Hace unos años en la maternidad Rotunda en Dublín me encontré a una mujer y madre de cuarenta y seis años estudiando para ser matrona. Sus compañeras más jóvenes le llamaban cariñosamente la abuela. Al parecer había ejercido de maestra hasta que tuvo la oportunidad y los medios de realizar su sueño: ser matrona.
Conozco compañeras que tras aprobar el EIR, el examen para enfermero interno residente, marcharon lejos de su ciudad para estudiar la anhelada carrera. Y es que hay profesión que enganchan, fascinan, seducen y en ocasiones, rehúsas por igual.
Hay algo mágico, sagrado en el acto de acoger un bebé, en las palabras balsámicas que puedo recitar como una oración para ayudar a la madre o en los gestos de aliento que ofrezco. Junto a una madre, siempre una matrona. Hombres y mujeres. No importa el nombre, comadrona, matrona o matrón.
En el parto, a veces, me he sentido una intrusa, un testigo incómodo ante la intimidad de la pareja, con sus caricias, sus palabras tiernas, sus miedos, sus manos temblorosos, sus alegrías. Ver a los padres, hombres de pelo en pecho, llorar como niños viendo a sus hijo por primera vez, resulta conmovedor. Todas lo sabemos, hay instantes que lloramos con ellos sin poderlo evitar.
No todo es alegría y días de sol. A veces la esperanza se rompe en mil pedazos y hay que estar junto a la madre que porta un hijo que nunca llorara. Y ahí está la matrona, a su lado, acompañándola, como una amiga, una hermana o una madre provisional.
Este bendito trabajo es un reto constante, una lucha a veces titánica entre el poder y la independencia, entre la cama y la pelota, entre la obediencia forzada y la cándida autonomía, entre la mujer y la familia, entre lo forzado y lo natural. Hasta las rosas portan espinas. Batallando siempre con la sonrisa en los labios y la palabra certera, manteniendo como la vida misma, un tenue y frágil equilibrio.
Hoy pienso en las residentes, ellas trajeron la primavera. Todas y todos, grandes, inmensos defendiendo su espacio, o mejor dicho protegiendo a las mujeres, en sus centros maternales, en otras tierras, en recogidas de firmas, en su desalentador paro, en su rol de padre y madres. Ilusionados por trabajar.
Mientras las utopías llegan, seguimos adelante incansables celebrando nuestro día, luchando, riendo, trabajando, soñando, brindando para que todos nos dejen hacer lo que sabemos hacer; ayudar y acompañar. Como decía un tutor de residentes citando al poeta Antonio Machado: Caminante son tus huellas, el camino y nada más. Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
A todas las madres y matronas del mundo, feliz día.