A David García-Asenjo, a Carlos Santamarina,
A AGUA arquitectos y a Alberto Alonso, por su
colaboración y por sus mesas.
La idea de escribir esta entrada nació con un tuit de David García-Asenjo en el que citaba un artículo de Juan Tallón: "Instrucciones para ordenar la mesa". David es un lector infatigable, culto e inteligente, y si él cita, glosa o refiere un artículo te lo tienes que leer. Así son las cosas, así que me lo leí inmediatamente. (Hacedlo también vosotros). Al momento saqué con el móvil una foto a mi mesa según estaba, y la mandé como respuesta al tuit de David y al artículo.
Esto desencadenó más respuestas de más amigos, y así, espontáneamente, nos fuimos retratando.
Mi mesa
He trabajado durante veinte años con mi socio Tomás Saura. Durante ese tiempo me ha dado muchos motivos de envidia. Uno de ellos era su mesa siempre ordenada. Podríamos tener muchísimo trabajo, muchas llamadas apremiantes, muchos faxes, cartas, lo que fuera. Él tenía cada cosa en una carpeta, en un archivador, en un cajón. Todo en su sitio. A veces, mientras trabajaba, tenía la mesa inundada de papeles, pero cada uno de ellos cumplía una función exacta y estaba donde tenía que estar, y al terminar la jornada era guardado y clasificado en su correspondiente carpeta, convenientemente etiquetada, y la mesa quedaba limpia y libre para el día siguiente.
Yo no puedo. Mi mesa ya me expulsa a mí. Busco un rincón despejado para escribir allí, encogido, una nota. Como Juan Tallón, me digo a mí mismo que no es tan difícil guardar cada cosa en su sitio, pero, también como él, veo cosas que no lo tienen, y, lo que es peor, cosas que pueden tener dos o tres sitios válidos porque pertenecen simultáneamente a dos o tres órdenes o familias.
Por otra parte, me da miedo tirar cosas. Ese folleto de un material de cubierta: No tengo intención de usar ese material, pero no lo tiro. Esa carta medio rara que te llega, esa tarjeta de un comercial de fontanería, esa notificación, esa invitación a un acto, esa lo que sea. ¿Dónde guardarla? En ningún sitio. Su sitio es la papelera, pero ya. Pues no. La dejo sobre la mesa vagando y vegetando y al cabo de meses y meses ya se ha pasado la fecha, la efectividad, la oportunidad, lo que sea, y la tiro por fin, cosa que debería haber hecho el primer día. Me digo y me repito que si un papel me es útil debe tener su sitio para ser guardado y ordenado, y si no lo es debe ir a la papelera, pero no lo hago.
(Por cierto, ¿alguna vez habéis revuelto la papelera buscando ese papel que tirasteis el otro día y que ahora necesitáis? Yo sí. Soy un desastre).
Otra cosa que pienso es que si yo trabajara en una empresa, si yo tuviera un jefe, sería más cuidadoso con el aspecto de mi mesa. Supongo que no me atrevería a ser censurado por mi jefe ni por mis compañeros. Pero trabajo solo, a mi bola, y creo que eso ayuda también a tener la mesa así. En este caso el desorden tiene también algo de capricho. Pero cuidado con el capricho: Es como no afeitarse un día para trabajar (¿qué más da?, por un día no pasa nada): Acaba uno trabajando otro día en zapatillas de estar por casa, y otro día en chándal, y otro día en pijama. Esto del desorden mesero es como el alcoholismo: Uno reconoce en ciertos momentos que se está pasando, que está siendo superado y no puede controlarlo, pero en el fondo no cree que sea un problema grave, no se da cuenta, se va abandonando y naufraga. Uno se agarra una borrachera de desorden y se olvida de los problemas que le abruman.
En medio del caos, uno está rodeado de amigos: Un medallón, unos sellos, una lupa, unas fotos, una figurita de Astérix, un viejo llavero... Cosas que te acompañan y te alegran, pero que, aún más, te abruman, te descentran y te fastidian. Y todo ello a la vez.
