A veces pienso que me gustaría montar mi propio chiringuito y vivir de algo que me apasione. Lo veo claro. Solo me falta saber cuál sería el objetivo de mi negociado, pero bueno, son detallitos, no nos pongamos tiquismiquis ahora.
Y me he acordado de esa faceta emprendedora mía hace un rato, cuando borraba mi suscripción de una newsletter (¡que sí, que se puede!).
Resulta que la persona al otro lado de esa empresa tiene un podcast (what else?), y escuchando hoy uno de sus capítulos más recientes para conocer a la persona detrás del producto, ¡pues que he tenido que quitarlo a mitad de capítulo, porque me ha caído fatal! De estas personas con las que no encajas y que a medida que hablan solo piensas que de donde no hay no se saca… pues así.
Total que yo, que había estado cotilleando su web, a ver si aprovechando las rebajas me lanzaba a por un caprichín, me he dicho, pues oye, que no le pienso comprar nada. Y ahí de camino, me he borrado de su news. ¡A lo loco!
Y entonces me he acordado de mi misma: si montas tú un tinglado, para poder vender algo, ¿vas tener que hacer atractivos no solo tus productos, sino también tu persona? Porque, que Dios nos coja confesados entonces…
Miedo me ha dado, pero es que estamos en ese punto, ¿no? Ahora nos metemos en una web y vamos de cabeza a la trastienda, al «sobre mi». Antes, ¿nos importaba algo saber quién fabricaba o ideaba nada de lo que comprábamos? ¡Qué va! Con que entrase en nuestro presupuesto, ¡bote! Ni branding, ni brandon (bueno, en ése un poquito sí nos fijábamos).
Quizá el tema de la visibilidad que dan Internet y las redes sociales hoy en día, en este aspecto, otro más, se nos está yendo de las manos.
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