Revista Cultura y Ocio

Menuda sorpresa – @Netbookk

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Vértigo.

– ¡Espera, no cierres, por favor!!!

El grito llega justo a tiempo. Pongo la mano en la célula fotoeléctrica y las puertas del ascensor vuelven a abrirse.

– Gracias – me dice una sofocada desconocida-. Creía que no llegaba, no es fácil correr con tacones y esta falda tan estrecha…

Estrecho sí. De pronto la caja del ascensor se convierte en un espacio diminuto. Ella no es muy alta, uno sesenta y algo, más o menos. Morena, melena rizada, vestido negro con la falda por la rodilla, taconazos y medias negras. Un pañuelo tapando estratégicamente su generoso escote; labios rojos y sensuales, manos pequeñas con las uñas cuidadas y pintadas del mismo color que los labios. Unos discretos pendientes, un bolso de marca y un buen reloj completan su atuendo.

– ¡Oye! – Su voz me devuelve a la realidad después de la radiografía – ¿Estas sordo? ¿Me puedes decir a que piso vas, por favor?

Está muy guapa con el ceño fruncido, pero su gesto de enfado me sugiere que conteste rápidamente.

– Discúlpame, no te había oído. Voy al último piso – le contesto educadamente, esperando que no se me haya notado mucho el rápido repaso que le he dado a su aspecto.

– Menos mal que has despertado… – me contesta, mirándome de reojo y con cara de pensar que, seguramente estoy un poco atontado, lo cual me provoca una media sonrisa.

Ella pulsa el botón del último piso de la Torre: el 65, y me da, orgullosa, la espalda dejándome sin saberlo que acabe de componer completa, su imagen. El ascensor cierra las puertas y empezamos a subir los dos solos hasta el último piso de la torre más alta de la ciudad. Ella sigue de espaldas mirando fijamente las paredes de cristal muy concentrada en su enfado. De pronto se gira y me pregunta a bocajarro:

– Oye… Porqué las paredes son de cristaaaaaaaaaaallllllllll????

Un grito inhumano ha salido de su garganta, cortando la pregunta que estaba haciéndome. Parece mentira que un cuerpo tan menudo pueda tener esa potencia vocal – pienso – ¡Me ha dejado sordo! Y eso no es todo, de un salto se ha agarrado a mi brazo y está clavándome las uñas con todas sus ganas, arrugándome la manga de mi nuevo traje de lino azul…

– Auuuuu! – Ahora soy yo el que grita, pero parece que mi grito no le afecta lo más mínimo – Pero ¿qué te pasa?

– Ascensor. Cristal. Subir… ¡Vértigo! – acierta a gritarme, mirándome fijamente aterrorizada.

Miro a mi alrededor y entonces la entiendo: el ascensor va por la planta tres y desde ese piso hasta el 65 es exterior. Un minúsculo prisma de cristal subiendo lentamente pensado para que se puedan admirar las vistas de la ciudad. Una delicia para cualquier persona… salvo que sufra de vértigo.

– ¿No sabias que era un ascensor panorámico? – le pregunto, a la vez que aprovecho para acercarme un poco más a su cuerpo, que tiembla como una hoja – Se construyó precisamente para eso, para disfrutar del paisaje. Precisamente ahora al atardecer, es cuando las vistas son más bonitas. Mira – le sugiero.

– No. Por favor – me ruega, mientras entierra su cara en mi pecho – no me hagas mirar. Sufro de vértigo y para mi es horrorosa esta situación. ¿Por qué piso vamos? – me pregunta mirándome directamente. Y puedo ver el terror pintado en el fondo de sus preciosos ojos verdes

– Piso 10 – contesto. Y se estremece. – Todavía faltan más de 50 pero todo está bien – le digo intentando transmitirle seguridad. A la vez que le paso mi brazo libre por encima del hombro, quedando así estrechamente abrazados y puedo comprobar que huele muy, muy bien. – Venga mujer, tranquila, que este ascensor es completamente seguro. Lo sé bien, porque es un diseño mío.

Al escucharme decir eso, sus ojos se convierten en dos estrechas ranuras que destilan un inmenso odio hacia mi persona.

– No se puede decir que sepas como tranquilizar a una chica en estas situaciones – me contesta con voz enfadada – al subir a este odioso ascensor me has parecido un pelín atontado y ahora, en medio de un ataque de pánico, ¿solo se te ocurre decirme que esta trampa mortal, la has diseñado tú?… te estás cubriendo de gloria chaval.

