Una madre en huelga contra las nuevas exigencias para estudiar del ministro de Educación, José Ignacio Wert, ha creado un eslogan que han adoptado los sindicatos y la oposición en su guerra contra el Gobierno: “Quieren que los alumnos dejen de ser ciudadanos librepensadores para ser mano de obra barata”.
Mano de obra barata, buena frase. Esclavos en fábricas y talleres, en centros de trabajo como los de la primera industrialización, o como los chinos.
Llegados aquí sorprende que haya padres jóvenes del siglo XXI que se refieran al futuro de sus hijos como mano de obra, el viejo lenguaje proletario, y desconozcan que deberían ser mente de obra.
Mentes dedicadas, unas a producir arte y cultura, y otras ideas, tecnologías, y conocimientos que le permitan mejorar sus prestaciones incansablemente, día y noche, sin horarios de trabajo y explotada, a lo que está siendo ya la verdadera mano de obra.
Porque la mano de obra en el mundo avanzado está dejando de ser humana y volviéndose robótica.
Los trabajos duros y baratos lo hacen ahora complejísimas máquinas dirigidas por programas informáticos que están haciendo desaparecer el “sudor en la frente” que generaba la actividad de los humanos desde que existen.
Tenemos el fenómeno ante nosotros y no lo detectamos. Es algo sobre lo que nos ilustra Andrew McAfee un investigador jefe del MIT que explica el cambio revolucionario que vivimos: estamos siendo sustituidos como mano de obra por los androides, por las máquinas. Véase. Tiene subtítulos en español.
Nos queda la “mente de obra”, para la que deben prepararse las nuevas generaciones; parece que lo hace mejor el ministro Wert obligando a estudiar más, poniendo más duro el bachillerato, que esa madre tan admirada que ve a sus hijos como mano de obra. En paro, naturalmente.
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