Los historietistas argentinos Carlos Trillo y Horacio Altuna son no sólo grandes observadores de la naturaleza humana, sino desmitificadores de algunos de los iconos propios de la cultura popular. El género negro en concreto, rebosa de estereotipos. Uno de ellos es el del detective privado o brillante inspector que desentraña misteriosos asesinatos, se enfrenta con descaro a peligrosos matones, conquista a mujeres fatales y se castiga el cuerpo con bourbon y cigarrillos.
En su serie de tiras de prensa “EL Loco Chávez”, ambos autores se alejaron del ideal de periodista atractivo, varonil, valiente y aventurero para hacer un retrato brillante de la naturaleza humana a través del protagonista del título, un hombre con tantas virtudes como defectos, pero sobre todo muy humano.
En “Las Puertitas del Señor López” presentaron a un apocado oficinista al que nadie tomaba en serio. Combinando elementos de los dos anteriores y trasplantándolos al género policíaco, Trillo y Altuna crean a Merdichesky (publicado por entregas en la prensa argentina), un torpe, bondadoso y culto detective de la policía de Nueva York que, como su propio nombre ya indica, no puede estar más alejado de Philip Marlowe o Mike Hammer.
Samuel Merdichesky es un judío neoyorquino que, ni él mismo sabe por qué, ha acabado como detective de la policía. Ni su espíritu ni su sensibilidad son mínimamente acordes a la tarea que debe realizar. A sus treinta y tantos años, continúa viviendo con su madre, una matrona insufrible que lo trata en privado y en público como si aún fuera un niño; es físicamente cobarde y su sensibilidad y gustos (disfruta de la poesía, el arte y la música clásica) le granjean la burla de sus colegas y lo incapacita para el ingrato trabajo de calle.
Cuando recibe la misión de proteger a una polémica periodista amenazada por grupos de ultraderecha (trabajo que nadie en el departamento desea por ser aquélla muy crítica con éste), se encuentra con una mujer bella y culta de la que inmediatamente se enamora. Su fracaso en evitar que la ataquen no impide que intente averiguar quién está detrás de las agresiones. Su talento detectivesco es nulo, pero resulta que, casi por casualidad, acierta a descubrir una trama que aúna la corrupción política, los celos y las ideologías neonazis.
“Merdichesky” es una comedia negra sobre el telón de fondo de una historia criminal. Aunque los elementos propios del género están presentes –traficantes, corrupción política y policial, mujeres hermosas, un asesinato..- la intriga propiamente dicha es secundaria. Los autores citaron como sus
influencias a “El Padrino” o “Serpico”, pero también y especialmente a otro neoyorquino de pura cepa: Woody Allen. Efectivamente, lo que más resalta de la historia es el contraste, a veces bufo, a veces patético y otras veces trágico, entre la sensibilidad y buen carácter de Merdichesky y el mundo del hampa en el que trata de desarrollar su mal elegida profesión. Y entiéndase “hampa” en su más amplio sentido, incluyendo a sus propios compañeros policías, los políticos locales y los fiscales corruptos.
A pesar de las meteduras de pata de su protagonista y los momentos absurdos e hilarantes que provoca su torpeza, es este un álbum triste. Porque no vemos salida digna o reconfortante para Merdichesky y porque los criminales, los matones y los cínicos se salen con la suya. No parece haber sitio en el “mundo real” para alguien con su sensibilidad y empatía. Y, aun así, se percibe claramente el cariño que sienten los autores no sólo por el pobre detective, sino también por el género negro y la ciudad de Nueva York.
El único problema reside en su resolución, apresurada y abrupta, enlazando inmediatamente y sin solución de continuidad con otro episodio totalmente desconectado del anterior y manifiestamente inferior. El caso que le asignan en esta ocasión a Merdichesky consiste en infiltrarse en el estudio de un fotógrafo pornográfico y recoger pruebas de prácticas delictivas. La trama no es más que una mínima excusa para mostrar cuerpos femeninos desnudos y escenas eróticas, algo que a Altuna se le da muy bien pero cuyo interés intrínseco es escaso. Una tercera historieta nunca llegó a estar terminada.
Como es costumbre en Altuna, su trabajo es sobresaliente. La recreación que hace de la Gran Manzana de finales de los setenta no se limita a copiar fotografías del momento, sino que enriquece las escenas con personajes muy vivos del devenir cotidiano de la gran ciudad: desde mendigos hasta travestis, de ladronzuelos a chaperos, de políticos a intelectuales. Su limpieza narrativa y su capacidad de recrear casi cualquier localización permite a los autores limitar el texto a los diálogos –siempre punzantes sin perder naturalidad- y evitar los textos explicativos.
Un álbum diferente de género negro, no adecuadamente rematado pero bien dibujado, narrado y dialogado. Para amantes de las historias de detectives, narraciones costumbristas y seguidores de Altuna.
Artículo original de Un universo de ciencia ficción