– Pero, lo he conseguido ¿Ves? – le contesto sonriendo. Sin soltarla del abrazo, claro. Me gusta sentir su calor. Al acercarse tanto, al estrecharse contra mí, la profundidad de su escote ha adquirido dimensiones verdaderamente peligrosas… Un abismo tentador que me encantaría explorar despacio. Puedo notar su respiración agitada contra mi pecho y eso me excita todavía un poco más. Mi mano libre ha recorrido su espalda, suavemente, notando los finos tirantes de su ropa interior. Son dos hilos finos, lo que me lleva a imaginar puntillas delicadas y sutiles… y eso sigue excitándome un poco más. Me temo que de un momento a otro y dada la cercanía de nuestros cuerpos va a ser imposible disimular mi incipiente erección. Y este ascensor panorámico no se caracteriza por su rapidez…

– ¿Qué has conseguido? – me replica, todavía enfadada pero un poco más interesada. Ha relajado la presión sobre mi brazo, sin embargo, sigue muy cerca y no rechaza mi estrecho abrazo. Me mira fijamente, muy seria. Esta preciosa, tan tentadora.

– He conseguido distraer, un poco, tu atención y hemos avanzado hasta el piso quince. Al volcar toda esa ira sobre mi te has relajado y has olvidado tu problema. Ahora me miras de otra forma, creo que ya no te parezco tan atontado. He captado tu atención y, a partir de ahora, quiero que te relajes y te concentres solo en mi voz – mientras le cuento eso, mi mano ha ido bajando estratégicamente por su espalda hacia territorios más emocionantes…

– Vale. Si. Es cierto… Pero como no quites de inmediato tu mano de mi culo, por mucho vértigo que tenga, la hostia que te vas a llevar va a hacer temblar este ascensor. ¡Listillo!

– Ja, ja, ja… – su mirada furiosa y el tono de sus palabras me han hecho reír, y subir la mano. Pero no he relajado el abrazo – De acuerdo me has pillado, pero tan solo era para distraerte otra vez. ¿No te das cuenta?, cada vez que consigo distraerte, han pasado varios pisos…

Sus ojos me dicen que no está segura de si lo que le estoy contando es una milonga o si, efectivamente, mis trucos funcionan. Ya vamos casi por la mitad del camino y quizá el darse cuenta de ese detalle le ayuda a relajarse un poco.

– Bueno – admite a regañadientes – quizá tengas razón. Y que esto del vértigo tan solo necesite distracción para que lleguemos arriba, pero como se te ocurra…

No la he dejado terminar. Para reñirme con convicción ha tenido que mirar hacia arriba, a la cara directamente y no he podido resistirme… Tan solo he tenido que bajar un poco la cara, sus labios son suaves y tentadores. El primer beso es un poco brusco, pero poco a poco se va relajando. No me ha rechazado, más bien todo lo contrario. Me la he jugado a una carta y ha salido el as. Estaba tan cerca, tan frágil y tentadora, que no tenía elección… Me separo un poco y veo que ha cerrado los ojos.

– ¡Funciona! – le digo suavemente – Ves como mi…

– ¡Cállate y bésame, tonto! – Me replica, rápidamente, sin abrir los ojos. Acercando su cuerpo al mío un poco más – necesito distraerme. Me gusta como besas y como hueles…

Sus deseos son órdenes, pienso, mientras la estrecho un poco más entre mis brazos, notando como su cuerpo se relaja poco a poco, beso a beso… Sus brazos me han rodeado el cuello y una pierna se mete entre las mías subiendo lentamente. A estas alturas (nunca mejor dicho) mi erección es más que considerable e inevitablemente, su rodilla roza mi parte más sensible… y compruebo como es capaz de sonreír mientras me besa.

– Puedo comprobar que no te afecta el mal de altura – me dice mientras me mordisquea el labio inferior, sonriendo traviesa – me gusta lo que noto a través del pantalón.

– A mí me encanta lo que noto a través de tu falda – le contesto, acariciando su espléndido trasero.

– Al final va a resultar interesante este viaje – me replica, susurrando mientras muerde suavemente mi oreja y me acaricia la nuca.

– ¿También vas a la fiesta? – le pregunto, bajando mis labios por su cuello, en dirección sur.

– Si. Pero, recuerda que debes mantenerme distraída. ¿Cuántos pisos quedan? – pregunta, mirándome fijamente a los ojos comprobando mi reacción, mientras libera mi brazo y con la palma de su mano, me acaricia por encima del pantalón mientras echa ligeramente el cuello hacia detrás aceptando mis besos que bajan decididos, explorando su escote.

– Piso 40. ¿Ves? Mi táctica funciona – le digo acariciando su pecho por encima de la tela del vestido.

– Y la mía, también. No queda nada para llegar, ¿verdad?…

– Muy poco -le contesto. Justo antes de coger su nuca y atraer sus labios otra vez hacia los míos dispuesto a ponernos azules por la falta de oxígeno. Un beso de los de película, que ella se esmera en replicar. Las lenguas buscándose en una danza frenética. Los dientes aplicándose en mezclar placer con la dosis justa de dolor.

