No necesitaba mirar al cielo por la noche para percatarse de la cantidad de estrellas que pululaban a su alrededor. A plena luz del día las veía trepar. En una lucha sin tregua, sin límites, sin escrúpulos,... y sin remordimientos de ninguna clase, se empujaban y pisoteaban unas con otras con el único fin de brillar más que ninguna en esa constelación atmosférica donde el oxígeno y los gases "nobles" brillaban por su ausencia. La mayoría acababan estrellándose en sus propias vanidades, orgullos, mentiras, engaños e hipocresías.
A pesar de todo, cada noche acudía a aquel claro del bosque donde los efluvios de la naturaleza devolvían al aire la autenticidad y el ambiente era nuevamente respirable.
La mirada, clavada en el cielo para no perder ni un solo destello de aquellas discretas y diminutas estrellas que, con luz propia, conseguían mostrar toda su belleza. Tres eran sus preferidas: Sencillez, Humildad y Sinceridad. Así las llamaba. Cada noche las buscaba porque no quería perderlas. Ellas eran auténticas y debía esforzarse por conservarlas.
Texto: Pilar Pastor