Tras las Elecciones andaluzas y, muy especialmente, tras las Municipales y Autonómicas del pasado domingo, estamos asistiendo a un auténtico mercado persa de propuestas de pacto entre diversas fuerzas políticas, algunas veces incluso bastante contra natura.
Albert Rivera, líder de Ciudadanos.
(Fuente: comunicacionsellamaeljuego)
Este lunes, algunas fuentes incluso se han atrevido a insinuar que hay runrún de un nuevo Tamayazo, presuntamente por Madrid y/o en Castilla-La Mancha. Recordemos que gracias a eso (la traición de dos diputados socialistas), Esperanza Aguirre consiguió forzar la repetición de las elecciones, ganarlas y llegar por primera vez a la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
Este tipo de negociaciones postelectorales son habituales y es lo que acaba sucediendo de forma parece que inevitable, en las votaciones a simple vuelta, como se practican en España. A la hora de elaborar las candidaturas, podrían sustanciarse acuerdos o coaliciones entre diversos partidos, a fin de presentar una única candidatura conjunta, aglutinando así los votos de las diversas formaciones. Pero esto raramente sucede, excepto en aquellas formaciones que tienen muy claro que no van a obtener ningún resultado positivo si se presentan por separado.
Todos los partidos políticos que confían en sus opciones para resultar la fuerza más votada en una cierta circunscripción, rehúsan cualquier tipo de acuerdo o coalición preelectoral.
Esto provoca, tras las elecciones, unas semanas bastante desagradables, aunque amenas, entre el día de las votaciones y la fecha fijada para la investidura de los nuevos responsables. Todos intentan salvar los muebles. Los que han resultado los más votados (aunque sea por un puñado de votos) intentan blindar sus posiciones, haciendo valer la preferencia de los ciudadanos, aunque ese argumento sea a menudo insostenible. Los que tienen representación mermada, buscan asirse a otras opciones, via pactos, para no perder pie y caer en la irrelevancia.
Claro que si en la pomada está Esperanza Aguirre, se garantizan dosis muy superiores de diversión. En los días posteriores a las votaciones hemos asistido, día a día, a nuevas propuestas progresivamente desquiciadas, con la única obsesión de intentar reparar la humillación electoral que ha tenido que vivir. Un fracaso que acabó de ganarse a pulso con una campaña nefasta, en que trató de acusar de la forma que fuese a sus rivales, de ningunearles, de difamarles si hacía falta, y eso le ha acabado pasando factura. Un fracaso que le resulta todavía más hiriente por la posición relativamente bastante más cómoda de Cristina Cifuentes, en la Comunidad de Madrid.
De todas formas, conviene tener presente que, desde un punto de vista de la actividad política, son dos tiempos totalmente diferentes los inmediatamente anteriores a una votación y los inmediatamente posteriores a la misma. Antes de una votación, el destinatario de todos los mensajes lanzados es el ciudadano, que es dueño de su propio voto. Todas las formaciones intentan convencerle de que les vote a ellos, y los mensajes políticos que les lanzan tienen que ver con lo que pretenden hacer si obtuvieran una mayoría suficiente para gobernar en solitario.
Por el contrario, desde el día siguiente a las elecciones, la suerte ya está echada, y cada fuerza política tiene una dimensión exacta y precisa de cuál es su respaldo real. Una fuerza que se expresa en número de concejales o de escaños.
Es a partir de de esa aritmética precisa que se intentan establecer pactos, a fin de que alguna de las fuerzas presentes pueda obtener un respaldo suficiente para ocupar ese gobierno de forma razonablemente estable.
La sorpresa, o acaso simple novedad, esta vez proviene de la fuerte presencia de dos fuerzas emergentes, que nunca habían estado presentes, hasta ahora, en la liza política del día a día. Tanto Ciudadanos como Podemos han basado buena parte de su comunicación preelectoral en el hecho de ser formaciones nuevas y diferentes de las tradicionales, otra cosa que nada tiene que ver con los que algunos llaman los partidos de la casta (básicamente, PP y PSOE, que han monopolizado hasta ahora el Gobierno del Estado, desde la Transición).
Desde el día siguiente a las Elecciones, como siempre, por otra parte, vemos que las diversas formaciones se reúnen, hablan, intentan negociar sus respectivos programas, imponer sus opiniones y puntos de vista, etc. etc. Todas las formaciones, incluyendo, por supuesto, a las que se autodenominan como diferentes.
La realidad cotidiana les ha forzado a darse cuenta de que, pese a su aumento espectacular de presencia pública, están muy lejos de conseguir posiciones de mayoría suficiente, como para que puedan gobernar en solitario. Y están obligadas a negociar sus apoyos.
