Revista Opinión
Mujer frente al espejo. Pablo Picasso
Tendría que haberlo notado ya la noche del 25 de diciembre cuando al ir a enfundarme en un esmóquin negro de terciopelo que me compré en ebay, la cremallera del pantalón se quedó atascada a medio camino. Seguramente no le dí importancia porque el botón se dejó meter en el ojal, permitiéndome llevar el modelito a pesar de todo.
El caso es que no advertí nada. Y a los langostinos de Nochebuena y al pavo navideño, los siguió lo que más me gusta de la navidad: el panetone - en todas sus variantes: con piñones, con fruta escarchada, clásico y con chocolate.
Para la cena del 31 tenía pensado estrenar un vestido, regalo de navidad (que había elegido yo misma con ese fin) pero - llámalo intuición - me decidí por algo sueltito y cómodo. Seguía sin querer enterarme.
El día 1 de enero ocurrió. Lo noté al despertar y pasarme la mano por la tripa : (que se ha vuelto más parlanchina en estos días de lo que ha sido en toda su vida) se había ensanchado y redondeado de forma alarmante. Consciente de que no podía tratarse de un embarazo súbito por motivos de edad, corrí al cuarto de baño a mirarme al espejo. Me sonrió una simpática gordita desconocida de mejillas restallantes y pelo largo y algo ondeado.
Para los que no me conocen físicamente, he de decir que antes era de rostro afilado (por no decir huesudo) y cuerpo anguloso (por no decir huesudo) y que prefiero llevar el pelo corto.
Los cambios físicos no son tan malos y hasta tienen sus ventajas. Tengo menos arrugas y en cuanto al pelo, eso que me ahorro en peluquería. (Claro que me lo tendré que gastar en vestuario).
Lo malo es que paralelamente al proceso de engorde, sufrí también una transformación de mis ciclos de sueño.
Normalmente, era de poco dormir. Con cuatro o cinco horas tenía más que suficiente para tirar todo el día. Pues ya no. Ahora resulta que llevo durmiendo un promedio de doce o catorce horas diarias (sin contar las siestas) y no me basta. Es más, me quedo con los ojos abiertos en posición horizontal intentando pensar en algo concreto y no consigo que mi cerebro se ponga en marcha.
Ni libros, ni películas ni ná. Se ve que con tantas horas de apagón, mis neuronas se han puesto en huelga. Ahora flotan en una nebulosa de blandiblub que les impide conectarse unas con otras.
Podría llegar a acostumbrarme a mi nuevo look de señora rellenita con peinado a lo Ana Botella, pero lo de empezar el año con la mente en blanco me preocupa. ¿Será un mal augurio? ¿Despertaré mañana convertida en oveja?
Tanto comer, beber y dormir no puede ser bueno. Beeeehh.