Hoy la mitad de las noticias, por no decir más, de los diarios y los telediarios se refieren al problema catalán. El mundo se ha parado, sólo Cataluña es la primera actriz, como si en el teatro de la política no hubiera actores y actrices de reparto, colaboradores de primer orden. Por eso, porque el hastío de esa cuestión me llena y porque ya he dejado clara cuál es mi posición, creo que vale la pena ocuparse de otros problemas graves e importantes. Y los problemas de los refugiados lo son y Merkel es una protagonista de primera magnitud.
Una vez más, la dirigente teutona nos muestra su verdadera jeta. Angela tiene poco de ángel. Es lo que es, por mucho que se disfrace de gente sensible, la delata su constante crueldad.
En primer lugar iguala a todos los inmigrantes, lo que hace que los refugiados, amparados por los derechos humanos internacionales, pierdan sus garantías legales. Todo da igual, Alemania es la gloria y eso sólo es para los alemanes, para algunos alemanes.
Nos quería engañar, se había puesto la careta, ahora ha vuelto a mostrar su verdadero rostro. La señora Merkel ha vuelto a ser eso: fría, distante, insensible y vergonzosamente insolidaria. Ha tratado de hacernos ver lo que no era, de que estaba a favor de la acogida de los refugiados. ¡Mentira! La señora Merkel no ha dejado de ser una teutona despiadada, un personaje incapaz de ser sensible, salvo para defender a sus bancos, aunque ello suponga hundir naciones enteras, destrozar vidas y dejar morir ahogados a los niños y las mujeres allá en el Mediterráneo. Sólo le preocupan los rescates bancarios, no los humanos. Los que hunden al otro, no los que le salvan.
No podía ser que la señora de los recortes, la que está comprando Grecia en cómodos plazos –empresas alemanas comprar a precios bajísimos islas, aeropuertos, empresas…— la que está dejando al sur de Europa en una situación desastrosa, insostenible, fuera la acogedora mayor de Europa. Era, por desgracia, postureo, y del malo.
Y la habían propuesto para el Nobel de la Paz. La cosa tiene guasa, aunque es para llorar. Claro que después de recordar ciertos premios Nobel de la Paz de hace años, no es de extrañar. Ahí queda Kissinger, Isaac Rabin o el mismo Obama que continúa todavía con Guantánamo abierto. Hoy Merkel se ha unido a la Europa egoísta, a la Europa xenófoba, a la Europa dura, allí donde se encuentran Hungría, Polonia, Eslovaquia y en parte España. Lejos de Turquía, Grecia o Italia que son un ejemplo de compromiso para con los refugiados.
Ha vuelto a ser la verdadera Sra. Merkel, la de los recortes económicos, la que hunde y compra países, la que mira a otra parte mientras deja morir a miles de refugiados, la que ha aprobado una ley por la que puede devolver a los refugiados que lleguen sin trabajo. Como si los refugiados no huyeran de la muerte, como si tuvieran tiempo de mandar el currículo.
Y hubo quien creyó que Merkel tenía sentimientos. Aunque fuimos muchos los que dudamos de sus intenciones cuando habló de acoger a los refugiados, sin límites. ¿Cómo se podía creer en la buena voluntad y la sensibilidad de esta política que ha contribuido a destrozar países del sur y cuya dureza hace temblar a Europa?
Era, simplemente, una argucia. Ella trataba de tapar otros problemas, de callar los verdaderos problemas de una Europa decadente, de la que se cree lideresa, que no sabe a dónde ir, de evitar que se hablara de problemas económicos y sociales en su país, de eludir problemas con sus socios políticos. Esa era la clave, los refugiados nunca le importaron un pito. Y fingía una sensibilidad y una solidaridad falsa, hasta que la cuestión ha adquirido un volumen tan grande que ha saltado y le ha hecho despertar, volviendo a ser lo que era: un personaje sin alma.
Y lo que es más grave. Al dilatar esta situación, la ha endurecido enormemente. Hoy, el problema, con el invierno encima, es gravísimo. Y los refugiados ya no sólo mueren ahogados, también de frío y hambre, también de frío y humedad, también de frío y soledad, esperando lo que no llegará: su acogida. O eso o la devolución a sus países en guerra, a la muerte segura.
¿Por qué le iban a preocupar estos seres insignificantes que vienen de otro mundo, un mundo que ella desprecia por su pobreza, por ser inferior, por ser distinto? Ella sigue montada en su maravilloso Volkswagen, “el mejor coche”, el coche alemán por excelencia, atropellando sin piedad a refugiados, a países enteros. Eso sí, conduciendo en las magníficas autopistas alemanas, esas que han construido turcos, italianos, españoles y otras gentes de mal vivir.
Salud y República