"El diablo viste de Prada" es una de esas películas que cada vez que la vez te provoca una reflexión nueva.
Reflexiones sobre la tiranía de la moda y de la talle 34-36, bien lo sabemos las que tenemos una talla 44 ... lo que daría para un post por sí mismo.
Reflexiones sobre aquellas actitudes y habilidades que debe tener una buena trabajadora y lo que se espera de ti en un nuevo puesto de trabajo.
En el décimo aniversario de su estreno (2006) me suscitó una reflexión sobre la dificultad de las mujeres ejecutivas para mantenerse en escenarios de éxito profesional.
La gran Meryl Streep encarna el papel de Miranda Priestley, basada en gran parte en la figura de Anna Wintour, directora de Vogue.
Una figura femenina en la cúspide profesional con un carácter frio, distante, exigente y cruel con sus subordinados.
Yo tuve una jefa así, en un mundo empresarial muy competitivo y machista. Quizás la mujer que más crítica ha recibido por parte de los hombres a los que le hacía sombra, pero sobre todo, por parte de las mujeres que trabajan con ella.
En la película Andy Sachs se enfada y dice: "Si Miranda fuera hombre nadie notaría nada malo en ella, excepto lo bien que hace su trabajo".
Se dice que las mujeres somos las peores enemigas de nosotras mismas, no me gusta generalizar, pero mi experiencia personal es que llegamos a ser muy críticas con aquellas mujeres que han alcanzado el poder.
No somos conscientes de las dificultades que tienen, y que aunque sus métodos no siempre son los más adecuados, si somos inteligentes debemos aprender de ellas y así encontraremos nuestro propio camino.
En el mundo empresarial estamos escasas de referentes femeninos, debemos aceptar que esas mujeres poderosas nos han abierto camino a todas, aunque ni ellas mismas hayan sido conscientes.
La propia Anna Wintour dice "Soy realmente muy competitiva. Me gustan las personas que representan lo mejor en lo que hacen, y si eso te convierte en una perfeccionista, entonces lo soy."
Pienso que la película supera en mucho al libro de Lauren Weisberg. Su director, David Frankel vió una historia que iba más allá de machacar el papel de una mujer triunfadora.
Más allá de la intrahistoria sobre el mundo de la moda, o de la superación personal y profesional de la asistente, la historia trata de la excelencia y de la lucha de una mujer por triunfar en un mundo empresarial que recuerda mucho al infierno, del que surge ese diablo vestido de Prada (aunque en la película vestía de Donna Karan).
Incluso para Meryl Streep supuso una lucha para que se reconociera la valía de la mujer en el mundo del cine. Con 55 años aprendió como llevar sus propios negocios, y consiguió que le pagaran el doble de lo que le ofrecían en principio. Fue el principio de un movimiento en Hollywood para que las actrices cobren igual que sus homónimos masculinos.
Es de agradecer que el director de la cinta David Frankel, tuviera la visión de convertir la historia en algo más que una comedia, y decidiera apostar por el reconocimiento de la figura de la mujer triunfadora
"Había muchos conflictos con el final, en el que Miranda era humillada. Sentí que eso no era satisfactorio. Mi visión era que teníamos que estar agradecidos por su excelencia. ¿Por qué las personas excelentes deben ser amables?
Y ahora nos toca a nosotras, dejando atrás los complejos por ser ambiciosas.
Por saber reconocer el papel de mujeres de éxito referentes en nuestro presente.
Por escribir un nuevo guión para la película de las mujeres exitosas con nuestras experiencias, en femenino singular y, porque no, en femenino plural.