Carola Chávez.
Giuseppe Messaglio, como cada día, se dirigió a una plaza, buscó un banco vacío y se dispuso a leer el periódico, un Corriere della sera de esos que se quedan olvidados en alguna mesa de algún café. Chi cazzo sono queste donne?- se preguntó Giuseppe al ver una foto de tres perfectas extrañas ocupando casi la mitad de la portada. Un conmovedor titular le respondió: “Lilian, María, Mitzi, tre madri contro Maduro”.
Giuseppe, que es uno de los más de tres millones de italianos sin empleo, mirando la foto de las tres mujeres: dos de ellas muertas de la risa, la tercera, con la mirada perdida entre el horizonte y otra galaxia; exclamó: ¡Ah, Venezuela! Estaré desempleado, almorzaré un potaje grumoso en un comedor de beneficencia, pero tengo champú y sobre todo, tengo libertad. Giornale di merda!
En España, con sus la primeras planas uniformadas, Venezuela-se-cae-a-pedazos-mente, los periódicos, desde los kioscos, miran pasar las manifestaciones, mudos. Ayer, la de los enfermos de hepatitis sin tratamiento médico, hoy la de los estudiantes por universidad pública y contra los recortes en la educación, mañana, los desahuciados; todos ellos enfrentando la ley del garrote que alegremente aplica la policía contra esa manga de ociosos que se quejan sin pensar en Venezuela todo es peor. Y que nadie tome una foto a un policía sonriendo mientras carga contra un ciudadano, y ni se le ocurra tuitearla, porque entonces un juzgado e aplastará con “todo el peso de la ley”. Pero claro, es en Venezuela donde no hay libertad de expresión… ¡ni papel toilette!
En Brooklyn, Jerome Williams, buscaba en la web de CNN información sobre los tres detenidos, ahí, en su vecindario, que querían matar a Obama en nombre del Estado Islámico. No encontró lo que buscaba pero sí un reportaje que le dijo que “la dictadura venezolana reprime y mata impunemente”. Fucking communists! -Dijo, mientras que el policía -por nombrar a uno solito de tantos- que estranguló a Eric Garner anda libre por ahí. The land of the free -white man-.
En Venezuela, José Luís Gómez, sentado en una terraza, bebe mentiras de tinta extrajera mientras se le enfría un café. Mira a la calle: no hay humo, balas, gritos ni sangre… En las calles venezolanas, lo que hay es un pueblo inquebrantable en su empeño de vivir en paz.