Se dice que todos nacemos con un futuro trazado, al menos así era para mi, pues había adquirido una herencia maldita de mis ancestros y aunque todo apuntaba a que se cumpliría, sin duda el destino puede cambiar.
-Mi testimonio-
De descendencia mística e inclinación fuertemente espiritual, crecí con la certeza que podía adivinar no solamente mi futuro sino el de los demás, con miras a hacer más fácil el alcance de la tan anhelada felicidad a la que todos creemos tenemos derecho. Entonces empecé a nutrirme con literatura esotérica en mi edad juvenil y a asistir a todo tipo de eventos que tuvieran que ver con la nueva era y la adivinación.
Fue así como se empezó a abrir ante mis ojos un camino que, a mi forma de ver, traería realización espiritual y financiera, por lo que comencé a adquirir conocimiento leyendo todo lo que me sirviera para poder adquirir el don de adivinar el porvenir y la anhelada experiencia. Claro que para esto último no tuve que mover un dedo, pues no faltaron aquellos «conejillos de indias» que el dios del mundo me entregaba y que gustosos pagaron por que les predijera el futuro y les ayudara a alcanzar rápidamente salud, dinero y amor a través de riegos, baños, rezos, creencias, agüeros, talismanes, velones, etc., y yo gustosa lo hacía, pues mi beneficio no era solo económico sino espiritual, pues cada vez que entregaba a mi actual “jefe” arras de las almas de cada uno de mis consumidores con un bono adicional herencia maldita a sus descendencias, era premiada con un don adicional.
Al pasar el tiempo, ya contaba con buena experiencia en el tema: podía leer todo tipo de cartas, el talismán, las runas y hasta un pocillo de café, con una facilidad que me dejaba sorprendida y que sin dudarlo sabía que no solo respondía a una herencia familiar, al haber alimentado mi curiosidad espiritual más oscura, sino a alguien más que estaba manejando los hilos de mi vida. Sin embargo no me interesaba, por el contrario deseaba saber más y tener más poder de manejar lo que se puede y no se puede ver.
Al transcurrir los días, mi fama de vidente se hizo más popular, llegaban a mi puerta personas tristes, amargadas, desesperadas, deseosas de cambiar su vida, pero aunque me lucraba con sus problemas, la tristeza y el inconformismo se adueñaban con más fuerza de mi corazón. Terminaba pasando horas en un sillón llorando y sintiéndome vacía. Cómo era posible que pudiendo ofrecer con mi oficio algo de falsa felicidad para los demás al cerrar la puerta mi vida se estaba destruyendo y cuando usaba mi propia medicina tenía efecto poco duradero? Lo que resulta controvertido es que en mi desesperación pedía ayuda a un Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente, del cual había oído hablar pero que realmente no conocía, porque si así fuera tendría que saber que Él aborrecía lo que estaba haciendo (Lev. 19:26), que según sus mandatos me condenaría (Apoc.21:8); ignoraba que dentro de sus mandamientos prohibía la adivinación (Deut.18:9-12), y yo que muchas veces blasfemé su nombre antes de empezar una sesión.
Tiempo después vine a entender que era un falso dios el que me estaba doctrinando y esclavizando mi vida y ganando derecho sobre mi descendencia. Ese dios del mundo que tentó al mismo hijo de Dios en el desierto (Lucas 4), que ofrece riqueza y fama momentánea a cambio de del alma y de apagar el espíritu.
Gracias al Dios desconocido que ofrece misericordia a los seres humanos que habitan este mundo, pues hasta el momento no encuentro otra razón para que me hubiera liberado de la condenación a la que estaba sentenciada desde antes de nacer, atravesé por una crisis emocional que aunque acabó con mi hogar, partió mi vida en dos y por su gracia empecé a ser restaurada por el más amoroso alfarero (Jeremías 18)
En ese duro proceso de ser quebrantada y nuevamente moldeada sentí que estaba en una verdadera guerra espiritual entre el bien y el mal. Muchas veces las fuerzas me faltaron, llegué al punto querer acabar con mi existencia y lo intenté, pero había alguien que estaba luchando conmigo y por mí. Empecé a ser sanada y transformada y aunque perdí económicamente todo lo que ese otro dios me había dado, nada era mejor que la paz que reinaba y taladraba mi alma. Fue un camino difícil, aún tengo cicatrices de mis malas decisiones, tuve que ir por aquellas almas que junto conmigo fueron engañadas, muchas me escucharon otras todavía se burlan de mi cambio, pero lejos de atormentarme me recuerdan que la lucha no es contra carne y sangre (Efe.6:12), por eso sigo clamando por ellas ya en el camino correcto, que no encontré mágicamente como estaba acostumbrada, pero que me lleva a estar diariamente en los brazos de un padre amoroso que rompió mis cadenas y la maldición que había sobre mi descendencia, que me sostiene en cada batalla que debo librar, que sé que estará conmigo hasta que cumpla mi propósito en esta tierra, y lo mejor, que me da lo que ningún otro dios podrá darme: vida eterna!