Revista En Femenino

Mi abuela

Por Tenemostetas

 Por Ileana Medina Hernández

Mi abuela se casó con 17 años y tuvo una sola hija. Luego perdió otro embarazo muy avanzado, y no quiso tener más hijos. Casada con un hombre jugador de pelota, grandísimo carpintero, simpático, amigo de todo el mundo... pero también bebedor y mujeriego, ella decía que era "candil de la calle y oscuridad de la casa" y que "le dio muy mala vida". A mi abuelo el comunismo le quitó su carpintería y su alcoholismo fue cada vez a peor, así que siempre fue el malo de la película en mi casa, aunque yo con el tiempo he aprendido a incorporarlo a mi álbum familiar, es importante que nos reconciliemos con todas sus ramas y aprendamos a mirar el mapa de la psicogenealogía familiar como un todo, donde cada uno hizo lo que pudo y todo el mundo hereda de atrás diversos maltratos que no conocemos. Él siempre nos quiso mucho y vivía orgulloso de su hija y sus nietos.Mis abuelos hicieron todo lo posible por dar buenos estudios a su única hija, que además era excepcionalmente inteligente, y así se hizo maestra normalista, y luego licenciada y profesora de Física, y a nosotros de pequeños, mientras mamá trabajaba, nos cuidaba la abuelita. Mi abuelita siempre fue muy humilde, y con la llegada del comunismo le tocó pasarse la vida haciendo colas (cuando era pequeña la acompañaba) de la bodega (tienda de víveres) a la carnicería, de la carnicería a la placita (tienda de frutas y vegetales), de la placita al pan, del pan a la farmacia, de la farmacia al correo, del correo a la jupiña... Horas y horas de largas colas y cada cosa racionada la sacaban a horas distintas en lugares diferentes. ¡Que llegaron las papas! -se avisaban las vecinas unas a otras y allá a lanzarse para una nueva cola. A "la jupiña" (fábrica de refrescos socialistas que la gente seguía llamando con la marca comercial capitalista) se mandaba la pobre muchas cuadras caminando con una carretilla de madera hecha por mi abuelo, para comprar una caja de botellitas de refrescos de naranja, "blancos" (tipo sprite), negros (tipo cola) o de materva (algo similar a otra marca capitalista), lo que hubiera, para que nosotros tuviéramos algún refresco frío en el refrigerador cuando llegábamos de la escuela ¡con aquel calor! Esos refrescos y los sorbetos (galletas de barquillo) fueron casi los únicos lujos-golosinas de nuestra infancia.Lavaba, tendía, planchaba, remendaba, cosía. Escogía el arroz. Escoger el arroz, quitar las semillitas negras, los machos, las piedras, los gorgojos... ¡esa extraña y paciente labor que no sale en ninguna película y que marca a toda una generación de abuelas cubanas!También en aquella "buena" época -luego fue y es mucho peor- , cuando todavía había huevos y mantequilla y harina por la libreta de abastecimiento, ella hacía cada tarde natillas, o arroz con leche, o una panetela, o un flan, o un pudín... siempre algún postre. Ella cocinaba para todos, y comía muy poquito, siempre la última y siempre quitándoselo todo para los demás. Sabía mucho de plantas, tenía un pequeño cantero, y a veces un pequeño "pollero" en el patio con algunas gallinas, y recuerdo cuando mataba alguna y hacía una sabrosa sopa acompañada del pollito frito. Esos sabores reconfortantes de la infancia. En el muro del patio había una gran enredadera de bejuco ubí, y ella nos hacía cocimientos, también de flor de majagua que recolectaba de árboles de la calle, o de caña santa... Iba por la calle recolectando hojitas y flores... con esos cocimientos nos curaba del catarro y de todos los males. Cada día me parezco más a ella y la tengo más presente. Esas mujeres humildes, que nos criaron con miles de sacrificios y nada para ellas mismas, muchas veces en medio de la pobreza y del maltrato, me hacen llorar. Hoy los cuidados se externalizan y pienso que los niños que van a comedores desde los 4 meses de nacidos se pierden algo que nunca jamás volverá. Nos alejamos de la vida, de la tribu, de la biología, del cuerpo, del afecto... y las instituciones y las tecnologías ocupan su lugar. No sé si es bueno o malo, quizás sea inevitable. Mientras, yo te honro, Domitila, mi abuelita, tu nombre que no te gustaba hoy lo encuentro muy hermoso. Mi madre hace tiempo se mira en el espejo y se confunde con ella, las dos han terminado con una demencia senil muy cruel. Y yo dentro de poco me miraré en el espejo y seré igual a las dos.
Mi abuela

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