Pablo Iglesias, líder de Podemos.
(Fuente: rokambol)
Todo parece normal, si no fuera porque la maldita hemeroteca les recuerda (y nos refresca) las muchas diatribas que se han lanzado previamente unos contra otros. Insultos y descalificaciones están a la orden del día en la dialéctica preelectoral.
Como en el fútbol, hay que recurrir a ese clásico de que lo que sucede en el campo se queda en el campo. Las duras peleas durante el partido pueden resolverse en amistosos abrazos en cuanto el árbitro decreta el final del partido.
Igual sucede con los procesos electorales. No creo que debamos sorprendernos de que Ciudadanos acabe apoyando a Cristina Cifuentes (PP) para la Comunidad de Madrid, y a Susana Díaz (PSOE) para el de la Junta de Andalucía. O que Podemos (o alguna de sus marcas blancas, como Ahora Madrid o Barcelona en Comú) apoyen gobiernos del PSOE en Extremadura o Castilla-La Mancha, o acepten su apoyo para gobernar en el Ayuntamiento de Madrid o de Barcelona, o se alíen con Compromís para gobernar en tierras valencianas.
Fuerzas emergentes, que hasta ahora habíais sido animales angélicos, sin vicios ni bajezas, bienvenidos a la realidad.
La democracia representativas y, en particular, el sistema electoral que tenemos en España, obliga a que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez compartan ensalada en el reservado de algún restaurante, o a que Mariano Rajoy baje de su pedestal para reunirse con Albert Rivera y ver de facilitar algunos acuerdos.
En otros países europeos próximos, los gobiernos de varios colores, coaliciones o gobiernos en minoría con apoyo parlamentario, son cosas cotidianas que ya ni generan curiosidad.
Es cierto que en la España reciente tenemos algunos (malos) ejemplos de gobiernos multipartido (Catalunya o Baleares podrían dar fe de ellos; IU de Extremadura podría contar el precio que ha pagado por su apoyo a Monago). Pero también es cierto que hemos tenido muy malas experiencias de algunas mayorías absolutas. Como por ejemplo la segunda legislatura de Aznar o la actual de Rajoy. En ocasiones, los que consiguen mayorías absolutas se instalan en la comodidad del rodillo parlamentario y se olvidan de que no van a gobernar para siempre. Entre hacer y deshacer, el país se nos convierte en un gigantesco manto de Penélope, que se teje de día, para destejerlo por la noche.
Bienvenidos, pues, a la modernidad. Confío que las nuevas fuerzas estén a la altura, al menos, de lo que han venido pregonando hasta ahora. Que no caigan en el tráfico de sillones, y que se instalen en la búsqueda del consenso para que este país pueda avanzar. Aunque sea a pasitos pequeños, pero todo el tiempo hacia adelante. Espero que, entre todos, decidan meterle mano a los temas eternamente pendientes y que arrastramos desde que terminó la Transición, aunque nos sigamos rigiendo, impasible el ademán, por la legislación de ese momento. Ya es hora de darle una vuelta de tuerca a la calidad democrática de este país.
Mónica Oltra, la cara más conocida de Compromís.
(Fuente: infolibre)
La ley electoral, en general, requiere de una revisión en profundidad. Las circunscripciones unipersonales o las segundas vueltas son temas que deberían ponerse sobre la mesa para ser convenientemente debatidos y resueltos. Igual que, por cierto, si el sistema político de España debe seguir siendo una Monarquía o sería más adecuado que fuera una República.
Ahora bien, este nuevo escenario obliga a que todos desarrollen sus mejores galas de madurez política. Negociar no es imponer, y las líneas rojas no deberían ser más que una figura retórica. Los pactos deben desarrollarse para que todos ganen, a cambio de que todos renuncien a algunas cosas. Unos tendrán que olvidar sus aspectos más ultraizquierdistas, mientras otros deberán renunciar a sus matices más nacionalistas. Tras este tipo de acuerdos, ya no quedarán ángeles, sino seres humanos, con sus grandezas y sus miserias.
Sólo espero que los electores sepan entender de verdad lo que unos y otros vayan haciendo, y no pasen facturas indebidas a los que renuncien a alguno de sus principios, a cambio de contribuir a la gobernabilidad de los territorios. O simplemente los retrasen para cuando dispongan de la mayoría suficiente para imponerlos.
El ambiente de un mercado persa es siempre algo confuso y muy ruidoso. Pero siempre se acaba logrando el precio más adecuado para todas las transacciones.
JMBA