No sé muy bien por qué (o sí, pero para qué andar dando explicaciones tontas) en el follón de mi mesa había un montón coronado por el Corto Maltés en Siberia. Debajo, no se ve en la foto, había un número del Jot Down, un libro de órdenes, un bloc, varias carpetas que no eran de ahí, etcétera. Al fondo, detrás de los botes de lápices y bolis (tantos botes y cuando necesito un rotulador no lo hay) tengo la novela Oblomoff, en una vieja edición de 1931, y debajo de ella Si te dicen que caí. Entre los botes de bolis y las novelas hay un medallón de bronce en el que sale el Palacio de Cristal de la Casa de Campo de Madrid, en una rara vista curvada en ojo de pez. A su lado, una tarjeta de la residencia de ancianos de mi pueblo.
Y para qué seguir.
A mi foto reaccionó David poniendo dos de su mesa según estaba en ese momento. Por un lado libros y papeles amontonados (y un aparato eléctrico que no identifico) y por otro unos apuntes de un ratón (diría que sí, que es un ratón) sobre un libro ilustrado. También veo herramientas y más cosas.
Mesa de David García-Asenjo
Carlos Santamarina se descolgó con cinco fotografías impactantes, e incluso inquietantes. Cachivaches electrónicos, libros, papeles... lo normal. Pero en la tercera foto hay ¡una pistola! Magnífico recurso -pienso- para recibir a un cliente.
Mesa de Carlos Santamarina
-He pensado que su casa quedaría muy bien con la cubierta plana -jugando con la pistola, haciéndola voltear sobre el dedo índice, acariciando el gatillo.
-Sí... (glups)... Claro... Por supuesto.
-En cuanto a los honorarios, me parece que los que le digo son muy razonables.
-Uf... Más que razonables... Me han parecido incluso baratos.
(Luego nos confesó que es una pistola de juguete con la que se entretiene tirando a una diana. Cosas de los creadores talentosos).
Y en la quinta foto, que es un recorte ampliado de la primera, nos muestra una botellita de agua con forma de calavera y un muñeco de Men in Black. (¿O es de Reservoir Dogs?).
Sobre ser desordenados se nos junta ser mitómanos, críos inmaduros, frikis, locazas y saltimbanquis impenitentes.
Mesa de AGUA Architects
Mesa de Alberto Alonso
AGUA Architects (no sé si Aguilera o Guerrero) se sumaron a la impúdica exhibición de mesa, y también lo hizo Alberto Alonso. En sus casos veo un desorden controlado, e, incluso, si me permitís la palabra, fértil.
A mí el desorden me agobia, me incomoda. No estoy a gusto conmigo mismo, pero no soy capaz de ponerle solución. No puedo sobreponerme. Cuando, finalmente, algún día me pongo a ordenar la mesa y la dejo despejadita y limpia, me siento muy feliz y me propongo que no volverá a ser pasto de la entropía. "Cada día -me digo- antes de cerrar recogeré la mesa. Cada cosa a su sitio. Es perder un par de minutos diarios para mantener el orden. Es fácil". Pero no puedo. Poco a poco (o, mejor dicho, mucho a mucho) la mesa se vuelve a poblar de seres extraños y en seguida vuelve a estar intratable.
Y yo, que ahora mismo debería estar ordenándola y limpiándola, empleo ese precioso tiempo en escribir esto en el blog.
PD.- Si os apetece podéis mandarme fotos de vuestra mesa -pero sin trampas: una foto inmediata con el móvil a la mesa tal como esté ahora mismo- a [email protected], y yo las pondré aquí debajo, a modo de addenda.
Addenda: Fotos de mesas de algunos lectores de este blog:
22-03-2017: Mariano Rodea, de Casa Blanca - Oficina de Arquitectura, México, manda primero una foto de la mesa de Einstein tal como quedó el día de su muerte. Así lo dejó todo. Así quedó su mesa. La verdad es que me reconforta bastante.
Y a continuación manda foto de la suya. No está mal.
22-03-2017.- Susana Rodríguez Carballido dice que esta es una imagen atípica de su mesa, y que suele amontonar papeles según el tema que esté desarrollando, y luego los recoge y/o los reapila y reamontona. O sea: orden. También dice que esa novela está ahí inopinadamente. Grandísima novela. Y mucho orden.
22-03-2017.- Antonio Navarro Blaya dice que suele mantener el desorden en la columna de la derecha hasta que se desborda y lo invade todo, y asegura que su mesa suele estar muy desordenada pero es que justo la ha ordenado hace poco. Sí, ya, ya. La típica excusa del hombre educado y correcto que quiere hacerse pasar por desastroso para que le admitan en el grupo y no la tomen con él. Ya, ya.