Revista Cultura y Ocio
EL INVITADOPara Mónica Rouanet
Jame se afana con la aguja. Nada puede salir mal hoy, es un día especial, una noche muy especial. Hace días que terminó con el largo trasero y pasó por el calvario de encajar debidamente la sisa y el ajuste, renunciando al corte francés porque tiene dos piezas más que unir para abarcar el cuello y ceñir lo que será la capucha. Esta aguja es un poco más gruesa. Las puntadas más complejas, en esa zona el tejido es duro, ha de ser por fuerza un poco más duro, es necesario para luego poder colocar bien el pelo y que nada se tuerza, se perdería el efecto y no se lo puede permitir. Entre puntada y puntada, anda soñando con el patrón central, y con respetar la pinza vertical, ya le tiene echado el ojo a un tejido magnífico que pronto, muy pronto, será suyo. Se relame de gusto solo de pensar en cómo se adaptará, en la caída, en el bies que tendrá que ajustar para que no se note abombamiento alguno. Son ya muchos meses de dedicación como para rendirse ahora, aunque haya costado muchos sinsabores. Buscar por medio país las medidas idóneas ha requerido paciencia y tino, y sobre todo una firme voluntad, una mano certera, no como ésta que hoy parece que le anda temblando un poco. Debe de ser la estela de Catherine, la penúltima modelo. De vez en cuando sube la música, quizá el punk no sea lo más indicado para estas labores, pero tiene algo erótico que le pone. Sube de nuevo el volumen, no quiere oír ni los chillidos del caniche ni los otros. Se abstrae dando una puntada tras otra, se aleja la obra de los ojos, aún incompleta, todavía muy incompleta porque le falta la parte más importante, el patrón delantero, la zona cumbre. El vientre de Clarice. Suena el timbre, su invitado acaba de llegar. Se atavía con su traje y abre la puerta, insinuante. - ¡Qué elegante está usted, amigo mío! ¿Le importaría atemperar un poco este chianti antes de la cena?