Piso 58. Su cuerpo reacciona de manera automática empujándome contra el cristal del ascensor, apretando su sexo contra el mío. La respiración cada vez más acelerada y el ascensor casi llegando a su destino. De repente, ella se aparta, volviéndome a coger del brazo para no caer. Me mira muy seria y se inclina. Por un instante se suelta de mí, se mete la mano por debajo de la falda y empieza a estirar moviendo las caderas. Un pequeño tanga negro, asoma por el borde inferior de su falda. Levanta un pie, luego el otro. Y me pone el minúsculo trozo de tela delante de la cara.

– ¿Lo ves? – me pregunta sonriendo maliciosa. Mientras me abraza fuerte de nuevo. No puede observar a su alrededor y se concentra en mirarme fijamente a los ojos.

– Casi no. Es muy pequeño y de un precioso encaje. – le contesto sorprendido, mientras de reojo miro el panel de control: piso 60.

– Muy gracioso – replica con un mohín – toma – me dice muy seria, mientras mete el tanga en el bolsillo de mi americana – al terminar la fiesta, te espero en la puerta del ascensor, ya que te necesito para volver a bajar. Pero dado que te gusta jugar, he pensado que voy a jugar un poco contigo. Me vas a ver en la fiesta, pero te prohíbo acercarte o soy capaz de bajar andando. Me podrás mirar, me escucharás reír, olerás mi perfume. Cuando estés distraído, pasare cerca para recordarte con el movimiento de mis caderas que te estoy esperando mojada, excitada, y que no llevo nada… – y mientras se me insinúa, coge mi mano y la acerca a su sexo por encima de la tela – vas a sufrir durante toda la fiesta sabiendo lo que sabes, pero sin poder tocarme – me advierte al soltar mi mano.

Piso 65. ¡Pling! La campanilla nos avisa de que el ascensor ha llegado al final del trayecto. Justo antes de que se abran las puertas del ascensor, ella me acaricia suavemente la mejilla, acariciando mi barba y empujando mi mandíbula inferior con un dedo para ayudarme a cerrar la boca. Se alisa la falda y en uno de esos movimientos tan femeninos se atusa el pelo y recoge su bolso del suelo. Suelta mi brazo y justo antes de salir, se gira un instante para ponerse la mano en el culo y decirme:

– Empieza el juego. Recuerda cual es el premio… ¡Hasta luego listillo!

Al abrirse las puertas, la música, el humo y el ruido de la fiesta inundan el pequeño cubo de cristal. Ella sale rápidamente, antes de que entren dos parejas en el ascensor.

– ¿Vas a bajar? – me preguntan.

– ¿Eh?, no, no. Quiero salir, por favor – les contesto distraído, mientras meto la mano en el bolsillo de la americana rozando el delicado encaje, acariciándolo, enredando el dedo en el hilo, como si fuese un amuleto y salgo justo un segundo antes de que se empiecen a cerrar las puertas.

Todo lo que sube… tiene que bajar – me digo a mi mismo en voz baja, mientras, al fondo del pasillo, puedo observar su precioso culo que se aleja, insinuante, hacia la fiesta…

..

.

Despertar.

El tabique de cristal al lado del ascensor, me sirve de espejo improvisado para darme los últimos retoques después del rápido viaje. Me estiro la coleta alta, doy un poco más de color a mis labios y aliso la falda que, al ser cortita, se ha subido demasiado al venir en la moto con Andrés. De repente me sorprendo a mí misma pensando en las llaves que ha dejado caer en mi bolso, al bajarme de la moto:

– Por si te apetece venir a despertarme… – me ha dicho, bajito, con esa sonrisa tímida y esa forma de hablar pausada, que tanto me gusta.

Pero no me ha dado más opción. Apenas las ha dejado caer se ha marchado con la moto a toda pastilla dejándome a los pies de esta enorme torre donde, por hacerle un favor a mi amigo Dani, el dueño del Pub al lado de casa, voy a trabajar esta noche en una fiesta privada. Me entretengo mirando las indicaciones luminosas que van mostrando como baja el ascensor. Sesenta y cinco pisos son muchos pisos, pero la cadencia indica que es rápido. Menos mal porque la fiesta acaba de empezar, pero el inoportuno accidente de una de las camareras a última hora, ha hecho que Dani pensara en mí para sustituirla. Unos últimos retoques al escote: “ese” botón estratégicamente desabrochado, un poco de perfume y ya estoy lista.

Casi tanto como el tipo que, empuñando una carretilla con unos sacos de hielo, llega ahora situándose justo detrás de mí sin perderse ni un detalle de cómo me arreglo, ni de las dimensiones de mi culo. Menos mal que lo conozco del Bar y sé que es un buen chaval:

– José, como no cierres esa bocaza vas a acabar haciendo un charco entre el sudor de la carrera y las babas que te están cayendo, hijo.

