Una de las características del Estado Corporativo mussoliniano, imitado por Hitler y por el franquismo, era la alianza forzosa de gobierno, empresarios y trabajadores en sindicatos verticales, fórmula fascista vigente en España, aunque disimulada, y que nuestra institutriz Angela Merkel exige eliminar.
Dos elementos separan la España actual, con sus herencias franquistas, de los países prósperos y libres, como Alemania.
En primer lugar, los convenios allí entre los trabajadores y las empresas se regulan según los intereses de ambos, fundamentalmente basados en la competitividad, que es lo que da beneficios que permiten invertir, crear empleo y regular sueldos.
En segundo lugar, los sindicatos defienden a los trabajadores, pero sostenidos solamente por las cuotas de sus afiliados.
En el sindicato vertical fascista el Estado se coloca entre empresarios y trabajadores, y subvenciona a sus organizaciones: ahora, la CEOE y, básicamente, UGT y CC.OO.
En el fascismo, como en el comunismo –ambos nacieron de marxistas--, la relación empresa-trabajadores no la regula el mercado. Al hacerlo el Estado en una concordia tutelada, a la larga vuelve a unos y otros ineficaces.
Seguimos bajo este corporativismo cuyo resultado es dramático porque ahora España se enfrenta a un mundo en el que cada vez hay más competidores: por eso cierran las empresas y millones de obreros quedan sin empleo.
Merkel ha advertido que el Estado Corporativo franquista no sirve ya, que el incremento de los salarios según el IPC y no según la productividad, sólo puede darse en sistemas totalitarios, como el franquista.
O en la Alemania Oriental en la que ella nació, donde la ideología suponía que no habría inflación por su sistema autárquico, y endogámico dentro del mundo comunista.
La canciller alemana vino a enterrar el franquismo, pero nuestro Estado Corporativo quiere mantenerlo corpore insepulto.
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SALAS debío pensar lo mismo que el cronista cuando dibujó lo que sigue, y que aparece hoy en El Correo Gallego
Ayer, y en el mismo periódico, veía a Berlusconi como ese pederasta gallego, el Apalpador, odioso personaje inventado por los nacionalistas para sustituir a los Reyes Magos, y sobre el que el cronista escribió un par de veces.
Así que vea usted al apalpador gallego, y seguidamente a Berlusconi, cariñoso con las menores de edad.