Xibalbá-El relato de Juan Carlos-
Ese 31 de octubre la jornada le estaba resultando agotadora. Juan Carlos jamás pensó que ese trabajo de guarda forestal que con tantas ganas había tomado podría llegar a resultarle tan tedioso. Cuando Alberto le habló de aquel Parque Natural, JC pensó que trabajar en él en contacto con la Naturaleza sería maravilloso, la ocasión que llevaba buscando desde hacía ya no sabía cuánto de escapar del aburrido trabajo de oficina al que estaba atado desde que acabó sus estudios de Ciencias Ambientales. Pero ¡já!, ahora resultaba que vigilar la extensión de ese frondosísimo bosque -¡selva más bien!- de caobas, cekas y chacás por el que discurría, plácido, el río Balankanchese había convertido en una rutinaria sucesión de reuniones agotadoras en torno a una mesa. Ahora parecía que a Enrique Xavier, el jefe del que JC dependía, le interesaban más los largos listados en Excel de Flora y Fauna de la zona próxima a Chichen Itza que cualquier otra cosa. A punto de dar las dos de la tarde, nada más finalizado el almuerzo y cuando Juan Carlos se disponía a regresar a la torreta desde la que con la ayuda de prismáticos contabilizaba el paso de jaguares, pumas y temazates camino de los ojos de agua donde abrevar, Héctor, el vigilante de la entrada al recinto, le entregó un sobre cerrado que una extraña mujer había dejado en la recepción del Centro de Recursos, Investigaciones y Sostenibilidad de la Flora y Fauna de la Península de Yucatán (CRISFAPY):- –Juan Carlos –dijo Héctor agarrándole por el brazo cuando ya salía del comedor- han dejado para ti este sobre.- –¿Para mí? Gracias, Héctor –le respondió.Con cierta expectación JC rasgó el sobre del que extrajo una octavilla en la que con letra cuidada y de extraño aspecto gótico se podía leer:
"Estimado Juan Carlos: Has sido invitado a celebrar el día de los muertos en la gran Xibalbá. El mapa que te es adjuntado te indicará cómo llegar. Pero te advierto: debes estar antes de las cero horas del primero de Noviembre y cruzar la puerta exactamente a la media noche, si no habrá consecuencias. Es una invitación que no puedes rechazar."Diez horas faltaban para tan extraña celebración a la que le convocaba ignoraba quién. No sabía si asistir o no. Algo, muy íntimo, le avisaba de la peligrosidad de acercarse a celebrar el Día de los Muertos, pero si no lo hacía la nota decía que habría consecuencias. Poco a poco la sensación de peligro fue sustituida en el pecho de JC por la de terror. ¿Cómo acudir, cómo llegar a la gran Xibalbá? ¿Existía entonces este lugar, Xibalbá, que Juan Carlos en su niñez había oído nombrar a sus mayores y del que siempre se mofó? No lo sabía a ciencia cierta, lo único que estaba claro era que había que empezar a actuar y no perder más tiempo.Era tal el miedo que le había metido en el cuerpo la enigmática carta que para intentar superarlo en cuanto salió del trabajo a las cinco de la tarde (“¡ya sólo quedan siete horas!”) entró en una taberna que había a la entrada del CRISFAPY. Allí el joven guarda forestal pidió un trago, luego otro, y otro más y otro y otro…- –¿Quieres llegar a Xibalbá y no sabes cómo? –le dijo una enigmática mujer enfundada en una capa y oculto su rostro bajo una capucha que apenas si dejaba entrever un matojo de pelo enmarañado.- –¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? –contestó Juan Carlos inmerso en la dormidera que le había producido el licor- ¿De verdad sabrías indicarme cómo llegar allá a tiempo?- –Si tú me lo permites, sí.- –De acuerdo. Pero antes dime: ¿cómo te llamas?- –Elvira. Y tú, Juan Carlos, sígueme. Hace tiempo que estaba esperando poder corresponderte como mereces.Elvira y JC pararon un taxi a cuyo conductor pidieron que los llevase hasta la pirámide de Kukulkán. Al llegar vieron cómo el sol del crepúsculo al incidir sobre las nueve plataformas que la constituyen formaba una especie de serpiente escamosa que con su cabeza invertida parecía indicarles una dirección a seguir.- –¡Dame la mano! –le gritó Elvira a JC-. ¡Es preciso que entremos en ella antes de que el sol se ponga!