Aquel día pasé por esa calle. Siempre que doblaba la esquina, justo donde antes había una casa baja, blanca, de tejado rojo y jardín de los de antes -losa, banco en la calle y macetas con geranios-, me acuerdaba de ella y de las veces, pocas, en las que la acompañábamos a la guardería, aunque ya era mayor, como nosotras, pero su madre le decía que la esperara allí porque ya la conocían y le darían la merienda: pan con chocolate, y también para las amigas.
No sé qué había al final de la calle entonces, aunque sí, es cierto: ni me acuerdo de la calle, sólo de la esquina, la guardería, ella y el pan con chocolate. Pero hoy pone mesón donde antes me daban pan con chocolate, y se me antoja diferente y de letras que evocan tierra, murallas y piel chamuscada al fuego. Mesón y comidas, que no sé si es como dar de comer al hambriento y al obrero del final, por donde pasa el río y donde siempre hay obra porque parece eterna o es que no se cerró nunca y yo me lo creo porque paso poco por allí. No hay murallas, no hay castillo, no hay plaza y no sé si habrá pan, chocolate o piel para chamuscar, pero tiene el menú en la puerta, pintado como antes: a golpe de tiza sobre fondo negro de propaganda de bebidas...
Ella ahora trabaja en el otro lado de la ciudad, que lo sé yo porque la he visto...