De pronto fui
consciente de mi estado, no podía mover ni las piernas ni los brazos
porque no los tenía, ¡horror! era una crisálida. Recordaba el momento de
envolverme con placer en la sábana, pero ahora mi aspecto debía de ser
horrible. Nunca más podría continuar con mi vida anterior.
El despertador me transformó y me devolvió a una nueva realidad.
Saliendo de mi envoltorio pude extender mis extremidades y saludar al
nuevo día. Me miré en el espejo y maldije la película de terror que
había visto.
Texto: Javier Velasco Eguizábal