- –Como tú digas –le respondió.De modo inexplicable una vez traspasada la puerta la pareja se vio dentro de un túnel de piedra descendente que rápidamente empezaron a recorrer. A lo lejos parecía escucharse como un rumor de agua que corría o saltaba produciendo un sonido cada vez más potente, más ruidoso, de catarata casi… Hubieron de detenerse pues el fragor acuático era tal que sus cerebros, al menos el de JC, no eran capaces de procesar la belleza del mundo en que estaban: Al final del túnel había una gran oquedad en el suelo donde se perdía la vegetación que, seguramente producto de la humedad, había crecido a su alrededor y que como si lo necesitara se volcaba hacia el agujero negro. Elvira y Juan Carlos se dieron cuenta de que esa tremenda abertura en el suelo era un cenote del que nunca él había tenido noticias. Descendieron los 20 metros que les separaban del agua que discurría por su fondo y allí, junto a las limpísimas aguas distinguieron la entrada a una gruta, a una caverna. Temerosos iniciaron el recorrido de la misma que parecía inacabable.- –No se ve nada –gritó JC a la mujer que yendo a su lado no le había mostrado aún el rostro-. Creo que lo mejor sería volver y abandonar- –Acuérdate de que las consecuencias serán terribles si no logras estar a medianoche a la entrada de Xibalbá –le contestó ella.Aunque estaban inmersos en una densa oscuridad, los ojos de la pareja reconocieron una sombra también encapuchada que allá se encontraba.- –¿Quién anda ahí? –preguntó Elvira, sin obtener respuesta alguna.- –Si no respondes te mato –bramó Juan Carlos superado el atontamiento que la bebida le había producido.Cuando JC se lanzaba contra la sombra con ánimo de quitarla de en medio, ésta pronunció unas enigmáticas palabras en un antiguo idioma: “Pater, ignosce illis , quia nesciunt quid faciunt” (“Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”).- –¿Quién eres? ¿Qué has dicho? ¿Sabes dónde estamos? ¿Nos podrías decir cómo podemos llegar a Xibalbá? –le preguntaron los dos casi al unísono.- –Soy Francisco Ximénez, un fraile español de Écija –nos respondió-No me podéis ya hacer daño pues vosotros y yo no estamos, ninguno de los tres, dentro de la misma dimensión temporal. En cuanto a qué decía cuando me atacaste, sólo le imploré al Señor su perdón para vosotros por no ser conscientes de lo que ibais a hacerme.- –¿Te burlas de nosotros? –le espeté-. ¿Cómo puedes decir sandeces semejantes?- –Muy sencillo, pequeño saltamontes –me respondió. Y rio con ganas el frailecito-. Yo llegué a estas tierras de Nueva España hace ya unos cuantos siglos. Por acá hice muchas cosas, aunque la principal para mí y para la historia fue la de salvar el texto sagrado de la civilización maya del peligro que corría, al ser oral, de desaparecer. Gracias a mis esfuerzos las creencias de este pueblo milenario sobrevivieron. Por esto sólo os puedo decir que no veis nada porque paradójicamente el estruendo del río que discurre por esta galería es de tal calibre que no sólo lastima la audición sino que neutraliza al resto de sentidos humanos y entre ellos a la vista.La explicación dada por este ser de aspecto frailuno aunque extraña no sorprendió a Juan Carlos en modo alguno. Desde que junto a Elvira había llegado al túnel de piedra subterráneo de modo inexplicable, su cabeza parecía haberse habituado a procesar saberes e informaciones de manera en nada semejante a lo que para él había sido habitual hasta entonces. JC pensó que sólo tenía una opción y esta era exprimir al fraile al máximo.- –Fray Francisco: ¿Dónde queda Xibalbá? ¿Podrías conducirnos hasta allá? –le inquirió ansioso.- –¿Por qué no le conduces tú? –contestó fray Francisco dirigiéndose a Elvira que, silente, me acompañaba.- –Me está vedado descubrir el arcano –respondió ella tranquila-. Es él por sus propios medios quién ha de procurar llegar hasta las puertas de ese más allá. Sólo te diré una cosa, Juan Carlos –dijo volviéndose hacia él pero bajando la cabeza para que no pudiese contemplar su rostro-, hay varios cientos de kilómetros hasta allá y el tiempo que te resta es escaso.- –Entonces –dije con inseguridad y ya temeroso- ¿por qué me acompañas, por qué estás haciendo el mismo trayecto que yo?- –Las promesas dadas han de ser cumplidas –respondió ella-. Por eso sigo tus pasosSi ya estaba inquieto por todo lo que le había sucedido tras un pesado y rutinario día de trabajo, las palabras frías y sin sentimiento de Elvira no le tranquilizaron un ápice. “¿Varios cientos de kilómetros de aquí?” “¿Pero en qué dirección?” “¿A qué promesa incumplida debería responder ante esta mujer espectral?” Estas y otras preguntas se agolpaban en su cabeza. De pronto de manera impulsiva y sin ser casi consciente de ello espetó a fray Francisco Ximénez:- –¿Por dónde sigo, padre?