– ¿Qué? ¿Pero cómo conoces mi nombre…? ¿Tú quién…? – se pregunta sorprendido hasta que me doy la vuelta y me quito las gafas de sol.

– Claro que sabes quién soy: ¡Rita! – le digo mientras me giro, plantándome desafiante delante de él.

– ¡Coño Rita! – Exclama sorprendido al verme, por fin… – no te había reconocido. Estas…

– Pues con el repaso que me estabas dando, como para no reconocerme entre la multitud. Te he visto mientras te acercabas, reflejado en el espejo y dando gracias a que llevabas las manos sujetas a la carretilla – le digo riendo, para burlarme un poco de él.

– Yo… – balbucea, tímido, al ser pillado “in fraganti” – No. Yo. Es que… Estás… Ufff…

-Anda que menudo pillo estás hecho. – le corto. ¿A ti también te ha pedido auxilio Dani? ¿Se ha quedado sin hielo? – le pregunto señalando la carga de sacos grandes, cambiando la conversación.

-Si. Me ha llamado hace media hora y me ha pedido, por favor, que viniera cuanto antes. La verdad es que me ha fastidiado la ruta, pero es un buen cliente… Entonces. ¿Tú vas a la fiesta de arriba, ¿no?

-Si. Voy a ayudarle en una barra. ¿Por?

-Pues que me harías un gran favor si te subieras el hielo en el ascensor. Hay un chico esperando arriba y yo tengo el camión mal aparcado además de estar fuera de ruta… ¿Te importa?

En el momento en el que José me está comentado lo de hacerle ese favor, suena la campanilla indicando que el ascensor ha llegado. Se abren sus puertas y de él salen, riendo, dos parejas muy acarameladas.

-Venga –me dice José, sin darme tiempo a pensarlo – te lo pongo en esta esquina, que no molesta y al llegar arriba te ayudan a sacarlo. Gracias. Ya nos vemos por el Bar – me dice mientras sale corriendo del ascensor.

-De nada hombre, me debes una. – le contesto.

-Claro. Por cierto, Rita… – me dice, apurado mirando al suelo, justo antes de que empiecen a cerrarse las puertas – ¡Estás guapísima! Menudo pivón…

-Ja, ja, ja – me río de su timidez – ¡Muchas gracias! – le contesto diciéndole adiós con la mano, mientras él se aleja apresurado sin atreverse a mirar atrás y el ascensor empieza a subir.

La verdad, es que el pobre José no me ha visto nunca así. Acostumbrado al anodino uniforme del Bar, el encontrarse esta noche conmigo vestida de esta forma, le debe haber sorprendido. No tengo costumbre, pero hoy tenía dos buenas razones para vestirme así. Una es la excusa de trabajar en esta exclusiva fiesta privada; la segunda, y verdadera, es que había convencido a Andrés para recogerme y traerme aquí. Así que he decidido echar el resto -reflexiono, mientras el ascensor panorámico va subiendo y contemplo mi propio reflejo en el acero pulido de la puerta. Fuera de la caja de cristal, empieza a anochecer y la ciudad comienza a encender sus luces de Neón.

Casi puedo entender su sorpresa al ver a esta otra Rita vestida para una noche especial: taconazos, un vestido negro ceñido con falda muy muy corta; un escote de vértigo, que deja adivinar tanto los bordes como el delicado encaje del sujetador, insinuando sin enseñar demasiado; la coleta alta pidiendo guerra; los labios con volumen, pintados de rojo pendón; Rímel para alargar las pestañas y una sombra de ojos oscura que me ayuda a resaltar la mirada. Unas gotas de mi mejor perfume y debajo, oculto a las miradas indiscretas, una pequeña y delicada pieza de seda negra para la posible ocasión…

La verdad es que ha valido la pena solo por ver la cara de bobo adorable que se le ha quedado a Andrés al verme salir del portal – y me río sola en el ascensor al recordarlo – He tenido que ser yo, después de tardar un poco más de lo normal en llegar a su altura para hacerle sufrir, la que se ha agachado para que pudiera disfrutar de las vistas y le besara suavemente en los labios que se le habían quedado entreabiertos por la sorpresa.

– ¿Te gusta lo que ves? – le he preguntado, mientras me daba la vuelta despacio para que pudiera verme bien.

– ¡Estás increíble Rita! – acertaba a balbucear el pobre – ¿Guapa? No… ¡Lo siguiente!

– Me alegra que te guste, ya que quizá sea para ti… algún día. – le he contestado con un susurro en su oído, mientras me ponía el casco, notando como se alteraba su respiración – Pero, ahora vámonos que llego tarde – le he ordenado dándole golpecitos en su casco, él caballeroso, ha inclinado la moto para que pudiera subir un poco mejor, pero no ha perdido de vista mis piernas, ni un segundo.

