Llevo todo el fin de semana escandalizado y horrorizado con los testimonios valientes que han inundado mi twitter. Son gritos de personas como tú y como yo que llevan padeciendo en silencio el desgarro de la incomprensión en el cole, en casa, en el trabajo o en cualquier parte. Nos contaban con una enorme valentía como vivieron el zarpazo del miedo que les obliga a permanecer escondidos durante siglos sufriendo todas las barbaridades que el ser humano es capaz de hacer con sus semejantes.
Perdona, igual no sabes de que te hablo porque los medios de comunicación muchas veces contribuyen a eso mismo, al anonimato, a seguir el juego hipócrita ese de miradas cómplices que te llevan a no querer saber que puede estar sufriendo es@ compañer@ de pupitre con el que todos se metían en el cole o este otro que ocupa el despacho de tu lado. Si, ese despacho que alguna veces está cerrado y del que salen unos sollozos contenidos justo antes de que salga su ocupante con una sonrisa y los ojos rojos como tomates. Me refiero a que este finde hemos vivido en las RRSS todo un acontecimiento al nivel del famoso #MeToo. Muchas personas se han atrevido a contarnos bajo el hastag #MeQueer sus escalofriantes experiencias vividas simplemente porque a muchos de nosotros nos cuesta hacer entrar en la mollera que en el afecto y el amor lo que esta sociedad arcaica quiere no tiene porqué ser lo que nos han tatuado con la terrible etiqueta de “lo normal”. Por lo visto preferimos ver como miles de parejas acaban como el rosario de la aurora pero no queremos ver a otras mostrar su afecto. Parece irónico.
Definitivamente algo no funciona bien en nuestras cabezas cuando lees que la mayoría de l@s valientes que nos han contado su historia han tenido que mudarse, lejos de unas familias que les dan la espalda. No lo entiendo, llamadme cortito. No entiendo la causa por la que unos padres puedan dejar de serlo simplemente porque su hij@ no es heterosexual. A un hijo se le quiere y basta, te da igual que sea alto, bajo feo, guapo o hasta si tiene tres orejas. Se le quiere y ya está. Hasta ahí todos de acuerdo ¿verdad? Entonces ¿A que se debe eso de horrizarse por la tendencia sexual de tu propio hijo?¿Porque en este caso muchos padres los condenan al silencio de siglos, a de ocultarse detrás de la cortina, a que no se vea, a decir “vale pero que no se sepa”? Si tu hijo mañana te presentase a su pareja de su mismo sexo, ¿Qué harías? Si te sorprendes, deberías replantearte cómo es que has criado a un hijo al que no conoces y el problema lo tienes TÚ, pero si no lo aceptas estarás fallando a todos tus esquemas como padre “a un hijo se lo quiere y se le procura su felicidad como sea, y punto”. Piénsalo.
Por lo visto no somos capaces de aceptar a estas horas de la Historia que lo de la “vida standard” esa que nos han vendido es un camelo. Ya sabes, aquello de nacer, crecer, casarse, reproducirse y esperar a la parca lo más tarde posible, eso que nos ha colado en parte una institución que ya hace bastante por esconder sus miserias debajo de la alfombra, que condena pero no actúa y que continúa relacionando las tendencias sexuales de cada uno con el psiquiatra. La vida es algo más complejo, más emocionante, más colorido que todo eso, no tiene patrón. Cada historia es distinta y no debemos ni tenemos derecho a truncarlas bajo ningún concepto. Piénsalo fríamente, no es tan difícil. ¿Quién eres tú para juzgar con quien se va el otro a la cama?¿Que autoridad tienes para meterte y decidir la felicidad de nadie?.