Hay una espiritualidad mental y una espiritualidad del corazón, del alma.
La mental puede ser coherente, pero no consistente, linda pero no bella, informa pero no transforma, tranquiliza pero no apasiona, acomoda pero no desestructura, condiciona el alma y no la libera…
La espiritualidad mental sirve al ego, la del alma sirve a Dios y a su creación.
Puede ser lógica pero no creíble, atractiva pero nunca original, y es una espiritualidad que no tiene el poder de revolucionar nuestra existencia hacia expresiones más amorosas porque nos separa de la vida, porque no está viva y nos pone en contacto con el vacío existencial obturando nuestro viaje natural como seres divinos encarnados hoy aquí para ser expresiones de dios, hombres divinos y mujeres divinas en la tierra…
La mente es una herramienta maravillosa, pero suele articularse para atender las necesidades (o exigencias) del ego, el afuera, los requerimientos que impone la cultura, el mercado y sus manifestaciones… Mientras vamos, sin darnos cuenta, haciendo esto, la mente y el ego (nuestra identidad mental) terminan adueñandose de nuestras vidas, y poco a poco perdemos así nuestra conexión esencial, las ganas, la vitalidad, la orientación y sentido existencial, nos enfermamos y enfermamos la tierra con muerte, corrupción, explotación, porque negamos la vida.
Al menos en mí caso, en esta etapa de mi viaje, la tarea actual consiste en retomar la conexión con mi alma (mi identidad esencial), permitir que poco a poco se exprese con un mayor caudal en mi vida, y ubicar a la mente en su rol instrumental, un proceso que experimento con intenso dolor y con intenso amor.
La espiritualidad mental es una pseudo espiritualidad vacía de amor, de acción, de vida… ¿cuál es tu espiritualidad, la mental o la que brota de tu propia alma?
Por Andrés Ubierna