Piso 50. Se me hace corto el viaje. Casi tanto como el trayecto en la moto hasta aquí. He sido yo quien, al parar en un semáforo no le ha liberado de mi apretado abrazo, sino que además ha cogido su mano y la ha puesto en mi muslo. Quería notar su calor sobre mi piel y demostrarle quien mandaba. Y él se ha dejado llevar, se ha atrevido a probar la suavidad de la seda, acariciándome despacio. Pero con sólo esa caricia lenta, minuciosa y caliente, le ha dado la vuelta a mis planes y se ha adueñado de la situación, haciendo que un escalofrió recorriera mi espalda.

Es esa mezcla de timidez y de tranquilidad que tiene su presencia, sus manos sabias que acarician sin prisa, sus ojos, sus labios rozando suavemente la piel de mi cuello, lo que en realidad me pone a mil… y me temo que él lo sabe. Me excita saber que le basta mirarme serio, sereno, con esa mirada suya que me penetra tan adentro y me hace estremecer, para imaginarme a su lado disfrutando del placer de sus manos, de sus besos y hasta de sus silencios, toda la noche. Debe ser la Luna, pero hoy estoy muy excitada y encima me ha sorprendido mucho, su propuesta de las llaves. Menuda sorpresa. Aunque ahora que lo pienso despacio, había algo en su forma de mirarme cuando las ha dejado caer en el bolso, una intensidad especial…

Claro. ¿Cómo no he caído antes? ¡Qué tonta!… De golpe entiendo que me ha vuelto a sorprender. Esta noche no soy yo la que va de caza a pesar de haberme preparado para la ocasión. Desde que salí del portal, soy la presa. Él ya lo tenía todo planeado y reconocer esa premeditación me estremece muy adentro y hace que me humedezca al pensar en lo que puede suceder cuando salga del trabajo y use las llaves que me ha dado… Hoy desayunaremos juntos y él lo sabe.

Piso 65. El ruido ya venía subiendo de intensidad desde hacía unos minutos, pero ahora que se ha abierto la puerta es mucho mayor. Tan tranquila que subía yo, pensando en mis cosas… Un chico joven me ha preguntado si ese era el hielo que había encargado Dani y ha cogido los cuatro sacos a la vez que me indicaba con la cabeza la dirección por donde andaba él. Al salir del ascensor, me paro un segundo al lado de una puerta para contemplar el panorama. Estoy en la cima de la torre más alta de la ciudad y toda la última planta es diáfana. A mí alrededor todo es acero y cristal en un espacio que según me contó Dani muy pronto albergará un restaurante de lujo con un club privado en la azotea. Muy abajo puedo ver como se extienden las avenidas, el tráfico y las luces. Los otros edificios parecen de juguete y las personas son muñecos diminutos vistos desde aquí arriba.

Hoy es la prueba de fuego de las instalaciones, a la cual está invitada toda la gente relacionada con la movida de la ciudad. Representantes políticos, de la alta sociedad, patrocinadores, empresarios… guapos y guapas oficiales asaltando el Photocall y toda la fauna urbana de listos que se mueven como una corte de moscas alrededor de ellos, viviendo de sus migajas. Según me dijeron hay barra libre de todo y seguro que habrá muchos voluntarios dispuestos a beber hasta decir basta. Dani me ha localizado y sin decirme hola, me lleva rápidamente de la mano atravesando la improvisada pista de baile, subiendo por una enorme escalera que hace las funciones de barrera para los no elegidos, hasta un rincón de la enorme terraza donde se ha instalado una pequeña tarima que hace las funciones de zona Vip. Una vez dentro de la barra, me ha enseñado las neveras y el almacén de detrás donde podía dejar mis cosas, me ha dado un repaso general aprobando mi aspecto, y me ha dejado sola delante de las fieras.

Lo peor de una fiesta es cuando la gente sabe que tiene barra libre… si corre la voz, todos sin excepción, suelen entrar en una espiral desenfrenada intentando beberse hasta el agua de los floreros. Primero han empezado con vinos y cervezas, acompañando a los canapés. Luego ha venido un breve intervalo de tregua mientras sonaban los discursos de rigor, ahí hemos aprovechado para reponer cámaras y hielo, porque una vez acabadas las palabras han vuelto todos a la carga con más sed si cabe. Mojitos, combinados y cualquier mezcla que se les ocurría han conseguido casi acabar con mi paciencia. Desde luego me estaba ganando el cielo… Dani me debía una y bien grande.