- –Toma la dirección de Cobán –respondió. Y dicho esto, el eclesiástico igual que apareció desapareció perdiéndose gruta adentro por donde escapaba el agua ruidosa y cantarina.Juan Carlos tomó una rápida decisión. Se lanzaría al agua y se entregaría a su fuerza propulsora. Por muy rápido que él pudiera caminar nunca podría llegar a Xibalbá en esas pocas horas y menos sin saber dónde quedaba. Y dicho y hecho. JC se zambulló en las frías aguas del río estruendoso que nada más entrar en él cambió su estrepitosa sonoridad por otra más tenue y cantarina. El frío del agua apenas si lo sintió en su cuerpo pues un tronco desprendido de una de las inmensas raíces de caobas que llegaban hasta el agua, le sirvió de improvisada barcaza a la que sin dificultad subió. A su lado, impertérrita y sin mostrar jamás su rostro, Elvira le acompañaba silenciosa escuchando las canciones que, mágicas, llenaban las inmensas galerías por donde circulaban estas encantadas aguas.Mientras viajaban a velocidad de vértigo subidos en esa chalupa que se diría prodigiosa dado que viraba a derecha e izquierda sorteando con acierto el bosque de raíces y ramas espinosas que parecían querer atacarles, Juan Carlos algo más tranquilo, dirigiéndose a la mujer que desde hacía ya tiempo iba con él le dijo:- –¿Qué promesa, oh Elvira, incumplí y cuándo lo hice?- –Me prometiste amor eterno –respondió ella seria y distante-. Pero, apenas saciado tu instinto, olvidaste todo lo hermoso que me habías dicho.- –¿Y cuándo fue aquello? Por más que lo intento no logro recordarlo –dijo JC.- –Te daré unos datos –empezó a decir Elvira-: Salamanca. Eras un estudiante alegre, despierto, dicharachero que enamorabas a cuantas por tu lado pasaban. No te llamabas como ahora. Félix era tu nombre. Te burlaste de mi ingenuidad y mataste, oh cruel, a mi padre cuando fue a exigirte el cumplimiento de tu promesa.- –No recuerdo nada. Fueron tantas y tantas. Pero ¿eso cuándo ocurrió? –preguntó ansioso a la mujer vengativa.- –Hará casi 200 años –sentenció ella.Una sensación de mareo, de caída a los infiernos, de vorágine espiral invadió a Juan Carlos. “Doscientos años hacía. El se llamaba Félix. Promesa de matrimonio incumplida”. No, no podía ser. Él se llamaba Juan Carlos y estaba en 2015, no en mil ochocientos y pico. ¿Qué estaba ocurriendo?Mientras estos pensamientos invadían la cabeza de JC, la barcaza había seguido su curso veloz por ríos que a veces se remansaban en lagunas de color rojizo, como sangre, mientras que en otras ocasiones adquirían una gran velocidad y el color claro y límpido de sus aguas incitaban a beber y saciarse con ellas. Al cabo de un tiempo impreciso Juan Carlos levantó la mirada dada la ausencia de movimiento. La chalupa había embarrancado en la orilla. Al ver que Elvira le tomaba la delantera y descendía, él se apresuró también a hacerlo.- –¿Qué hora es? –preguntó- –Las once y media. Quedan sólo treinta minutos para las 12 de la noche –le respondió Elvira.- –¿Qué hacemos ahora? –sollozaba Juan Carlos ante la visión de cuatro caminos que se abrían ante ellos: uno rojo, otro blanco, otro amarillo y otro negro-. Cuatro posibilidades y sólo treinta minutos de tiempo. ¿Qué camino llevará hasta las puertas de Xibalbá?- –Escoge el máximo de colores posible –le recomendó Elvira.Oído este consejo Juan Carlos escogió el camino negro al considerar que el negro es resultado de la suma de todos los colores, si bien dudó en escoger el blanco al ser éste el origen de todos ellos. Pero como estaban en el mundo subterráneo donde la luz era inexistente, creyó oportuno optar por el más oscuro. Iniciaron entonces ambos una carrera desenfrenada por ese camino que parecía no anunciarles nada bueno. El tiempo corría en su contra. En su trayectoria creyeron cruzarse con unos campesinos que llevaban grandes capachos llenos de achiote, carne de chompipe y tamalitos de maíz. Otros portaban instrumentos musicales como arpas, violines, guitarras, chirimías y marimbas.- –¿A dónde van ustedes. Por qué llevan tanta comida e instrumentos de música? –les preguntó JC al paso.- –Vamos a Xibalbá, a la fiesta de los muertos–le respondieron-. Estamos invitados a una boda largamente anunciada.- –¿Xibalbá? Entonces hemos escogido el camino correcto –exclamó Juan Carlos alborozado al tiempo que miraba a Elvira quien le devolvió una espectral y se diría cadavérica mirada que le llenó de espanto.Sí, en efecto, habían llegado y cumplido el objetivo planteado en la tarjeta que hacía diez horas había leído en su puesto de trabajo. No eran aún las 12 de la noche y se habían plantado sin saber exactamente cómo ante las mismas puertas de Xibalbá de donde salían sonidos como de cadenas que se arrastraban mezclados con otros de guitarras, pitos y chirimías. El problema era de nuevo que había que elegir por cuál de las siete puertas entrar. Pasaron por delante de todas y se detuvieron ante una en la que ponía: “BODAS”.