Revista Política
En el camino de avanzar en la jihad -el cuarto de sus cinco mandamientos- los Hermanos Musulmanes no han ahorrado en esfuerzos; siempre han sabido cuál era el objetivo y con mucha paciencia se han servido de la integración que le han brindado en occidente, han construido sus mezquitas en occidente, han estudiado en EE.UU. y en Europa, se han infiltrado dentro de las principales instituciones occidentales, han pedido sensibilidad y respeto hacia su religión y sus tradiciones consiguiendo, la mayoría de las veces, el servilismo de éstos y se han mostrado agradecidos a los países que los han acogido mientras, como secta terrorista, planeaban atentar contra ellos.
Los Hermanos Musulmanes desde su fundación han focalizado a sus enemigos; primero contra los colonos franceses e ingleses en Egipto y contra todos aquellos egipcios que les apoyaban, después contra Israel tras su refundación en alianza con el nazismo, para completar con EE.UU. y Europa en una jihad a escala global.
A pesar del odio hacia occidente, como diablos que son, no tuvieron reparos en llegar al poder negociando y siendo financiados por aquellos que pensaban cómo debía ser, según su estrategia, el nuevo mapa de Oriente Medio después de animar a los Hermanos Musulmanes a buscar la desestabilización principalmente en Túnez, Libya y Egipto y la derrocación de sus dictadores; los mismos que han empujado las revueltas en Marruecos, Jordania o Sudán y los mismos que han provocado la Guerra Civil en Syria, el país de Oriente Medio más alejado de Washington.
EE.UU. y Europa, tal vez llevados por el optimista primer mandato del presidente turco Erdogan -como miembro de la OTAN y en negociaciones para ser socio de la UE- vieron en el moderado islamismo político una oportunidad de ejercer un mayor control sobre esos países soberanos y apostaron por la organización de revueltas populares para provocar los cambios de gobierno y dar paso a un nuevo escenario más manipulable para sus intereses; cambios democráticos en países que no han conocido democracia era lo justo para vender su apoyo, su alegría y sus felicitaciones a los ciudadanos que estaban experimentando el cambio de la dictadura a una moderna democracia con el Islam político al frente.
Por los resultados vistos primero en Libya, después en Egipto, y por lo que se está viendo últimamente el Túnez y en Turquía, se conoce que los think tank han querido escribir una página más de la historia sin ni siquiera pararse a conocer quiénes eran sus macabros socios en la aventura; una aventura que ha costado miles de vidas y miles y miles de millones dólares; una aventura en parte financiada con los petrodólares qataríes y, en menos medida, saudíes; una aventura que, como en Iraq o Afganistán, no ha hecho más que empeorar las pobres condiciones que los países tenían antes de la revuelta; una aventura que ha llevado terrorismo donde no lo había -caso de al-Qaida en Túnez- o ha dado paso a una ola de terrorismo que ni Dios sabe cuándo podrá parar pues, con estas aventuras, han conseguido que muchos que apoyaban a los Hermanos Musulmanes como organización caritativa ahora justifiquen el uso de las armas contra los que antes no consideraban ni siquiera enemigos y que los que estaban más atentos al incendiario dictado de la hermandad ahora empuñen las armas para atentar.
Pero en un acto de cinismo, algo que sobra en la hermandad musulmana, los cofrades egipcios se lamentan del apoyo que occidente -especialemente EE.UU.- está ofreciendo al nuevo gobierno egipcio asegurando que son los que están sosteniendo la acutal situación y al actual régimen. La tergiversación, la manipulación, el asesinato y la mentira están en el ADN de los Hermanos Musulmanes desde que se fundaron y esta aseveración, después de saberse el trato del desteñido de Obama con ellos, no es más que una llamada a filas a sus mártires y una justificación por adelantado de los futuros actos terroristas que, en cualquier parte, llevarán a cabo justificados por la jihad.