Suele suceder que una vez sofocada la sed urgente de la jauría, se producen breves oasis de tranquilidad y es en esos tiempos muertos cuando puedo dedicarme a practicar mi deporte favorito: observar a la gente… De pie en el centro de la barra, Reina en mi diminuto reino, fantaseo sobre mis súbditos que, un escalón más abajo, representan para mí, la comedia de la vida. Elijo papeles para cada uno de ellos y me gusta entretenerme mirando sus comportamientos.

Él me ha llamado la atención enseguida. Mis ojos han detectado inmediatamente su luz brillando entre los focos de colores tenues que alumbran la terraza. Alto, moreno, pelo muy corto y barba de tres días. Un traje de lino, azul oscuro; sencillo, pero bien cortado. Camisa blanca y un buen reloj en la muñeca. No es guapo, pero su cara tiene un “no sé qué” muy interesante. Está solo, apartado del bullicio, en un extremo de la tarima y aunque saluda algunos conocidos de vez en cuando, mira atentamente hacia abajo, a la pista de baile, buscando algo… o a alguien. De vez en cuando le da un trago a su copa (un Gimlet, lo recuerdo porque me ha sorprendido su petición) y observa, mirando en todas direcciones hasta que de repente su cabeza apunta fijamente hacia un punto como si hubiera localizado su objetivo. Se ha quedado inmóvil, observando a alguien que baila en el extremo opuesto de la pista y ha hecho un movimiento curioso, que ha llamado mi atención: se ha metido la mano en el bolsillo de su americana de lino, como si buscara algo dentro. Solo he tenido que seguir el camino que marcaba su mirada para encontrar al otro extremo un grupo donde destacaba una mujer: menuda y morena, con melena no muy larga y rizada, un sencillo vestido negro ajustado, marcando sus formas y un generoso escote bien llevado; falda por la rodilla, unos bonitos zapatos. Desde esta distancia los complementos parecían sencillos, pero con clase. Y bailaba bien… muy bien. Como si lo estuviera haciendo para alguien en particular…

Buen gusto tiene el chico, he pensado mientras le veo apurar la copa y acercarse a la barra para dejarla cuando, al sacar la mano del bolsillo de su americana, se ha caído al suelo algo que tenía enredado entre los dedos. Si yo no hubiera estado mirándolo atentamente y esperando detrás de la barra para recoger la copa vacía, me hubiera pasado desapercibido el detalle, pero lo que he visto caer se parece tanto a las braguitas que llevo puestas, que no he podido reprimir un movimiento involuntario para comprobar si no eran las mías.

Ha sido justo en ese instante cuando se ha producido el contacto visual. Él agachado, recogiendo del suelo el tanga negro e intentando volverlo a meter rápidamente en el bolsillo esperando que nadie lo hubiera visto. Yo contorneándome para notar si, efectivamente, las llevaba puestas… hemos levantado la vista a la vez y nuestras miradas se han encontrado. Los dos nos hemos puesto rojos como tomates, a pesar de que todo ha transcurrido en unos segundos. Menos mal que a mí me ha dado la risa, porque él a punto ha estado de dejar caer la copa vacía al suelo…Y entonces he visto reflejado en su mirada lo que estaba pensando:

¿Pero qué has hecho? Mira que eres torpe. ¿Cómo se te ha podido caer el tanga al suelo? Menos mal que no te ha visto nadie. Pero no te quedes parado. Recógelas enseguida y que nadie se dé cuenta… ¡No! La camarera me ha visto. Estaba esperando para recoger la copa y ha visto como caía y me agachaba a recogerlo. Pero… ¿por qué hace esos movimientos extraños mientras me mira fijamente?, y luego se ríe. Espero que no se haya dado cuenta de lo que es. Me las guardo otra vez en el bolsillo, y aquí no ha pasado nada…

– Gracias – le he dicho, sonriendo al recoger la copa, intentando disimular la risa, mientras él dejaba el vaso vacío en la barra y sacaba, con mucho cuidado, la mano del bolsillo de su chaqueta.

– De nada – me ha contestado – esto… ¿tú no habrás visto?… -empieza a interrogarme tímidamente…

– Yo no he visto nada – le contesto rápidamente – una buena camarera es sorda muda y, por supuesto, ciega. ¿Te apetece otra copa?, a esta invita la casa – le pregunto rápidamente, con la mejor de mis sonrisas, dándole pie a terminar con ese tema.

– Pues la verdad es que me vendría muy bien… ¿esto… tu nombre?…

– Me llamo Rita.

– Pues muchas gracias por todo Rita. Yo soy Javier.

– ¿Lo mismo de antes Javier?

– Me parece perfecto. Que estaba muy rico. Gracias – me contesta visiblemente aliviado, dándose la vuelta para mirar hacia la escalera.

