- Se quiere meter mano a las condiciones de trabajo de algún área pública. Para qué se le va a meter mano a los políticos, cuyos gastos asociados son simplemente obscenos o a los más poderosos, que ya sea a través de paraísos fiscales o sociedades de inversión están moviendo ingentes cantidades de dinero sin pasar por esa caja que nos beneficia a todos, Hacienda.
- El gobernante de turno, decide mover sus medios afines para decir que, o bien estos trabajadores cobran mucho, o bien trabajan poco, o bien ambas cosas. Esta muy de moda eso de compararnos con otros países, como podemos ver en este artículo de El Mundo. Huelga decir que sólo quieren igualarnos las condiciones en lo que interesa, no se vayan a pensar. Que ya quisiéramos aquí la política fiscal de muchos países, entre otras muchas cosas.
- Del punto anterior se deriva este, en el que los datos, suministrados a conciencia, pasan a formar parte de la opinión pública y se consigue poner a una amplia parte de la misma contra los que están defendiendo sus derechos. Porque, llegado el momento, hay auténticas mareas de fariseos que afirman sin rubor y justifican sus argumentos basándose en que las horas de trabajo de un profesor son sólo las lectivas. Ya. Claro.