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Por Caldero @Cantamunconte
El otro día estuve comiendo en casa de un amigo al que no veía desde hacía años y me hizo unos espaguetis. Si es que se le puede llamar así a la asquerosa plasta informe, que me ofreció sobre un chorreante plato a rebosar; compuesta por una viscosa pasta blanca a medio derretir, recubierta de o más bien bañada en un dudoso tomate frito de aspecto vomitivo, o incluso de vómito. Siempre cocinó fatal el pobre aunque eso sí, con las mejores intenciones. Así que no le dije nada. En lugar de eso, aproveché un instante de descuido en que estuvo pendiente del postre para pasar parte de la ración de mi plato al suyo con gran disimulo. Después hubo un momento en que  se ausentó, probablemente para ir al lavabo, y yo repetí la operación anterior, esta vez con el plato del perro. Del perro de mi amigo quiero decir. Cuando éste regresó ya casi no me quedaba comida en el plato y le dije que no podía más. Vacié el resto en el cubo de la basura. Estaba muerto de hambre y pedí un poco de fruta a mi anfitrión que en lugar de comportarse como tal y traerme la dichosa fruta, me contestó que había comido ya mucho (si él supiera...)  y que era mejor reservar mis fuerzas para el delicioso postre que me había preparado. Me eché a temblar. A todo esto charlábamos y  charlábamos, nos poníamos al día el uno al otro acerca de nuestras respectivas vidas y el curso tan distinto que habían tomado una vez nos separamos al finalizar él sus estudios, y dar yo por terminados los míos con antelación. Como era de esperar en vista de los derroteros por los que se conducía nuestra conversación, llegamos a ese punto culminante de todo reencuentro en años, en el que ambos o uno al menos de los milagrosamente reaparecidos, se pregunta el cómo y también el por qué, no ya de la brusca separación sino del progresivo distanciamiento entre los que habían sido uña y carne en otro tiempo, es decir, nosotros dos. “No era cuestión de buscar culpables; no debíamos pensar quién, o por culpa de quién ha sido, sino: ¿Qué pasó?, ¿Qué fue lo que pasó?” Todo esto me lo iba diciendo mi amigo a la vez que engullía sus propios espagueti mientras mi estómago en cada vez peor estado, amenazaba con rugir como un desesperado de puro desmayo unas veces, y con remitirme las tostadas del desayuno otras. Yo contestaba a sus demandas vagamente, las de mis vísceras y las de mi colega, procurando apartar la vista de su boca cada vez que una nueva cucharada acudía a ella. ¡Qué asco! En esto, un pitido proveniente de la cocina me libró definitivamente de la visión de aquel espanto, ya que se trataba de la alarma del temporizador del horno. En efecto el postre estaba ya listo._ ¡Arroz con leche! - anunció mi amigo desde la cocina._ ¡Tengo que ir al lavabo!- le contesté yo ya desde el pasillo.Cuando regresé al comedor las viscosas sobras del plato italiano habían desaparecido y en su lugar sobre el mantel, había ahora sendas cazoletas de barro, y en su interior lo que pretendía ser el arroz con leche cocinado por él. Solamente olerlo ya tiraba para atrás. Tenía un aspecto tan sucio y humeante como una cloaca. El arroz originariamente tan blanco, había adquirido no sé cómo en la versión de mi amigo, un tono marrón parduzco, casi el color de la mierda, y una consistencia y textura pastosas. Sin duda estaba pasadísimo. Pero no sólo eso, el mismo caldo ligeramente anaranjado, despedía una fetidez a leche o mantequilla cortada que se dejaba asomar por entre el resto de los olores, canela y limón, lo que era aún más difícil de soportar, como cuando alguien se pone colonia o desodorante después de haber corrido una maratón, sin haberse duchado previamente... Es un decir.Mi cerebro comenzó a funcionar tan rápido como no lo había hecho nunca en el trayecto que iba desde la puerta del pasillo, por donde acababa de entrar, hasta mi asiento en la mesa. Pensé maquinalmente en todas las posibilidades: “¡Uf! arroz con leche, no me gusta”. Deseché esta opción en el acto porque mi amigo conocía la verdad, que me apasiona el postre. “¡Qué bueno! Lástima que ya no tenga apetito”. Hubiera sido convincente de no haber pedido fruta con antelación, fruta que por cierto no vi ni en pintura. “Mira, te lo voy a decir claro, no pienso comerme eso, tiene un aspecto asqueroso. Y chico ¡qué quieres que te diga! Dedícate a otra cosa, deja la cocina...”Era la pura verdad pero no me atrevía a decírselo. Le hubiera resquebrajado su corazoncito y además, por otra parte, yo nunca había sido sincero  con él en esto. De hacerlo en aquel momento, hubiera quedado como un mentiroso, un hipócrita, o en cualquier caso alguien que no es de fiar. Por no decir la verdad desde el principio en un asunto tan trivial como lo son las aptitudes culinarias de un colega. Me consolé pensando que no debía ser el único que sufría los honores (¿O debería decir horrores?) de ser invitado a comer o cenar en su casa, y que por consiguiente tampoco era el único embustero.Me dejé caer con un suspiro en la silla ante la mirada expectante de  mi amigo, dispuesto a arriesgarme de nuevo a ser cogido por sorpresa en la operación de vaciar mi plato donde buenamente pudiera. Lo que me fue imposible porque por lo visto, aquello era la especialidad de mi  ex – compañero de estudios y no me quitaba ojo de encima, esperando verme por fin probar el postre y juzgarlo "exquisito" como "todo lo que sólo él era capaz de cocinar". Esa había sido la crítica recibida por el postre en cuestión en otra ocasión que se lo ofreció a otro amigo. Era muy acertada cambiándole ligeramente la intención, sólo él era capaz de guisar semejante guarrería, peor incluso que los boloñesa que no tuve el gusto de catar. Para colmo mi colega reanudó la conversación que habíamos truncado con el aviso del horno y me estuvo martirizando con los motivos y las causas, inexplicables a su entender, de que poco a poco y con el tiempo nos hubiéramos ido distanciando él y yo hasta llegar a un punto de incomunicación total. “Con total ausencia de invitaciones a comer...” me dije a mí mismo mientras me tragaba aquel potingue cucharada a cucharada, bajo la mirada atenta de mi ya para siempre ex – amigo.Aquella noche me dio un cólico de madrugada y mi mujer me llevó a urgencias a bordo de un taxi. Allí me realizaron un lavado de estómago y allí permanecí cuatro horas, dolorido, acordándome del arroz, del cocinero, y su queridísima madre. Hoy, dos días después, al abrir el periódico local por la mañana, he encontrado casualmente la noticia del hallazgo de dos cadáveres, un hombre de 45 años y su perro, fallecidos ambos por indigestión hace un par de días según la autopsia. ¡Benditos espagueti!.

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