La verdad es que se ha girado justo a tiempo para ver cómo la mujer a la que estaba observando antes, se acercaba acompañada de un grupo de personas y, a partir de ese instante, no les he quitado ojo a ninguno de los dos. También es cierto que, el juego que se llevaban entre manos, me lo ha hecho mucho más interesante.

Ella se ha acercado disimulando hacía donde estaba Javier, apoyado en la barra y le ha rodeado muy despacio, procurando rozarlo, que supiera de su calor y de su interés, para que la oliera ha girado el cuello y ha jugado con su melena, mientras se situaba exactamente delante de él.  Aprovechando que todo el mundo se ha acercado a la vez a pedir bebidas, he podido verla por el rabillo del ojo, como se ha movido ligeramente hacia él hasta poner su culo directamente contra las piernas del chico… Él casi se atraganta, mientras ella, tan tranquila me hacía una señal para que le sirviera algo. En un momento dado, se ha girado ligeramente como si quisiera decirle algo, pero sin aflojar su presión… casi podía leer sus miradas, imaginar la conversación, suponiendo que ella era la dueña de la ropa interior que Javier llevaba en su bolsillo:

– ¿Te gusta lo que está notando tu entrepierna, querido? Sabes que sólo separan nuestras pieles unas micras de tejido, mi vestido y tu ropa. Que este culo que estás disfrutando está ansioso de tus caricias y tus atenciones… pero que no va a ser… todavía. No te muevas, no rebajes la presión. A mí me pone mucho notar como crece tu deseo gracias a mis atenciones y la verdad es que lo que siento entre mis nalgas me está empezando a gustar… y mucho.

Un trago largo y se gira bruscamente. Javier casi se ha caído delante de ella, pero ha sido hábil al aguantar apoyado en la barra. Entonces, teniéndola cara a cara, le ha tocado a él contestar el desafío atrapándola entre sus brazos, la barra y su sexo excitado… su mirada le decía:

– Veo que has notado todo lo que puedes conseguir… y todo lo que me estás haciendo sufrir puede que luego te lo devuelva con creces haciendo crecer tu humedad muy lentamente, disfrutando de cada uno de los centímetros de esa piel que, sudada por el baile, se te pega al vestido delatando tu figura. ¿Ves? Solo tengo que dar un paso al frente, apoyándome más sobre ti para que disfrutes de mi calor, para que sientas mi peso, para que notes la dureza que has provocado sobre tu monte de Venus… ¿Quien sufre más ahora…?

No habrán sido más de diez segundos. Pero se me han antojado eternos. Él se ha acercado mucho a ella, atrapándola con su cuerpo contra la barra y yo solo de pensar que no llevaba ropa interior he notado como un calor inesperado me subía desde el estómago a la garganta… he sentido como me mojaba… este juego, del que involuntariamente era partícipe, me estaba excitando tanto como a ellos. La música alta, sus caras de placer, el calor… todo se ha unido para hacer que sintiera como el mundo temblaba bajo mis pies. Le he pedido a un compañero que me sustituyera unos minutos, y con un cigarro de Dani, he salido a la terraza, necesitaba tomar el aire y serenarme…

Apoyada en la barandilla, y muy sorprendida de lo cachonda que estaba, me ha dado por imaginar jugar ese mismo juego con Andrés cuando llegue a casa esta madrugada… Primero una ducha y luego… No he podido aguantar más. Ya no queda mucho para que acabe la fiesta, así que termino mi cigarro y decidida a no perder un segundo, le digo a Dani que me voy. Nunca pensé que bajar 65 pisos costara tanto tiempo. Un taxi que surca veloz las calles desiertas de una ciudad a punto de amanecer, y subir deprisa a casa de Andrés usando sus llaves. He procurado no hacer ruido al entrar. Amablemente me ha dejado encendidas unas luces que me han guiado a su habitación. A través de la puerta abierta del cuarto de baño, veo una vela perfumada que ha dejado encendida para mi…

“No sabe este chico lo que le espera”, pienso mientras me ducho despacio. Al terminar, he cogido una bata que había detrás de la puerta. No me he mojado el pelo y la coleta cuelga desafiante cuando me acerco a la cama donde Andrés duerme plácidamente. Me agacho a su lado y le digo suavemente al oído, mientras la bata se abre un poco:

– ¿Te había dicho lo encantadora que es tu voz? Ese “seseo” tuyo me gusta mucho… me pone a cien –susurro suavemente al separarse nuestros labios después de un primer beso largo y sentido.

– Gracias. Me gusta que te guste – me contesta él, todavía medio dormido, mientras sus manos buscan a tientas la bata, para abrirla un poco más y acariciar mi piel recién duchada.

– Me gusta como resbala tu voz por mis sentidos, como va despertando, poco a poco mis emociones.

