Arquitectura, permanencia y cambio
El Arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright expresó una vez una idea acerca de la condición de visionario como habilidad inherente y necesaria en el oficio del arquitecto. Y es que nada más el tiempo transcurrido entre la concepción o idea de lo que pronto se convertirá en anteproyecto y posteriormente en proyecto, a su materialización como obra construida, implica poder considerar aspectos que en ese lapso de tiempo pudieran variar. Si a eso agregamos el carácter de permanencia en el tiempo, al estar ideadas para perdurar (salvo en los casos de arquitectura efímera, entendida esta como la creada sin el propósito explícito de perdurar en el tiempo: escenografías, Montajes provisionales, Stands, etc.), se presenta la necesidad de considerar este aspecto ya no sólo desde el punto de vista meramente técnico y su posible durabilidad, si no más allá en términos de imagen (como ideario) y de posibilidades en general de adaptación a eventuales cambios de diversa índole que pudieran afectarla.
Cuando refiero a "cambios" no son sólo los que podrían ser ejercidos por quienes habiten o visiten la edificación y que, algunos en un orden circunstancial y otros de orden más permanente alteren lo que fue la idea, "fotografía" u orden inicial de cosas en la misma, así como las posibles condiciones naturales de evolución y crecimiento de plantas, árboles, o el simple deterioro que sobre ella ejerce el paso del tiempo, si no consideraciones en planos menos pre-visibles como lo son los distintos escenarios sociales o de nuevo orden que de alguna forma u otra afectan y determinan la manera como vivimos, cómo nos desenvolvemos en los espacios que habitamos, las relaciones familiares, de trabajo, acceso a determinados servicios, aparición de nuevas tecnologías y otras de una larga lista que ni siquiera aparecen listadas como posibles hasta que simplemente aparecen.
De allí que una necesidad primaria, inicial y casi intuitiva de refugio, al evolucionar el hombre como especie y complejizarse sus relaciones con él mismo y con su entorno, al ampliarse la gama de necesidades y apetencias, así como de requerimientos cada vez más sofisticados, la arquitectura debería adecuarse a tales condicionantes. Y en su condición intrínseca de durabilidad, de permanencia, en tiempos recientes se presenta una especie de contradicción. Tal como aparece en el prólogo de Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman en la que sucede el título acerca de " Lo Leve y lo líquido" una idea de Paul Valery:
" La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan [...] de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados [...] Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto. Entonces, todo el tema se reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente humana ha creado?"