– Imagino mis palabras resbalando por tu pecho, bajando… Suaves, calientes, pausadas. Dejando un rastro de sensaciones a su paso, erizando esa piel tan suave – y mientras él me habla, se incorpora levemente en la cama y sus manos alcanzan y rozan mi pecho, lo acarician suavemente… y yo le dejo porque eso me empieza a poner a mil.

– No me gustan las prisas, prefiero imaginar el andar suave de tus labios, de tu barba por mi piel… ¡Notar como rozan mi cuello puede desatar mi locura! – le contesto acercándome un poco más.

– Suave, pero rozando donde debe… Y mi mano que sigue, traviesa, buscándote, anhelando el calor de tu piel – y mientras me dice eso, Andrés se incorpora un poco más, buscando acercarme y acariciar mis piernas, dejando su cara a la altura ideal para morderme.

– Y las mías despeinándote, guiándote para recibir tu cara entre mis pechos – le contesto mientras juego con su pelo.

– Mi lengua rozando tu piel y mis dientes buscando esa carne tan deseable… Y en un movimiento preciso en tu espalda… – con un hábil movimiento Andrés, casi incorporado del todo, empujando en mis hombros la tela y estirando hacia detrás, empuja el albornoz que quiere caer al suelo.

– Mi espalda se arquea entonces, ofreciéndote mi carne tibia, mientras comienzo a susurrar tu nombre y un urgente “sigue, no pares” suena en tu oído – le confieso bajito mordisqueando su oreja, desnuda frente a él que ya, completamente despierto, está sentado en el borde de la cama contemplándome, sereno y tranquilo, como a mí me gusta.

– Me gusta la forma como te ofreces a mi deseo Rita… Esas aureolas tentadoras que están esperando mis labios. Tu pecho rotundo que se ofrece a mis manos que cogen y abarcan… Y mis dientes hambrientos de ti. – mientras me habla Andrés se ha levantado, empujándome suave pero firme contra la pared y me ha hecho subir los brazos, atrapándolos con una de sus manos. – Ahora estas a mi merced, entre mi deseo y la pared, veo como mueves tus caderas para ofrecerme un pecho y lo muerdo suave, pero no flojo… Y luego exijo el otro y tú me lo acercas… Mientras tú, te muerdes el labio.

– Sigue hablando… cuéntame lo que me vas a hacer sufrir… no pares de acariciarme – le exijo excitada, mientras noto como crece su deseo, su sexo endurecido, apretado contra mi piel.

– Mis manos abarcando toda esa carnalidad valiente y deseosa. Te pellizcan unas veces, te acarician otras, te beso, te chupo… Podría pasarme media vida deleitándome en tu piel… – y cada frase llega acompañada de un mordisco, un lametón, un pellizco que me hacen temblar.

– Y yo soy feliz sintiendo tu boca y tus dientes. Sintiendo tus manos y como me haces estremecer. – le confieso, rendida.

– Me encanta coger uno en mi mano, notar su gravedad, sentir latir el deseo, ese pezón excitado. Lamerlo suavemente con la punta de la lengua, para después chuparlo. Y, de repente, morder. – y yo noto sus dientes – Ese respingo, mezcla de placer y dolor. Ese gemido… Los cojo, los acaricio y cuando los tengo en mis manos los aprieto. Los deseo para mí…

– Que delicia… Me encanta sentir tus bocados. Cada uno es un escalofrió de placer – le confieso apretando más mi cuerpo contra el suyo.

– Pero ahora, te pongo contra la pared. – En un hábil movimiento, me gira y yo me dejo encantada, aparta el albornoz de una patada, sube mis manos arriba y se pega a mi espalda. Puedo sentir su polla, poderosa, instalarse entre mis nalgas que la reciben encantadas. Yo estoy completamente mojada y el olor de mi sexo inunda la habitación – Aparto tu pelo y me dedico al cuello – me sigue diciendo Andrés, mientras noto sus dientes ávidos. – Hoy deseo morderte… Y vuelvo a coger, avaricioso, tus generosos pechos. Sé que me notas entre tus nalgas. ¿Verdad? Creo que sí, porque nueves tus caderas para hacerme un sitio mientras intuyo que sonríes.

Y en ese momento cierro los ojos y me dejo inundar por su voz, por sus manos, sintiendo su calor, su piel contra la mía mientras, girando la cabeza, le confieso:

– Acaricia mis muslos Andrés. Sonrójame, inclíname, úsame, quítame el aire. ¡Te deseo dentro! – le confieso alterada, caliente como una perra en celo que sólo desea ser, usada, follada, poseída por su hombre.

Fuera, los primeros rayos de sol empiezan a colarse por las rendijas de la persiana. La voz de Andrés sigue llevándome en volandas hacia el paraíso, mientras sus brazos me acompañan hacia su cama, y yo no puedo dejar de sonreír… menuda sorpresa este chico tímido…

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